¿Se ha preguntado usted por qué el primogénito suele llevar con
elevadísima frecuencia el nombre de su padre?, ¿sabía usted que la mayoría
de los hijos no llevan como apellido paterno el verdadero sino el que
convenientemente se les dio como suyo en el seno familiar?
Con todo el merecido y moderno respeto de las damas del mundo actual y de
la correcta y acertada defensa de los derechos de las féminas, hay temas
que debemos abordar si queremos valorar y ubicar en su justo lugar todos los
merecidos derechos de la mujer moderna.
Ocurre que durante la variante del "matrilinaje" dentro o fuera de régimen
matriarcal que precedió al r. actual paternalista, la mujer incurría en
prácticas poliándricas, según nos lo refieren algunos antropólogos e
historiadores científicos correspondientes.
En esas circunstancias la mujer era la única que con certeza podía
identificar fielmente la paternidad de cada uno de sus hijos en tiempo y
lugar definidos. Ponerle John o Adán le garantizaba a la madre la
identificación consanguínea más probable en correspondencia temporal con
sus precedentes relaciones conceptivas.
Cuentan que Juan Vicente Gómez, un ex Presidente venezolano de la primera
mitad del siglo XX, tomaba nota cada vez que practicaba relaciones íntimas
con alguna "admiradora", todo eso a los efectos de que no le "metieran gato
por liebre", con perdón de la analogía, ejemplo este que actualmente
podría estarle sucediendo a un Presidente suramericano cuyo nombre omitimos
por razones obvias.
En cuanto a la segunda interrogante que nos ha servido de introducción, para
nadie es un secreto ni podría ocultarse del todo que buena parte de las
madres y sus hijos han sufrido la llamada "paternidad irresponsable", cuya
alternativa vital (si se quiere) ha sido el paliativo y contrata de nuevas
nupcias o nuevos concubinatos en general.
Dejamos a un lado los casos de infidelidad conyugal para los cuales y por
supuesto hasta la misma ley reserva sus debidos controles. Sin embargo,
como quiera que hoy es indiferente a los efectos sucesorales, éticos y
obligacionales, es obvio que dentro o fuera del matrimonio las madres
quieren lo mejor para sus hijos, razón por la cual ningún apellido más
apropiado y conveniente como el del marido a quien encomiendan la crianza de
sus hijos, ni nada más enorgullecedor para aquel que tener un hijo inclusive
a sabiendas e independientemente de que tal hijo lleve, o no, la carga
genética de un ex marido de su mujer, o la suya propia.
Digamos que las madres no han dejado jamás de llevar la voz cantante, como
coloquialmente solemos decir, y a manera de importantes y necesarios
vestigios matriarcales.