De nuestra sexagenaria vida no recordamos ninguna “Alegre Navidad” que haya estado disociada de la consuetudinaria toma de bebidas espirituosas o popularmente conocidas como caña o aguardientes. El Vaticano lo sabe y al parecer lo convalida.
Desde muy niños de padres y adultos recibimos toda la información necesaria para también convertirnos religiosamente en los mismos alegres cristianos mediante la desenfrenada y viciosa ingestión de polisápidas bebidas espirituosas. Estas son ofrecidas a familiares, amigos y vecinos sedientos de todo tipo de brebajes, ayer caseros y hoy patentados tanto extranjeros como nacionales.
Se infiere que el alcohol de levulosas ya emborrachaba a los primitivos recolectores. En época de cosecha las frutas en pleno proceso de biodegradación eran ingeridas, y obviamente, ni tan mal la pasaban.
Vemos cómo familias muy prestigiosas del planeta engalanan sus currícula como industriales de vinos, tequilas, whiskies, rones y demás brebajes de indiscutible poder desinhibidor en materia de pasiones humanas.
El alcohol de esas bebidas navideñas está identificado con el amor y este ha sido aplicado a todo tipo de relaciones humanas. Desde los mismos altares y centros de educación religiosa los ministros dan diariamente un eficaz ejemplo como degustadores de estas bebidas. Lo hacen con el significativo nombre de “sangre de Cristo”. Se sabe que los vinos clericales son de excelente calidad y su fabricación es exclusiva para obispos y demás compañeros de “oficio”.
Hay sacerdotes y afines quienes como seres humanos, con mucha mundanidad en sus haberes, suelen beber “encapillados”. Cuando se les agota las existencias acuden a los monaguillos para que estos se las renueven subrepticiamente desde la bodega más discreta.
Por tradición religiosa y mercantil, los Industriales, comerciantes y patronos en general tienen perfecta y periódicamente contabilizadas sus partidas o costes por concepto de Regalos Navideños. Estos consisten en las conocidísimas y tradicionales Cestas Navideñas donde la estética de sus presentaciones va de la mano con los atractivos coloridos de hermosas etiquetas de las más variadas y connotadas marcas de licores.
Las empresas estatales y muchos organismos públicos han hecho suya la práctica aguardentosa de los etílicos Regalos Navideños que hacen a muchos de los funcionarios quienes quedan altamente “agradecidos”, ya que de todas maneras casi todos las familias venezolanas no saben lo que es pasar una Navidad sin sabor a “caña”, aunque en ella dejen buena parte de sus siempre insuficientes “utilidades” y aguinaldos.