Cuando las campanas piadosas de alguna iglesia anunciaron en 1830 el fallecimiento de uno de los tres majaderos más grandes del mundo, sus enemigos fraguaron la idea homicida de borrar para siempre su memoria y su legado histórico, de modo tal que los pueblos que encaminó hacia la libertad fueran presas fáciles de su rapiña insaciable. Confabulados luego con el incipiente imperialismo anglosajón, la nueva jauría de depredadores se dio a la tarea no alcanzada totalmente de utilizar la figura de aquel singular majadero como el ropaje de legitimidad que requería para el dominio eficaz y permanente de aquellos pueblos irredentos, disminuyendo así el significado fundamental y aleccionador de la gesta libertadora cumplida bajo su guía. De esta manera, al destierro que sufriera en vida, vino a agregársele el más ominoso destino al concedérsele una gloria estatuaria inocua, descontextualizada y vacía, emparentándolo -incluso- con un panamericanismo bajo la égida imperial de Washington jamás compartido por él, ya que su convocatoria a una gran reunión de plenipotenciarios en el Istmo de Panamá estaba dirigida esencialmente a las recién independizadas naciones americanas, excluyendo explícitamente a Haití y a las antiguas colonias británicas.
En esta centuria, El Libertador Simón Bolívar es un pensamiento vivo, hecho carne y acción gracias a las luchas libradas por los pueblos de nuestra América, la cual ha comenzado a andar con pasos propios -para escándalo de los herederos de la doctrina Monroe-, en un camino no exento de dificultades ciertamente, pero con el ánimo y la esperanza suficientes para ocupar el digno sitial que le corresponde y le fuera arrebatado tempranamente por aquellos que siempre se han considerado a sí mismos superiores, tanto los de la vieja como de la nueva Europa. Esta feliz circunstancia histórica representa el despertar nerudiano de Bolívar, convirtiéndose así nuestra América en la vanguardia de las luchas populares a nivel mundial, cuestión que molesta y atemoriza sobremanera a los principales beneficiarios de un modelo de civilización capitalista ya agotado, aunque aún capaz de engullirnos en su loco empeño de destruir al planeta entero para satisfacer sus mezquinos intereses económicos. Por ello, el pensamiento, la acción y el ejemplo del insigne caraqueño se han convertido en un referente histórico altamente subversivo, aún para quienes le invocan, seguros de su nueva ortodoxia.
Pero, hay que resaltar que, así como las elites dominantes aspiraron inútilmente desterrarlo definitivamente de la memoria colectiva de nuestra América, Bolívar se ha hecho ícono irreemplazable en sus múltiples luchas políticas, económicas, sociales y culturales. De nada valió que se aplicara en estas naciones la doctrina de seguridad nacional concebida por el imperialismo yanqui, ni la sumisión vergonzosa de tales elites, asesinando, encarcelando, desapareciendo o exiliando a cientos de miles de mujeres y hombres de distintas edades, cuyo único pecado fue determinarse a hacer realidad los ideales de Simón Bolívar y de otros próceres latinoamericanos y caribeños de una sociedad libre y democrática. De ahí que pretendan cercenar una vez más los sueños y las luchas de los pueblos de nuestra América. Sin embargo, éstos no se detendrán. Hay un camino que comienza a despejarse y tiene en el Libertador la mejor guía para transitarlo exitosamente, sin olvidarse por ello de las acechanzas de los imperialistas del norte y de sus aliados europeos, así como de la necesidad estratégica de la integración continental bajo parámetros absolutamente distintos a los meramente económico-comerciales.
De esta forma, Bolívar vive. ¡No estaba muerto! Su espada -como lo proclama la consigna voceada en todo el continente- recorre la América Latina en un despertar de pueblos que signará, sin duda, el siglo que recién iniciamos.-