¡Un viva para el viejo camarada Ripley y otro viejo camarada!

Existen enfermedades crueles que nada justifica, siquiera, deseársela a los enemigos. Una cosa es el odio racional contra un determinado régimen económico-social y otra el odio personal, por el cual ningún psicoanalista sentiría simpatía. Y es una verdad, no sé por cuáles razones o motivos, esas enfermedades resultan atacando a seres buenos justo en ese momento en que éstos se proponen aportar todo su cúmulo de conocimientos y experiencias a las generaciones jóvenes sin que éstas, tengan que desembolsillar ni un solo bolívar por su aprendizaje. Enfermedad que anula casi todas las facultades físicas y mentales de la víctima.

El viejo camarada Ripley lleva todos los años del mundo siendo militante comunista. Lo fue cuando estudiante de medicina, lo ha sido en la política y la ideología al igual que como médico en el ejercicio de sus funciones al servicio de la salud para toda persona que ha necesitado del mismo, y lo sigue siendo en ese desigual y hasta trágico combate por la vida contra una enfermedad que no ha tenido compasión con él. ¡Maldita enfermedad, sin duda!

Una ACV mantiene al viejo camarada Ripley prácticamente paralizado; no le permite que cumpla con los deberes que para él son el producto de una vocación o convicción inquebrantable al servicio de su pueblo. Tal vez, no lo sé, por dentro de su alma naden esas lágrimas que se vierten cuando la incapacidad no deseada detiene los órganos que buscan continuar tendiéndose amigable y solidariamente en la consecución de la justicia, la libertad, la solidaridad, la equidad, el amor y la ternura sin que se atraviese por su mente ningún deseo de riqueza personal. Lo que sí sé es que el viejo camarada Ripley tiene un corazón donde caben, sin distingo de ninguna naturaleza, todas las personas que necesiten de sus conocimientos, de su solidaridad y de su deber de servicio para el bien de quienes los solicitan y los reciben.

El viejo camarada Ripley no sólo ha sido un modelo admirable como militante político comunista sino, especialmente, como un comunista político en el ejercicio de la medicina. Toda su capacidad de galeno la puso al servicio de las comunidades de su pueblo en hospitales públicos. Jamás se dejó tentar por la práctica de la medicina privada y si en determinados momentos de su vida –que fueron muchos- la ejerció en su casa o en el hogar de otras personas fue para eliminar o aliviar un dolor con medicamentos que él mismo conseguía y regalaba; para determinar un diagnóstico o recetar a pacientes sin que éstos tuvieran que cancelarle ni un solo centavo por sus servicios prestados. Esa es la verdad y no otra. Demasiada alma grande, demasiado corazón grande ha albergado en su conciencia y en su pecho el viejo camarada Ripley que lo caracterizan como un ser admirablemente especial como hombre, como médico, como familiar y como comunista.

Actualmente, el viejo camarada Ripley sólo puede desplazarse en un silla de ruedas si otras manos solidarias intervienen y que nadie debe dudar son muchas. Tres ACV le han atacado para quitarle la vida pero la grandeza solidaria de la naturaleza humana ha estado al lado del viejo camarada Ripley. No quiere que aún se marche de este mundo y anhela, sin que la ciencia tenga la fórmula de sanarlo, se recupere por completo para que no se lleve esa enorme carga de conocimientos y experiencias sin antes ponerla en poder de los jóvenes de hoy que necesitan aprenderlos como un beneficio para que continúe imperturbable ese pródigo y fructífero proceso de transmisión de la sabiduría a las nuevas generaciones, por lo menos, del futuro más inmediato. Conocimientos o sabiduría que el régimen capitalista, ya por caduco y profundamente antihumano, niega con vehemencia a los explotados y oprimidos de siempre.

El viejo camarada Ripley ha sido siempre un hombre ordenador de las ideas y un práctico de sueños posibles. Quien lo haya conocido ni siquiera es capaz de medir la intensidad de sus buenos actos, de su ancha y larga solidaridad, de su infinito amor por la redención social, aunque sabemos de su odio racional por todo régimen que se sustente en la esclavitud social. Sin embargo, aun cuando el viejo camarada Ripley se encuentra afectado en un importante nivel de sus condiciones física y espiritual, no deja de estar atento a las realidades que sacuden el mundo y, en especial, a los hechos más importantes que acontecen en el país donde nació, donde estudió, donde ha hecho su vida de militante, donde ha formado su familia, donde ha logrado establecer una vasta red de amigos y de personas que lo aprecian y lo admiran, y donde ejerció la medicina al servicio del pueblo sin nunca proponerse –hay que repetirlo- acumular riqueza económica personal. En fin, en su reducida condición de vida actual no deja de interrogar a sus visitantes sobre problemas vitales de este tiempo y tampoco de dar sus valiosas opiniones sobre los mismos aunque resulte complejo entenderle sus palabras.

Lo que es más: no es mucha la diferencia entre un sueldo mínimo de un obrero medio y el salario que percibe el viejo camarada Ripley por el seguro social como pensión por su largo y exitoso ejercicio de la medicina en el país sin que jamás ningún paciente haya tenido queja ni reclamo contra él. Nunca tampoco él se ha quejado ni reclamado un sueldo para su beneficio que supere ni siquiera en dos veces el de un obrero medio. El viejo camarada Ripley ha sido y lo sigue siendo, ciertamente en su conducta de trabajo, en su capacidad de servicio y su visión de mundo y aunque parezca exagerado, un reflejo fiel de aquellos gloriosos militantes de la Comuna de París de 1871 que a punta de pan y sin importarles beneficios individuales quisieron cambiar el mundo con el ejemplo de una extrema vocación de servicio y de generosidad sin límites o de aquellos militantes de la más excelsa revolución proletaria que haya conocido la humanidad hasta hoy: del bolchevismo ruso de 1917, que todo lo pusieron en provecho de la revolución internacional sin detenerse en los hitos del nacionalismo fronterizo. Eso no es lisonja, es la verdad.

Confieso, igualmente, que existe otro viejo camarada internacionalista, de origen colombiano, hombre –al igual que su compañera de siempre en el sentimiento familiar- de mil y más combates en condiciones de muchas adversidades tanto en lo urbano como lo rural. Tiene un corazón tan inmenso, pero tan inmenso de conciencia y de solidaridad y de ternura, que se encuentra en ese listado, donde también está inscrito el nombre del viejo camarada Ripley, como los seres más alejados –porque en nada lo comulgan- de ese sectarismo y de ese dogmatismo políticos e ideológicos que, en diversos tiempos, le han hecho un daño terrible a los procesos revolucionarios que se han planteado la construcción del socialismo. De esto pueden dar fe miles y miles de militantes y combatientes revolucionarios de varios países. Los que hemos tenido la oportunidad y el privilegio de conocerlo y escuchar sus palabras de enseñanza y orientación, sobre los conocimientos de diversas ciencias sociales, más que seguro, hemos sentido un largo latido de corazón abriendo un vasto espacio de afecto, admiración y por qué no de amor por su sabiduría conquistada en ese mundo de difíciles y complejos batallares en la lucha de clases y de una exitosa lectura bien interpretada de la doctrina marxista. Ese viejo camarada escribe y habla deliciosamente y con muchos aciertos de diversos tópicos sociales.

A diferencia del viejo camarada Ripley, todo lo que se escriba o se diga oralmente sobre el viejo camarada internacionalista, de origen colombiano que también está bastante enfermo pero en plenitud de su capacidad intelectual, debe poseer el sumo cuidado de no darle una pista a los hacedores de muerte que día y noche –durante varias décadas- han planificado y continúan planificando y activando para encontrar la oportunidad o papaya de asesinarlo, porque, entre otros elementos, es demasiado prolongado y fructífero -en múltiples campos de la experiencia y del conocimiento- su trajinar o juglaría de revolucionario que puede y, de alguna manera, está aportando a centenares de camaradas colombianos, venezolanos y de otras regiones del planeta. No pocas veces ese viejo camarada y roble de la revolución internacionalista –culto venido de pueblo llano, metódico y precavido- ha dejado con los crespos hechos y frustrados a los emboscadores que han intentado arrebatarle la vida para cobrarle su valiosa y próspera actividad de comunista. Ese viejo camarada pertenece a esa selecta legión de maestros que cuando terminan de dictar su clase magistral de conocimientos, se siente mucho más satisfecho de lo que ha aprendido de sus alumnos que lo que ha enseñado. Y eso se debe a que su principio de la formación intelectual tiene como punto neurálgico en pensar y actuar como maestro y alumno al mismo tiempo. Por eso jamás subestima la capacidad o la inteligencia de nadie. ¿Entienden el por qué no decimos su nombre y su apellido?

Es un viejo camarada que de tanto penetrar en la profundidad de las aguas del conocimiento y la experiencia y de allí subir a la superficie haciendo sus análisis, meditaciones y reflexiones de los diversos tópicos de la política, la ideología y la economía, que con una facilidad increíble -como si el destino del mundo se determinara en los reflejos de una bola de cristal- vaticina hechos con una exactitud asombrosa. Es un viejo camarada que cuando las necesidades le exigen caminar, hace su camino andándolo, sin que se le escapen los detalles de las intrincadas complejidades de la vida, pero cuando las circunstancias plantean volar, pareciera que de su cuerpo brotaran alas y se eleva por encima de las realidades con una mirada mucho más aguda y precisa que la del águila. No se pela en el pronóstico. Viejo camarada que con sus manos creadoras y su alta conciencia revolucionaria ha tallado el arte del conocimiento en miles de miles de camaradas. Por eso, entre tantas cosas, buscan los hacedores de la muerte quitarle la vida. No sé, si ese viejo camarada, nació protegido por una aurora de larga y profunda visión del tiempo y el espacio. Es un viejo camarada que siempre tiene un acertado consejo a la mano para tenderlo solidariamente –especialmente- a los jóvenes para que éstos inventen más y así puedan errar menos. Es, en el sentido más profundo de la palabra, un verdadero maestro de la revolución.

Lo que aquí se dice de los dos viejos camaradas citados en nada desmerita la valía de centenares de viejos camaradas colombianos y venezolanos o de otras regiones que, de la misma manera, han dedicado toda la vida y todas sus luchas para brindar a la humanidad un nuevo tiempo pleno de justicia, libertad y solidaridad. En los pechos de esos dos viejos camaradas no hay espacio para albergar ni una sola partícula de mezquindad hacia todos los que, por una u otra razón humana en beneficio de la lucha revolucionaria, necesiten de su solidaridad en los diversos campos que las ejercitan. Si esos viejos camaradas llegasen a escribir, cosa que seguramente nunca harán en sus vidas más por humilde modestia que por otra cosa, sus autobiografías, legarían al futuro una estepa verde de conocimientos y experiencias. ¡He allí la grandeza de dos seres humanos súper especiales en esta vida de prolongada, difícil y compleja lucha de clases!

¡Que Dios, el marxismo y la naturaleza les den larga vida, pero reponiéndoles por completo la salud! ¡Un viva de aplausos eternos para esos dos viejos camaradas!



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Freddy Yépez


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