Escribir es
un acto que se masificó desde que Internet apareció en nuestras
vidas, siempre recuerdo una carta de un lector que me increpaba muy
molesto sobre algunos diarios virtuales, incluyendo Kaosenlared y Aporrea,
que tienen contadores de visitas, pues no podía entender como a escritores
que el denominaba “clásicos” o “intelectuales” se les leía
menos que a desconocidos como yo. Luego de leer su carta empecé a poner
atención a su comentario y es absolutamente cierto, aquí en Kaos lo
podemos ver, muchas veces pienso que los artículos de estos destacados
intelectuales, políticos, estadistas, economistas e intelectuales famosos
se deben publicar en muchos blog y diarios impresos y que de alguna
forma lo atractivo de estos medios alternativos es que se puede leer
al hombre común, al hijo de María, como dicen en mi país para señalar
a cualquier hijo de vecino como yo, que no es famoso por escribir best
Sellers o haber recibido un Nobel. Las palabras sencillas de los hombres
silvestres, mi opinión y la suya amigo lector, de tú a tú, en relación
absolutamente horizontal, por allí anda el secreto de esta inmensa
red que no podría menos que llamarla babel, la trampa de las
lenguas, el epicentro de todas las letras y la capital de la expresión
en masa.
“A mayor
comunicación mayor conciencia” decía mi profesor de biología en
secundaria, así explicaba el funcionamiento de las neuronas en el interior
de nuestros cerebros. A mayor comunicación mayor conciencia digo yo
de la especie en la que vivo. Obviamente que Internet es un acelerador
comunicacional que nos acerca, que imprime una capacidad de desplazamiento
de la información, del diálogo, de las imágenes, de la creatividad
personal, que innegablemente tiene un efecto en la conciencia social. Leía un artículo hace poco que decía que la memoria humana funciona
como Google, cuando lo termine de leer me pregunté: .¿no
será más bien Google la memoria humana?
El título
es algo sumamente importante en un escrito, el anzuelo que se
entierra en los ojos del lector y hace que entre a las letras más pequeñas,
mis años de publicista y creativo en muy destacadas agencias
de publicidad me enseñaron lo importante de un título, lo importante
del tipo de letra y de su tamaño, (aprovecho para pedir públicamente
a Kaos que retome el tamaño anterior, que es ahora menor y le quita
el efecto anzuelo que debe tener el título), bueno, en lo conceptual
es importante todo, pero el título es la puerta de entrada de un artículo,
de él depende la cantidad de lectores que queden atrapados por su encanto,
debe de ser apetitoso, provocador, intrigante, atractivo, sugestivo,
atrayente.
Un título
es la síntesis de un concepto, un concepto es lo que centra todo lo
que escribo, como la marca en el salón de baile alrededor de donde
bailo, de donde hago mis giros y mis piruetas, siempre hay que respetar
el centro. Es como un hilo invisible que encanta e hipnotiza a
nuestros amables lectores y a los desamables también, lo digo porque
en sitios como Kaos, por ejemplo, hay quienes siempre vienen a escribir
sus comentarios y aunque muchos son aportes de gente que en fin, le
gusta lo que uno escribe, también los hay que siempre vienen a despotricar
por cada escrito, igual me alegra que tanto unos como otros siempre
me lean.
Para ir cerrando
este círculo, para que se entienda el por qué de este título
de hoy, es que como hoy me tocó limpieza en mi escritorio, mientras
pensaba en tantas cosas que podía escribir, hubo un momento en que
dije, me voy a volver loco.
Son tantas
las cosas que suceden, tantos los temas pendientes e importantes, tantas
las cosas que pasan a diario en nuestra época, que no puedo menos que
decir que soy afortunado, vivimos tiempos de cambios radicales, finales
de épocas, vivimos en la más fabulosa revolución. El mundo está
en revolución, esta crisis terminal del capitalismo no se para ni un
segundo, se extiende cada día, nos abarca a todos. El sueño de un
mundo nuevo crece y se agiganta, las fuerzas de cambio emergen fabulosas
y las de resistencia al cambio se aferran histéricamente en su fatal
deseo de que nada cambie y todo permanezca igual.
Quiero terminar
recordando al viejo Herman Hesse y su Lobo Estepario, un trozo de su
libro que guardo porque me impresionó desde joven, es la antesala
al “teatro mágico” que para mi es el mundo en el que vivo, hoy
no hablé de Honduras, de femicidio, de mapuches, de fascistas, de bases
gringas, de invasiones, tampoco de mis héroes: el pueblo todo, Fidel
y Chávez, o Lula, Correa o Patricia Rodas, ni de las hermosas palabras
de Piedad Córdoba en el congreso de partidos socialistas y de izquierda
que acaba de terminar en Venezuela, pero es que todo eso es mi teatro
mágico, mi locura cotidiana, la de todos, lo que nunca podrá permitirnos
ser como lo que expresó Hesse en este breve párrafo con que concluyo mi
artículo:
“El que haya gustado los otros días, los malos, los de los ataques de gota o los del
maligno dolor de cabeza clavado detrás de los globos de los ojos, y convirtiendo, por
arte del diablo, toda actividad de la vista y del oído de una satisfacción en un tormento,
o aquellos días de la agonía del espíritu, aquellos días terribles del vacío interior y de la
desesperanza, en los cuales, en medio de la tierra destruida y esquilmada por las
sociedades anónimas, nos salen al paso, con sus muecas como un vomitivo, la
humanidad y la llamada cultura con su fementido brillo de feria, ordinario y de hojalata,
concentrado todo y llevado al colmo de lo insoportable dentro del propio yo enfermo; el
que haya gustado aquellos días infernales, ése ha de estar muy contento con estos días
normales y mediocres como el de hoy; lleno de agradecimiento se sentará junto a la
amable chimenea y con agradecimiento comprobará, al leer el periódico de la mañana,
que no se ha declarado ninguna nueva guerra ni se ha erigido en ninguna parte ninguna
nueva dictadura, ni se ha descubierto en política ni en el mundo de los negocios ningún
chanchullo de importancia especial; con agradecimiento habrá de templar las cuerdas de
su lira enmohecida para entonar un salmo de gratitud mesurado, regularmente alegre y
casi placentero, con el que aburrir a su callado y tranquilo dios contentadizo y mediocre,
como anestesiado con un poco de bromuro; y en el ambiente de tibia pesadez de este
aburrimiento medio satisfecho, de esta carencia de dolor tan de agradecer, se parecen
los dos como hermanos gemelos, el monótono y adormilado dios de la mediocridad y el
hombre mediocre algo encanecido que
entona el salmo amortiguado.” (Herman Hesse, El lobo estepario)
Qué gran alegría que todos seamos
parte del teatro mágico, que no podamos escaparnos de tener que tomar
una posición, que todos debamos expresarnos, que no tengamos que alegrarnos
por ser unos mediocres, que la vida toda dependa de nuestro diario vivir.
¡Seamos realistas: pidamos lo imposible!