Si los españoles -permítanme generalizar- tienen el gen de la humildad jodido, inoperante, entonces ese gen pasó, se cruzó, se sublibelló (que decia el nicaraguense) y siguió campantemente inoperante en el "Nuevo Mundo". Después de matarnos a casi todos, y mezclar la sangre a los coñazos con las pocas jevas que quedaban -que no se oye muchos de caciques caribes cojiendo rollizas chicas peninsulares-, después de borrar a punta de espada y cruz culturas exquisitas, la mayor vaina que nos echaron los dioses de barba y plantillita para poder firmar, es habernos dejado el fulano gen inoperante de la humildad.
Nada se hace con humildad. Todo tiene que ser "lo primero del mundo", "lo más largo del mundo", "lo más arrecho del mundo". Las fanfarrias, los platos y bombillos que decía el poeta, para lo más arrecho que hayan parido Natura, Salamanca y Unamuno juntos.
Una escuela en Cabruta que no reciba las aguas del Río Padre las veces que al río le da la gana, no tenemos. Un dispensario que dispense en Chaguaramas, tampoco. Una planta de energía eléctrica que sirva, en el caminito a la represa de El Pao, nientefache. Un autobusito que vaya regando flores (niños que van a la escuela) por todo el camino real que va desde la Cruz del Indio a Tinaquillo, menos. Pero eso si, vamos a fundar la Quinta Internacional, sin haber acabado todavía con la Quinta Esmeralda y la rajadera de caña a costillas del Estado. O peor aún, fundando la version quinta república del "Museo Sofía Imber": el Centro Internacional Martita (CIM), un "espacio" (con aire acondicionado) para los "intelectuales" succionadores de la teta del Estado. ¡Joder!! Con esa sabana anegaiiiita de estudiantes que tiene la Universidad Bolivariana de Venezuela y sus aldeas, ¿los intelectuales necesitaban un "espacio"?? Diles alguito ahí, con sinceridad, Cicerón: "Omnia mea mecum porto". ¡Gracias!
Después de Trotsky no hay más nada que decir. Todas las cartas están sobre la mesa. A estudiar, muchachones, a estudiar. Inventar el agua tibia o inventar la rueda son faenas ya terminadas. Saber para dónde se va, cómo se va y por qué se va, empieza por poner en ejecución, con eficiencia y con -déjeme decirle a riesgo de...- con amor por Venezuela, el ir regando flores por todo el camino real.
¡Dígalo ahí, Lilia!, que algo queda...
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