A Juan Veroes

La cacería

 El tío Virgilio La Cruz tenía dos perros cazadores, hermosos, fieles y agiles animales, Joropo y Yuber, corrían adelante entre fríos y prolongadas caminos, compartió con ellos días junto a sus noches, historias y compañía en las solitarias, altas y duras montañas de La Mucuy del Estado Mérida,

 Una vez arriba, había que tener mucho cuidado, puesto que los perros eran la valiosa garantía de volver, sabían la ruta de regreso y por su fidelidad estaban prestos a proteger a los cazadores de cualquier oso u otro fiero animal que se les presentara, también había que estar muy pendientes de ellos, no vaya a ser que se encontraran algún encanto de las montañas y los silenciara para siempre, y jamás volverían a verles.

 Ante la puntería del plomo de los cazadores sucumbían lochitas, pavas, torcazas, puerco espines, cachicamos, faros, conejos de monte, cuando descansaban lo hacían pescando truchas de hasta ocho kilos, eso sí, había que macerar la paciencia para sacar ese inteligente y fuerte pez sumergido en la profundidad de aquellas lagunas, también estar muy atentos ante la magia de aquellas aguas, porque una vez que se enamoraban, sobre todo de los jóvenes, iban por ellos y difícilmente volverían a regresar.

 Luego de la cacería los hombres retornaban, los perros delante, ladraban y anunciaban la llegada de sus amos, estos traían tras sus hombros pesados animales silvestres, y después de una dura jornada de trabajo de la cual habían partido bien de madrugada y a veces regresaban a los dos días, sus familias se preparaban para arreglar aquellas carnes.

 En sus casas que no tenían luz eléctrica, las mujeres esperaban con sal en grano molida sobre piedra y con aliños arreglados, separadas ordenadamente en diferentes tazas, empezaban el acomodo, primero los animales eran lavados, luego preparados, ya venían sin las vísceras y las agallas, los cazadores las habían utilizado como carnadas para capturar a la valiente trucha.

 Quitaban el cuero a los diversos animales y lo curaban, luego lo utilizaban para hacer taburetes o remendar cualquier improvisado utensilio a utilizarse en casa, campo, o en la misma montaña.

 Cuando todo estaba listo, las carnes eran colgados en improvisados garfios dentro de los grandes patios y corredores, otros eran pasados al humo de sus cocinas de leña. Así se alimentaban y crecían los fuertes hijos de La Mucuy, aun hoy, muchos de ellos sobrepasan los cien años, se les ve arrecostados, recordando muy atentos, sintiendo los ladridos de sus viejos y fieles acompañantes.

*M Sc. Ciencias Políticas

 venezuela01@gmail.com




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Miguel A. Jaimes N

Politólogo. Magister scientiae en ciencias políticas. Doctor en ciencias gerenciales. Posdoctor ontoepistemología en geopolítica de las energías. Cursando doctorado en letras. Cursando Posdoctorado en literatura del petróleo en Venezuela. Libros: El oculto poder petrolero, apertura petrolera, poder de PDVSA vs. poder del estado. Petrocaribe la geogerencia petrolera. Primera edición. Petrocaribe la geogerencia petrolera. Segunda edición. Director del diplomado internacional en geopolítica del petróleo, gas, petroquímica y energías – Venezuela. Director de la web https://www.geopoliticapetrolera.com

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