Hugo Chávez Frías: Agente principal del proceso de transformación Socio-política en Latinoamérica

La ruptura política con un orden social establecido y la irrupción de un nuevo orden político-social, son procesos que están signados por una pluralidad o diversidad de lógicas causales interconectadas (en interacción dinámica) y de factores aleatorios, que se tejen y entretejen al interior del todo social, entre la multiplicidad de planos, sectores, regiones y/o dimensiones (lo económico, lo ideológico, lo ético, lo cultural, lo científico-tecnológico, lo jurídico-político, etcétera) que lo conforman. Resulta sumamente difícil llegar a establecer un patrón o modelo único que describa y determine, con exactitud micrométrica, cuál es la dinámica de desestructuración-estructuración (desinstitucionalización-institucionalización) que rige en los procesos de cambio o de sucesión de un orden socio-político por otro, independientemente del momento histórico, del grado de desarrollo socio-político y socio-económico alcanzado, de las contradicciones y o conflictos internos, etcétera, vale decir, que resulta excesivamente arriesgado establecer a priori cuales serían las circunstancias precisas que crearían las condiciones favorables para que se produzca la concurrencia de una serie determinada de causas concomitantes que crearían el espacio oportuno (la coyuntura) para que se manifieste o se exprese un proceso de cambio político-social. A my modo de ver, se trata de procesos extremadamente complejos que no pueden entenderse desde una perspectiva dicotómica categórica e indiscutible, en la que se distinga, por un lado, la ruptura política con el régimen establecido y por el otro la irrupción del nuevo régimen, como si se tratara de dos momentos claramente diferenciados, con límites temporales precisos y sin conexión alguna entre ellos. Por el contrario, entre el momento de la ruptura política y lo que podríamos identificar como la disolución total del régimen político anterior , hasta llegar al establecimiento y consolidación del nuevo orden político, resulta difícil delimitar lógica y temporalmente la secuencia de fases o intervalos en función de los cuales se desarrollaría la dinámica de desestructuración (desinstitucionalización) de las viejas relaciones (relaciones de poder, económicas, jurídico-políticas y sociales) y de estructuración (institucionalización) de las nuevas relaciones. La complejidad de los procesos desdibuja las dimensiones temporales. Las contradicciones y conflictos internos (económicos, políticos sociales), la incidencia de factores aleatorios y la presencia de una pluralidad de lógicas causales interconectadas entre los diferentes planos que conforman la totalidad social, afectan de tal modo la dinámica de desestructuración y estructuración características de los procesos de transformación socio-política que terminan convirtiéndolos en procesos políticos que se definen por una relación dialéctica entre continuidad y discontinuidad. En efecto, podemos afirmar que todo nuevo régimen socio-político surge del régimen anterior sin solución de continuidad. Ni siquiera en el caso de la Revolución Francesa el nuevo régimen hizo «tabula rasa» con las relaciones sociales anteriores, de manera inmediata y definitiva. Vale decir, que no se dio una ruptura abrupta total y concluyente ni con el conjunto de las instituciones, ni con la totalidad de las relaciones sociales del viejo régimen. El curso de los cambios socio-políticos que imponía la adopción del nuevo régimen contenía al mismo tiempo elementos o rasgos más o menos marcados de continuidad del viejo régimen. De lo dicho hasta aquí no debe inferirse que todo nuevo régimen político es la natural continuación o prolongación del régimen político precedente. Simplemente se trata, por una parte, de hacer evidente la relación dialéctica (continuidad/discontinuidad) que marca a los procesos de cambio y de transición política y, por la otra, destacar que en el curso de la historia política a escala mundial, no ha existido nunca un momento en el que los sujetos políticos se desincorporaran a voluntad de la organización político social (llámese sociedad /comunidad / Ciudad-Estado /República / etcétera) a la cual han pertenecido, para ingresar, en tanto que individuos aislados e independientes de todo vinculo sociopolítico, a un espacio o medio no social, algo así como una no-sociedad o un espacio no-social, ¡si es que algo como eso pudiera existir!, suspendido en el tiempo; un muy particular espacio en el que los individuos se ubicarían y permanecerían, mientras reflexionan y deciden acerca de las posibilidades de un cambio y/o de la instauración o no de un nuevo orden socio-político. Un tipo de espacio único en su género desde y en el cual los individuos acordarían los términos en los cuales se llevarían a cabo los cambios y se fijaría el nuevo pacto social, así como también, el conjunto de nuevas instituciones que regirían el nuevo orden social, un ámbito especial o un lugar exclusivo desde el cual poder ejecutar los cambios necesarios y, luego de ejecutarlos, incorporarse desde ese sitio exclusivo a la nueva sociedad o al nuevo orden social. La historia de la humanidad nos ha demostrado que los seres humanos no abandonan o no se retiran de la vida en sociedad, del mismo modo que lo hace un boxeador del ensogado golpeado por la edad; las personas no se apartan de la sociedad para gestar desde afuera de ella los procesos de cambio político o para dirigir desde la periferia de la sociedad el curso de los procesos de transformación socio-política. Por el contrario, estos procesos se gestan, se experimentan y se desarrollan al interior del orden social que ha sido calificado como injusto, decadente, opresor, etcétera. Y esos procesos de cambio institucional son conducidos y materializados por los mismos sujetos políticos (en tanto que actores y/o agentes de cambio) que han sido formados bajo el régimen o el sistema que se quiere cambiar. No hay dudas pues, en cuanto a que estamos hablando de procesos extremadamente complejos. Y mucho más aún, si tomamos en cuenta que el éxito de los procesos de cambio, de transición, de establecimiento y consolidación de un nuevo orden social nunca están garantizados. Máxime si consideramos que todo proceso de cambio sociopolítico siempre implica el desarrollo simultáneo o paralelo de un proceso de aprendizaje político al que deben someterse por igual todos los miembros de la sociedad. Un proceso de aprendizaje sumamente complejo y difícil, ya que no se trata únicamente de que los miembros de la sociedad (en proceso de cambio) aprendan los nuevos valores políticos, las nuevas habilidades y conocimientos que los ayudaran a convertirse en individuos/sujetos políticos capaces y dispuestos a participar en el nuevo orden socio-político, sino que de igual forma se aspira que logren desaprender las conductas políticas, las costumbres, los hábitos, la mentalidad, los prejuicios, los sentimientos, los usos, los vicios aprendidos en el régimen anterior. He ahí lo complicado de este particular proceso de aprendizaje. Claro está que este es un proceso de aprendizaje que se desarrolla en el marco de un período mucho más amplio que se denomina socialización política. No es necesario que me detenga a destacar la importancia de dicho proceso para la conservación y reproducción de cualquier sociedad, ni mucho menos que haga el recuento histórico de su aparición como problema fundamental de la filosofía política desde sus inicios. Baste simplemente, hacer estas mínimas precisiones para aproximarnos a un muy particular lapso histórico dentro del cual se produjo una de las más significativas actuaciones del Comandante Hugo Chávez Frías. En efecto, nos interesa destacar ese momento histórico, en los albores del siglo XXI, cuando comienza a cambiar el escenario político del mundo Latinoamericano de una manera drástica y Chávez entra a formar parte de los actores o agentes principales de ese proceso de transformación política. Estamos hablando del proceso de transición de regimenes caducos a un régimen Socialista, o en otros términos, del nacimiento a la vida independiente de los países Latinoamericanos. Pero, si en líneas anteriores subrayábamos la complejidad que caracteriza a los procesos de transición de un orden político a otro, en el caso del mundo Latinoamericano esta complejidad se acrecienta dado que éste es un continente:

que llegado el Siglo de las Luces era ya portador muchas veces inconsciente, de una multiforme realidad sociocultural sui generis en la que estaban presentes enormes diferencias y desniveles de desarrollo, no sólo entre los diversos campos de la vida histórica (social, cultural, técnico, económico, político, etc.), sino incluso en el seno de cada uno de ellos.   El proceso de transculturación dio como resultado unas realidades inéditas en la historia, sociedades mestizas llenas de conflictos, de contradicciones internas, en las que coexistían elementos correspondientes a diferentes niveles históricos y desiguales ritmos temporales. Se trataba, en consecuencia, de sociedades desde muchos puntos de vista distintas de las Europeas, que tenían unas potencialidades de desarrollo diferentes de aquéllas y entre sí porque habían ido sufriendo en su seno, a un ritmo desigual y singular la adaptación, la innovación o la adopción de elementos y formas culturales y porque eran el resultado de infinidad de adecuaciones sucesivas yuxtapuestas, forzosas o voluntarias… (Soriano de García Pelayo, 1987: 20) …y en la que se manifestaban peculiaridades castoides, estamentales y clasistas, con un modo de producción con elementos serviles-señoriales y esclavistas también sui generis vinculado a formas desarrolladas por el comercio (legal, pero sobre todo extralegal)…(Soriano de García Pelayo, 1979: 111).

   Estos rasgos característicos de las sociedades Latinoamericanas en el siglo XX seguían vigentes al inicio del siglo XXI. Se trataba, sin lugar a dudas, de sociedades caracterizadas por un desarrollo diacrónico. Sociedades en las que el rechazo al régimen establecido fue consecuencia o resultado de contradicciones y conflictos internos, de factores endógenos o del propio ritmo de su desarrollo socio-político. En resumidas cuentas, se trataba de dos objetivos políticos que se integraron en un solo y único proceso de rearticulación de las sociedades Latinoamericanas sobre las nuevas bases (bases constitucionales) Promulgadas en el “Socialismo del Siglo XXI”. 


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Oscar Martínez

Dirigente de los Círculos Bolivarianos, comunicador alternativo, Director del periódico La Voz del Valle

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