“Si no aprendemos a desaprender
lo aprendido, para en realidad aprender lo que debemos aprender, entonces
seremos los analfabetas del siglo XXI”
La aprobación y promulgación de la nueva Ley Orgánica de Educación, ha venido generando discusiones y afirmaciones, muchas de las cuales se caen por su propio peso ya que lejos de tener el debido argumento de carácter filosófico despeñan en lugares comunes y en la negación per se.
En ese sentido se anotan quienes mintiendo de la manera más descarnada afirman que la Ley Orgánica de Educación (2009) privilegia el pensamiento único.
Al revisar el artículo 6, numeral 3, literal d, el cual plantea como una de las competencias del Estado Docente, planifica, ejecuta coordina políticas programas de desarrollo cognitivo integral de ciudadanos y ciudadanas, articulando el aprender a hacer, a conocer, a convivir, superando tanto la fragmentación del conocimiento, la atomización del saber y la separación del saber y el hacer.
En primer lugar, se puede afirmar, que lo plasmado en dicho artículo cumple con lo estipulado por la UNESCO, en lo que constituye las premisas fundamentales de la Educación para el siglo XXI (La educación encierra un tesoro), vale decir establece la interdisciplinariedad del conocimiento como puntal para superar la fragmentación del mismo.
Por el contrario, se afirma que pensamiento único es aquel que venia sustentando la educación del pasado reciente, fundamentada en el positivismo, según el cual todo esta construido, a través del pensamiento lineal, enmarcado dentro del paradigma de relojería, y como resultado la exactitud de todos los eventos, viendo el futuro a través del espejo retrovisor.
El
trabajo del aula había sido diseñado y sumergido en el pensamiento
positivista según la concepción de que todos los hechos son singulares
e individuales y la sociedad esta regida por leyes invariables que nada
tienen que ver con la voluntad y la acción de los seres humanos, no
se busca comprender, solo describir lo sucedido en un orden inalterable
sin conexión ni relación entre los hechos de la política, la economía,
la sociedad y las diversas manifestaciones culturales; el positivismo
crea una actitud normativa que rige los modos de empleo de términos
como el saber, ciencia, conocimiento y presenta la realidad a
través de una visión atomizada que hace énfasis en la descripción
“objetiva” de lo “que ocurre” sin posibilidad de realizar un
análisis desde una visión amplia de las ciencias sociales y humanas
con la “imposibilidad” de separar las consecuencias deseables de
las que no lo son, negando la posibilidad que el ser humano juegue un
rol transformador.
Desde la perspectiva del cambio educativo, se debe abogar por tesis y teorías de construcción social fundamentadas en que el conocimiento esta en las cosas y en la relación que se establece con ellas, que el conocimiento no es la copia de la realidad, sino una construcción del ser humano, que se realiza con los esquemas que ya posee, con lo que ya construyo con su relación con el medio que le rodea.
Al
observar la historia del conocimiento se nota que fue concebido en función
de un pensamiento único, mediatizando la ciencia, distanciándola del
hombre común, haciéndole asumir una orientación interpretativa y
recursos metodológicos intencionados comprometiéndole con la perpetuación
del sistema social para la sumisión negando la educación liberadora.
La
superación de la fragmentación del conocimiento y la atomización
del saber dentro del proceso formativo, resulta una herramienta valiosa
para los fines de una educación integral, más completa, que
prepara al egresado para enfrentar la realidad compleja y cambiante
que caracteriza en todas sus esferas a la sociedad de nuestros días,
creando a su vez las condiciones para dejar de lado la concepción
propedéutica de la educación media.
El enfoque curricular de la interdisciplinariedad concebido para la educación plantea la integración de saberes superando la disciplinariedad, la parcelación y fragmentación del conocimiento, que como se sabe se deriva de la división social del trabajo, y asume su contextualización en el espacio local –regional y nacional, vinculando los planes generales que impulsa el gobierno Bolivariano con las realidades concretas. Se trata de un desarrollo curricular caracterizado por la flexibilidad, la adecuación y enriquecimiento permanente, esperando superar la concepción tradicional del aula de clase al incorporar de manera progresiva múltiples espacios sociales y comunitarios como ambientes de aprendizaje, relacionándolos con los proyectos educativos integrales comunitarios y productivos, a través del trabajo de campo y la aplicación práctica de los conocimientos adquiridos, orientado hacia la posibilidad de resolver problemas, permitiéndose la transferencia de lo que se aprenda con utilidad social.
Los
cambios son indispensables y requieren de reformar el pensamiento de
los educadores, caso contrario se corre el riesgo de continuar con la
incapacidad para el abordaje de la realidad imbuidos en el mito de la
caverna según el cual todo ser humano, desde que nace trae consigo
el conocimiento desde el “mundo de las ideas” dictado por los espíritus
que allí habitan; dicho pensamiento aunado con la teoría de conocimiento
positivista para la cual el conocimiento ya está dado, elaborado y
perfectamente terminado debiendo ser superados porque limitan
y reducen la innovación y creatividad humana.