Juegos
Juego de las almas: Cada vez que alguien va a morir el Diablo se le aparece y le ofrece otra vida a cambio del alma. Una vez que la ha obtenido, nunca cumple, porque él es así, y por eso va ganando la partida.
Juego del Judío: Errante Se negó a ayudar a Cristo a llevar su cruz y fue condenado a partir lejos cada amanecer. No parte lejos cada amanecer por la condena, sino por miedo de que lo ayuden a cargar su prop ia cruz para llevarlo más rápidamente al Calvario.
Juego de los bolígrafos: Los bolígrafos nacen por generación espontánea. Se acabaron los que tienen cartucho de repuesto y hasta los que se compran.
Dondequiera que vamos regalan un bolígrafo como souvenir y cuando ya no escriben dudamos en desecharlo porque es como desechar un recuerdo. Por el contrario, deberíamos desechar los recuerdos que no escriben porque pasa como con los bolígrafos que se acumulan diez cincuenta cien regados por todas partes y fallan todos a la hora de anotar un teléfono. Nadie sabe cuándo se van a agotar un bolígrafo o una remembranza. A veces fallan en medio de una frase; otros se quedan sin tinta a la hora de escribir el cheque la declaración de amor o la obra maestra. Lo que nos salva de ellos es que hay quien no devuelve el bolígrafo así como no devuelve el saludo. Nunca en verdad el bolígrafo satisface, por su escritura impersonal que sabe a segundos anónimos. Así estamos condenados a caligrafiar la inanidad que es la única escritura posible.
Juego del desorden: Se pierde la mayor parte del tiempo en la gerencia del desorden. Asistimos a conferencias, foros, encuentros regidos por el desencuentro. El desorden es la más perfecta forma de soledad en cuanto impide concentrarse. A él acuden los solitarios en busca de un aturdimiento que finja compañía.
Juego del viejo canalla víctima de sus amores: Hace tiempo no viaja porque en cada destino encuentra la muchacha perfecta que no le reservó el destino.
Hace semanas que no sale a la calle por no toparse con el surtido de jovencitas todas deseables todas inalcanzables todas saltarinas tras su fortaleza de risitas o senos oscilantes.
Dejó de ir a los cines por no contemplar fantasmas imposibles a distancia de mundos e incluso de décadas desde el rodaje.
Aborrece las portadas de revistas donde alguna tonta proclama al mundo la rotundidad de su busto y la intrincación de sus rizos en un juego de mira pero no toques.
Hasta algunas feas tienen encanto pero se pierden envueltas en su propio mundo sin conceder audiencias.
Si consigue alguna al poco rato los atributos van haciéndose insípidos hasta que el ansia naufraga en el aburrimiento.
Encerrado a piedra y lodo, tratando de olvidar despierta su memoria y desata el infierno de los infiernos.
Jardín
Uñas de danta El sobrino construye la casa y el tío que es casi un padre se antoja de sembrar en todo el jardín a tres metros una de otra uñas de danta.
La presencia de la uña de danta es misteriosa. No da flor ni fruto ni sombra y allí permanece intentado apenas dar con sus pendientes hojas hendidas un aspecto selvático que el exacto intervalo de tres metros destruye.
Prospera una mucho en un rincón del jardín donde seguramente fluye humedad.
Otras después de décadas parecen rendirse y casi no generan retoños, ahogadas en helechos, cuyas hojas partidas parecen fantasmas de la uña de danta. Mas al fin éstas resucitan y lanzan sus hurañas hojas, como regresando.
Nunca el sobrino tocó las uñas de danta sembradas por el tío ni pensó en sustituirlas llevando en secreto la mortificación de aquellas plantas sin flores ni frutos ni sombra.
Mucho tiempo después de muerto el tío supo que en provincia sembraban esas plantas como guardianas contra las malas influencias.
Sin saberlo había vivido dentro de aquel cerco innombrado, protegido de manera invisible contra el mal impalpable. Plantas guerreras luchaban por él y padecían agonías y heridas y resurgimientos combatientes.
El error del tío fue vivir en otro sitio donde no había para plantar uñas de danta ni siquiera en macetas y así el mal lo encontró una noche, solo, feliz, desprevenido.
Guardianas Por qué siempre en alguna juntura de las puertas que dan al jardín o del jardín a la calle está escondida alguna lagartija, nunca más grande que un meñique. Les gusta, parece, este juego constante entre el interior y el exterior, a pesar de que deben pagarlo corriendo aterradas cuando viene el gran abanico del portazo.
Tras la conmoción corren aquí y allá retorciéndose como signos de apertura o de cierre de interrogación a veces contemplan de lejos la puerta como sin creer que su mundo vuelve a ser estable.
Me gusta su constante compañía. No se entiende casa sin puerta pero menos puerta sin casa, ese vaivén entre interior y exterior, ese no estar ni a cubierto ni en descampado.
A veces en el marco de la puerta se descubre una lagartija sedentaria, aplastada y reducida a una costra de piel, quizá hace meses, años, siglos.
Dejó de estar adentro o afuera y ahora está por siempre en sí misma.
Flor de jazmín Ella pasó por la vida de él o más bien él pasó por la vida de ella con la fugacidad de un perfume.
Ella experimentaba con jardines polícromos y en el jardín le plantó dos jazmineros que dan flores aromáticas apretadas como diminutos pimpollos blancos.
Ahora cada estación que él no sabe cuándo es los jazmines florecen y lanzan una fragancia que vence los años.
Por más que intenta prender retoños nunca lo consigue y al fin una ramita arraiga y crece prometiendo fragancia.
Ella tendrá veinte años muerta y las flores siguen brotando testarudas en busca del sol que nunca han visto y exhalando el perfume que nunca respirarán.
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