Las sábanas del amor y la diversidad sexual

El amor es el primer punto que debo tratar. Toda relación afectiva entre los seres humanos nace de ese sentimiento hermoso que la vida colocó en nuestros corazones. El amor perpetúa la existencia, no únicamente por ser motor para la reproducción de la especie como muchos pretenden, sino por atraernos y contagiarnos de su cualidad infinita de llenarnos de ganas de vivir. Pienso entonces que es la fuerza que une a los seres humanos, sean cual fueran los sexos  en quienes se manifieste. 

El segundo punto de vista es la segregación y discriminación con que nuestra sociedad machista pretende perpetuar al aceptar una sola posibilidad para que ésta atracción se manifieste. Eso es falso. Todos, desde niños, sabemos de personas que tienen maneras diferentes de relacionarse, pero desde pequeños se nos enseñó a maltratar y discriminarlos haciendo de ellos el blanco de nuestras burlas. 

Y el tercer punto de vista para abordar el tema de la diversidad sexual, tan en boga en estos  días cuando los diversos toman las calles para manifestar sus protestas, es la defensa que siempre mantengo en mi vida a un derecho aun no escrito: el derecho a la libre autodeterminación del individuo, que   peleado por las naciones del mundo, debe ser aplicado de igual o mejor forma a los individuos que conformamos la sociedad. No sólo ligado a la diversidad sexual, va unido a la no imposición de otros para determinar el destino de nuestra vida, por ejemplo, padres y madres que desde la infancia ya disponen a sus hijos la profesión que deben estudiar y garantizarles, según ellos, un “estatus social” de distinción, o aquellos que  escogen a sus hijos con quien deben desposarse en viles negociaciones de apellidos, y tantas otras  formas de injerencia en la intimidad de la propia vida, que se pasa a ser entonces, tratada como propiedad o mercancía en nuestra cultura capitalista.  

Cuando veo a todas y todos quienes tienen una sexualidad diferente  salir a manifestar por sus derechos, veo también la burla y las risitas en todos los que por ser mayoría se abrogan el derecho a la señalización y la burla. Pienso en el daño que el desprecio causa en cualquier ser humano. Con la misma valentía con que los camaradas de la diversidad sexual dan la pelea por sus derecho a vivir de la manera que les place en igualdad a todos, quiero dar la pelea en contra de la estigmatización y el rechazo, el asco y la burla que ellos reciben del resto de la sociedad, sentimientos que hunden, destruyen y apuestan a la descalificación como una burda necesidad que asumen las mayorías a auto estimarse ellos mismos degradando otras formas de existir. Ser mayoría, en lo que a sexo se refiere, para mi, nunca puede implicar el irrespeto a la manera en que se expresa la sexualidad en ciertas minorías. En el sexo, la pertenencia a una minoría diferente no deberá implicar jamás minusvalía. 

Sus luchas van por los caminos de lo jurídico pidiendo el reconocimiento legal a la situación de sus convivencias, probablemente en busca de un marco que los proteja y les permita tener los mismos derechos humanos que todos disfrutamos, incluyendo, no sólo su libertad a estar en una cama con quien les provoque sino el de formar hijos y convalidar ante la justicia sus derechos a herencia, a representar a su ser amado en momentos de enfermedad, derechos a herencia  y el derecho universal a que la sociedad acepte y respete la conformación de sus uniones en igualdad de condiciones a las de cualquier pareja. 

¿Por qué el sudor hermoso con que el amor moja y perfuma las sábanas de su intimidad debe salir a marchar ante un congreso? ¿Por qué la privacidad de nuestras vidas tiene que ir a reclamar derechos que les son tan propios como la libertad de amar y dormir con quien les plazca? 

Estamos en el siglo 21, ya basta de dedos acusadores, de miradas insolentes y de juicios superficiales, de marcar, señalar y degradar con burlas y risas a quien no es similar a uno. Ser humano es ser dueño de sus amores y atracciones y nadie puede ser  juez en esto. Si usted, lector, es de aquellos que fueron enajenados por esta sociedad machista, le pido que deje a un lado su miedo al ridículo o a ser diferente, que se ponga en los zapatos de quienes discrimina, aunque éstos fueran de tacón alto si es usted hombre o fueran pesadas botas si es usted mujer. 

Dibujen con el sudor de sus pasiones  las sábanas sobre las que se aman y conviértanlas en sus banderas contra los cobardes  que los señalan y castigan, contra quienes quizá esconden en sus closet  temores y  diferencias que nunca supieron enfrentar.  

brachoraul@gmail.com



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Raúl Bracho


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