El soldado no renuncia. Bajo ninguna circunstancia el soldado renuncia. Mucho menos puede producirse la renuncia del soldado si éste se debe a su pueblo, a su clase proletaria y su servicio de soldado es la revolución misma.
Antes de que este pueblo revolucionario y bolivariano, se hiciera Gobierno en Venezuela, la imagen del soldado estaba asociada con la del recluta: Alguien de nuestro pueblo pobre que, entre tantos otros males, le tocaba padecer la persecución y captura para que luego fuese a prestar un servicio a la patria, probablemente desde el jardín de un General… Que es como le gustó denunciar a nuestro gran cantor, Alí Primera.
El soldado recluta, era un soldado obligado. Obligado a hacerse una imagen de la patria que no podía parecerse a un sueño bonito. Ser soldado, en esas condiciones, era prácticamente ser una víctima de la dominación burguesa e imperialista, que les llevaba, inclusive, a ser ejecutores de órdenes provenientes de esbirros que habían sido formados en la nefasta y terrorífica Escuela de Las Américas.
Ese soldado recluta, ese soldado víctima, ese soldado pieza en los engranajes opresores del capitalismo, sin llegar a conocer exactamente a quíén servía y para qué, era susceptible de que renunciara. A mayor conciencia, mayor era la probabilidad de su renuncia a ese papel incomprensible al que se le sometía. La renuncia a ese rol podía llegar a expresarse bajo la figura de la deserción: una renuncia valiente y desafiante que le podía acarrear duras sanciones y hasta prisión si era recapturado y sometido a los tribunales militares de entonces.
Hoy, en esta Venezuela revolucionaria, con un Gobierno que abiertamente propicia y trabaja en función de contribuir a construir el socialismo, contamos con un soldado de nuevo tipo. Con un soldado, que puede llevar uniforme o no llevarlo, que cuenta con el desafío de emular a su líder, el Comandante Hugo Chávez, quien, por cierto, viene de las filas de ese ejército lleno de contradicciones, al cual se ha propuesto transformar en esencia y en forma.
El camarada Chávez, al llegar al ejercicio de la Presidencia de la República, una de las primeras decisiones que tomó, fue la de abolir la recluta y agigantar los pasos que dignificaran al soldado. Él mismo, soldado víctima, aunque no recluta, conocedor de las perversidades del estamento militar en una sociedad dividida y clasista, como lo es el capitalismo, sentía como una obligación humanista y revolucionaria, el forjar un nuevo ejército para la libertad y para completar la independencia adelantada por nuestros Próceres, con el General Simón Bolívar a la cabeza.
El soldado del Ejército revolucionario, bolivariano y socialista, no renuncia. Ni que se lo exija la felonía de un generalato respaldado y al servicio del Pentágono, el Departamento de Estado (EE.UU.) y de la CIA, el soldado revolucionario puede ni debe renunciar. Fijémonos en el líder Hugo Chávez, colocado ante la presión golpista de quienes exigían su renuncia, el 11 de abril de 2002, y ante quienes jamás claudicó.
Quien tiene claro su objetivo revolucionario de ser soldado para la conquista de la sociedad de las mujeres y los hombres nuevos, de la sociedad socialista, no renuncia: sirve. Y su servicio lo hace, con humildad y convicción, hasta la victoria siempre.
Sirve, no para ganar prebendas, no para que se le reconozca o para ocupar cargos, sirve para ser útil a la Patria en cualquier lugar donde se le necesite. El soldado auténtico está por encima de las componendas de sectas, no hace grupitos, construye la Patria y el socialismo, aunque le toque jugarse la vida.
Aunque la canalla se lo imponga, el soldado no renuncia. Sirve.
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