En verdad, noventa y un años después, sigo sin entender el por qué, en nombre de la revolución y el socialismo, un grupo de bolcheviques fusiló a los hijos del Zar Nicolás II el 17 de julio de 1918, y, especialmente, a un niño completamente inocente de las tropelías de sus padres y del régimen que representaban. Nada, absolutamente nada, podía asumirse como argumento para no fusilar al zar Nicolás II y su esposa Alexandra Fiodorovna, porque ambos ultrajaron, violaron y cometieron horribles crímenes de lesa humanidad. No sé, en verdad no sé, qué pensó Lenin sobre esos fusilamientos. ¿Qué lleva a hacerse esa pregunta? Sencillamente esto: Lenin ni siquiera estuvo de acuerdo que se fusilaran a los terroristas que atentaron contra su vida y que las heridas que le produjeron lo condujo a la muerte de manera prematura. Pero bueno, noventa y un años luego, es mejor dejar en manos de los historiadores rusos las explicaciones del caso. En fin: asesinar a un niño, sea de la clase que sea, sea del color que sea, sea del sexo que sea, me parece que es el crimen más horrendo, espantoso y terrible de todos los crímenes.
Garabito es un colombiano que se encuentra preso, nada más y nada menos, que por el terrible, espantoso y horrible delito de haber asesinado a ciento cincuenta niños. En el juicio, Garabito, solicitó a la sociedad colombiana que lo perdonara y le diera una nueva oportunidad para rehacer su vida con la mayor normalidad y tranquilidad posibles. ¡Bárbaro y cínico el monstruo! Garabito reconoció que les había causado mucho dolor a los familiares de sus víctimas, pero no explicó ¿cuánto sufrimiento causó a los ciento cincuenta niños inocentes que asesinó?
Lo cierto es que existen mil formas de explicar las razones o motivos que indujeron a Garabito para acometer tan abominables asesinatos. Siempre habrá un abogado que introduzca informes médicos (de la psiquiatría o de la psicología) para “justificar” la conducta anormal de Garabito. El psicoanálisis no tiene fórmula posible de explicarla. Siempre habrá un tribunal que aceptará los argumentos y dictará una sentencia que nada tenga que ver con la verdadera justicia social. Si Garabito hubiese sido juzgado en Cuba, por ejemplo, la sociedad entera hubiese solicitado la pena de muerte y el Estado la aplicaría sin ningún género de perdón. Sin embargo, en Estados Unidos el gobierno saldría, apresurado y con muy mala intención, a criticar al gobierno cubano acusándolo de asesinato. Pero si Garabito fuese juzgado en Estados Unidos, no lo salva nadie de la pena capital, por una u otra fórmula de crear la muerte, alegándose que se está haciendo verdadera justicia jurídica.
El caso es que en Colombia no existe pena de muerte en su código jurídico y la mayor condena se corresponde con cuarenta (40) años de cárcel. Incluso, el comentario de varios juristas es que Garabito puede salir en libertad al cumplir doce (12) años de prisión, lo cual equivaldría que sólo pagaría de cárcel un (1) muerto y un pedacito de cero cuatro (04) de otro por mes. El mismo hecho del asesinato de ciento cincuenta niños por una misma persona significa, entre otras cosas, que la sociedad está corrompida hasta los huesos, está degenerada en sus cuatro polos cardinales; es decir, se vive un régimen de verdadero y franco imperio de una exagerada desigualdad e injusticia social. Y eso lo testifica el hecho que Garabito sostiene que fue violado sexualmente cuando sólo era un niño. Seguro, no lo sé, es de origen de una familia empobrecida de bienes materiales pero también de cultura espiritual. Se puede ser muy pobre económicamente pero eso en nada justifica convertirse en violador y asesino de niños, porque el primer deber de los pobres es luchar por un verdadero régimen económico-social que le genere justicia, libertad, equidad, amor y solidaridad. Es cierto que el ser social conforma la conciencia social o que el medio ambiente determina la conciencia, pero eso tampoco justifica un crimen de esa naturaleza que fue cometido por Garabito. Cierto es, igualmente, que la justicia no es aquella que sólo busca condenar jurídicamente al victimario para que pague cárcel por su delito, sino aquella que busca romper y destruir las raíces sociales que incitan al delito. Pero con todo y eso, Garabito no tiene ni perdón de Dios ni perdón de ninguna sociedad por muy corrompida y degenerada que se encuentre por culpa del sistema capitalista de producción y de pésima distribución de la riqueza social.
La burguesía, hace más de un siglo, ha venido demostrando que carece de fórmula cultural para resolver las grandes contradicciones que caracterizan su régimen de dominación de clase; y, al mismo tiempo, no posee una concepción colectiva de mundo que vislumbre la posibilidad de una futura redención social nacida de su propia entraña, porque ella sólo se alimenta del espíritu individualista que se sustenta en la exagerada riqueza en manos de unos pocos para que la inmensa mayoría se conforme con el reparto –igualmente desigual- de la miseria social. Mientras el mundo marche en esa dirección, brotarán de su seno centenares de Garabitos, porque a personas como éstas las caracteriza no el número de sus asesinatos sino la simple vocación, consciente o inconsciente, del crimen. Mientras la estructura de la sociedad continúe dependiendo del dominio de una clase sobre otras para su propio beneficio y enriquecimiento económico, se forjará constantemente una superestructura con niveles de degeneración que conduce, quiérase o no, a la creación de asesinos en serie tan abominables como el como el cometido por Garabito y como el mismo régimen que esclaviza al ser humano a la explotación y la opresión sociales.