Los cristales
de los ventanales tiemblan, su transparencia deja ver como
el paisaje se va llenando de silencioso miedo, las escaramuzas de la
Amazonía los empañan y con mi dedo escribo sobre ellos estas palabras:
la guerra está en camino.
Igual que la
moribunda lucha por cada aspiración de aire en su agonía o como su
cuerpo se aferra a las sábanas tratando de transcender lo inevitable,
el pasado empieza a dar coletazos sobre el presente en su desespero
por permanecer y evitar la asfixia.
Aguarunas y
Huambisas llenan con su sangre las primeras planas de la prensa, la
mancha de sangre en los periódicos anuncia a todos que empezó la guerra.
La sangre de estos bravíos gotea en los micrófonos de CNN y de FOX
y las miradas del mundo miran a la selva y se oyen disparos, es cuestión
de armar el rompecabezas, Aguarunas más Chávez, más Lula, más Correa,
más Huambisas en Perú, indios en Colombia, piratas en Somalia,
bombas nucleares en Corea y en contraparte despidos masivos en el imperio,
bancos arruinados, hambre, crisis del dinero, un Alca moribunda y desesperada
en busca de ganancias y para completar General Motors en la quiebra,
son el primer mapa de una guerra terrible que espanta a las palomas
blancas y escriben noticias de miedo en la grafía del papel y
en el espanto de los hombres. Alan García es un ángel de la muerte,
descarga las primeras municiones de sus fusiles y empieza el
dolor en las almas de los indios: empieza la guerra.
Siempre la
muerte está sedienta de sangre, los cielos se encapotan y el olor de
la grama se hace más intenso con el paso de las botas, los generales
y coroneles de todos lo ejércitos colocan los mapas sobre las mesas
de trabajo, los soldados se uniforman de espanto. ¿Quién pelea?
Las campanas
del futuro: ¡Talán.. talán!! el nuevo tiempo está naciendo.
Asomo la cabeza
al fondo del pozo del patio y en el reflejo del agua puedo leer el futuro:
Los señores del pasado no se darán por vencidos, dispararán hasta
la última carga de pólvora, hundirán sus puñales en las gargantas
de todo aquel que pregone la revuelta. Los hombres nuevos tienen sus
caras pintadas con los arabescos de los Tupac, de los Incas, de los
Mayas, y de los Caribe comandados por Macuto, que despiertan todos
de su sueño milenario y se lanzan a la tierra desde las ramas de la
historia, con sus tejidos y sus collares de semillas, con su mirada
clavada en el infinito destino: libertad.
En Wall Stret
también se oyen campanadas, son los funerales de la General Motors,
millones de millones de dólares que son dolientes llenan de ira los
corazones vacíos de los lacayos del dinero y sienten la sequedad de
la muerte en sus bocas y sus miradas rabiosas se voltean a mirarnos,
sin mediar palabras decretan la guerra, los rostros hermosos de nuestros
aborígenes será la última imagen que quisieran llevarse a la muerte,
apuntan y empiezan los disparos. Ellos no quieren los collares, ni tan
siquiera la sonrisa dulce de la cara de los indios, ellos aun convulsionando
están obsesionados por el estiércol del diablo que está enterrado
bajo nuestros pies. Petróleo, petróleo, ellos no ven selva, no ven
indios, tan sólo petróleo, la transfusión vital para salvar su muerte.
La rabia y
el dolor que han resistido nuestras selvas, nuestros ríos, nuestra
tierra, nos hacen ignorar el zumbido de los disparos y con flechas en
los puños avanzamos y dejamos los miedos en las casas, colgados de
las fotos de los antepasados. La estrella de la cruz del Sur en la oscura
noche señala el camino, es la guerra final donde el egoísmo soltará
mil ráfagas más de odio, y bombas, y fósforo y los cielos se incendiarán
tarde o temprano, los suelos se llenarán de entierros, unos por las
balas, otros por las bombas, mucho otros por los virus y madres y mujeres
morirán de dolor y de tristeza, es la guerra de las guerras en el
fin del siglo.
La mirada dulce
de los Aguaramas y Huambisas aun ensangrentados contrasta con los ojos
chillones e histéricos de los palangristas mayores y sus micrófonos
llenos de demencias. El color de piel como recién nacida de los aborígenes:
como de fruta, como de tierra, como de pez hace más hermosa la bandera
de esta guerra: nacerá de su sangre la paz sobre el planeta.
Cuando termine
la guerra, si estoy vivo, veré llorar a los generales del norte, arrugando
los mapas y colocando sus armas para disparar sobre sus sienes.
Nunca entenderán
cómo siendo más grandes o teniendo más estrellas en sus chaquetas
y más balas y más bombas, fueron derrotados por un ejército de indios,
de pobres, de negros, de niños, de sembradores y obreros.
La guerra está en camino; y yo, en camino de la guerra.
brachoraul@gmail.com