Ahora que Jesse Chacón pasa por el trago amargo de tener un hermano preso, señalado de malos manejos como presidente de uno de los bancos intervenidos, se me antoja enfocar el tema, convertido en la comidilla político-periodística del momento, por el lado del drama familiar que esta situación supone para el ahora ex ministro de Ciencia, Tecnología e Industrias Intermedias.
Y es que, salvando las oceánicas distancias, que probablemente hagan temeraria cualquier comparación, el caso me hace pensar en la situación que se ha venido viviendo en el seno de mi propia familia ante la injusticia cometida con Mario Villegas, despedido en forma arbitraria del Seniat hace más de un año, y Vladimir Villegas, blanco del “fuego amigo” de algunos personajes poderosos o simbólicos de la revolución.
Ambos, Mario y Vladimir, son mis hermanos y por ambos profeso un amor sin límite, por encima de las diferencias políticas o de cualquier otro orden.
En su momento, hubo quienes me criticaron por haberme solidarizado con Mario públicamente. Como él es antichavista, y a diferencia de algunos camaleones no se calla sus opiniones, se supone que debía yo guardar prudente silencio ante la arbitrariedad de la que fue víctima.
La hermana escuálida
En aquel difícil trance, me permití recordar desde esta misma columna que hasta Simón Bolívar tuvo una hermana escuálida, María Antonia, quien apoyaba a la Corona Española mientras su hermanito luchaba por la Independencia, y aún así, cuando la vida de ella corrió peligro por la inminente llegada de Boves y sus huestes a Caracas, El Libertador desvió recursos de la revolución para salvarle la vida: envió a un grupo de soldados –que para alguna otra cosa harían falta en aquellas circunstancias- a buscarla hasta su casa, de donde la sacaron por la fuerza para montarla en un barco en La Guaira con destino a Cuba.
Es la misma anécdota que contó el presidente Hugo Chávez en su último Aló, Presidente, donde también dejó en evidencia –una vez más- la importancia de la familia en su propio universo afectivo: a Chávez se le quebró la voz cuando mencionó a su hermano Nacho.
Ni el Presidente quiere más a su hermano menor que Jesse al suyo, ni yo quiero más a los míos que ambos. En las familias estructuradas, e incluso en algunas sin esa característica, los hermanos son la encarnación de un amor incomparable, sólo superado, si cabe el término, con el sentimiento hacia la madre o los hijos. Ciertamente hay casos de odio, repudio e insolidaridad entre hermanos, pero sospecho que se trata de excepciones que sólo confirman la regla.
El caso de Daniel
En este punto me permito otra anécdota, que parecerá en principio una digresión, pero no lo es.
Daniel González era un amigo del alma. Ambos estudiamos juntos Comunicación Social en la UCV. Cuando iniciamos clases, en 1988, venía de haber sufrido un preinfarto. Su reloj vino defectuoso de fábrica. Años después requirió una especie de marcapasos, que para la época costaba varios millones de bolívares (de los viejos, claro está), que él no estaba en condiciones de sufragar ni había un seguro privado que lo costeara. Todos sus amigos nos activamos para tratar de salvarle la vida. Yo tuve la posibilidad de contactarlo con quien entonces presidía el Seguro Social e, informe médico de por medio, ese organismo terminó adquiriendo el marcapasos que le prolongó la alegría por ocho meses más. Sí, Daniel falleció al cabo de ese tiempo, pero vivió intensamente aquel extraininig, derrochando su característica bonhomía. Sus hijos lo disfrutaron un rato más. En el velorio, recuerdo haber compartido con Alfredo Vargas, otro entrañable amigo, a quien quiero profundamente a pesar del mutuo abandono y las diferencias políticas, la reflexión que aquella experiencia me dejaba: a no ser porque el Seguro Social pagó el marcapasos, quizá Daniel se nos hubiese ido antes. Sus amigos, que lo queríamos mucho, habríamos movido cielo y tierra, buscado dinero aquí y allá para comprar el aparatico, pero ninguno, le dije con tristeza a Alfredo, hubiese vendido su propio carro, y regresado a la condición de peatón, para salvar la vida del amigo. Eso sólo lo hace uno por los hermanos de sangre. Suena duro, durísimo, pero suele ser así.
Miserables tentaciones
Hay quienes tienen la capacidad de querer a sus amigos igual que a sus hermanos. Así es, por ejemplo, mi hermano Vladimir. Que lo diga, entre otros, el gordo Frasso. No dudo que, por eso mismo, la frialdad, distancia y traición de antiguos amigos suyos, compañeros de juventud o militancia, ante los ataques miserables que ha recibido, hayan tenido alguna influencia en la decepción que él viene exteriorizando respecto de la revolución bolivariana y, sobre todo, de los hombres que la conducen.
Ambos tenemos, hoy en día, serias discrepancias, enfoques diferentes, pero me duelen como si fuesen conmigo las miserias con que se le ataca con relativa frecuencia. No las respuestas que se producen en el plano de las ideas, propias de la confrontación político-ideológica, sino las bajezas, mentiras, mezquindades y tergiversaciones a las que se apela. O lo que suele hacer, por ejemplo, el conductor de La Hojilla, quien parece tener un conflicto personal con quien ideó, desde la presidencia de VTV, ese programa nocturno. A Mario Silva debo agradecerle las valoraciones positivas que ha hecho de mi libro Abril, golpe adentro, aunque también debo lamentar el que haya intentado traer de los cabellos una suerte de contraposición entre esas páginas y Vladimir. Allí, por cierto, está documentado el papel que mi hermano jugó en el rescate de la señal de VTV, cosa que nadie podrá borrar, cualquiera sea el derrotero por el que Vladimir decida luego transitar. Sea cual sea, equivocado o no, contará siempre con mi amor de hermano. Así la dinámica nos empuje a aceras diferentes.
No son comparables, por supuesto, los casos de mis hermanos con el de Arné Chacón. En otra ocasión me referiré al tema de la corrupción bancaria y la boliburguesía. Baste con consignar mi comprensión ante el drama familiar de los Chacón Escamillo. Y, por supuesto, mi solidaridad con las víctimas de la especulación financiera, veneno de la IV heredado por la V.
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