Lo que nunca ha estado en la planificación material de los grandes y poderosos amos del capital es la inversión de tiempo en pensar, por eso son pragmáticos; al mezclar el empirismo con el racionalismo terminan por convertir su cerebro en un órgano del ocio, vacío de la creación pero harto de egoísmo, mecanizándose por la poligamia, la envidia y la avaricia. Y como no quieren competencia en esa automatización pagaron bien para que tecnólogos y científicos les crearan un agente, un trabajador del cual no tengan que preocuparse en intenciones de ser desplazados de las ganancias, porque como el robot no firma ninguna cláusula de jornada de trabajo no posee, tampoco, tiempo limitado para sus funciones. El robot es el “obrero” del siglo XXI. Pero la tecnología y la ciencia se han escapado, en muchos aspectos, de las manos de los grandes amos del capital, han entrado en contradicción antagónica con las relaciones de producción capitalista; y, lo que es más, el robot se ha internacionalizado mucho más que el obrero, lo cual lo ha llevado, incluso en su más atrasada irracionalidad, a odiar las limitaciones que le impone la política fronteriza del capitalismo. De esa manera, el robot gringo no entiende ni acepta nada que lo diferencie del robot japonés o ruso, del francés o inglés, del alemán o del que hace modestos trabajos en la China que no ha alcanzado el nivel de desarrollo de una nación de capitalismo altamente avanzado. Eso es un grave dilema para los dueños del capital que de tanto invertir en crear robot sumiso y con gran capacidad de producción no han podido introducirle un cerebro electrónico que elimine todo rasgo de desobediencia al amo, al capitalista. Está demostrado que no existe fórmula posible que un régimen que se base en la explotación de la mano de obra ajena o contratada pueda crear, al mismo tiempo, una fórmula que esclavice de por vida el espíritu del verdadero productor de la riqueza social. Y el robot, es un productor de riqueza social.
El capitalista, por su ceguera mezclada con un afán inusitado de riqueza, no llega a percatarse que el robot tiene ojos, tiene oídos, tiene manos y que de alguna manera lo hacen pensar, y tiene sus sentimientos escondidos en ese espacio donde la tecnología no le coloca el corazón sino unos cables que hacen la función de las venas y de los nervios. El capitalista llega a creer que jamás la electricidad se transforma en sangre ni ésta en el ardor transformador de la electricidad en socialismo.
Por muy elevada que sea la tecnología y muy desarrollado que sea el robot, siempre el cerebro y las manos del humano tienen relación directa con el manejo y control de lo mecánico y de lo electrónico. Es la era del botón, de la más alta y desarrollada tecnología de este tiempo, lo cual implica, si el proletariado de los países capitalistas altamente desarrollados se lo propusieran rompiendo con todos los conceptos de fronteras, el de las camisas de fuerza inmovilizando cuerdos que mal gobiernan el mundo en provecho de poquísimos y perjuicio de muchísimos.. Apretando un botón sale disparado un avión sin la presencia del piloto; apretando un botón salen disparadas las bombas desde un avión, un barco o desde cualquier lugar en que se le programe para tal fin; apretando un botón puede desatarse una guerra que destruya, por lo menos, la mitad del planeta pero, jamás y nunca, de manera completa. Ningún mandatario o guerrerista, por muy pendejo y ambicioso que sea, cometería la estupidez de ponerse a lanzar bombas a diestra y siniestra para arrasar con el mundo entero y que no quede ni una sola evidencia del género humano sobre la Tierra. ¿Qué capitalista obtendría, entonces, ganancias por venta de urnas, velorios, velas y entierros?
En la actualidad, muy avanzado se encuentra, el proceso de construcción del robot-soldado y otras armas militares robotizadas (como el tanque por ejemplo) para sustituir al soldado-humano en las tareas más peligrosas; en esas donde recibe respuesta de muerte casi segura como cuevas, cerros empinados, zonas montañosas, barrios hostiles a determinados Estados, vías consideradas como minadas. Es decir, se está construyendo el robot y otros objetos no para ponerlos al servicio del progreso social sino de la guerra que esclaviza al ser social.
Lo que desconocen los hacedores de guerra es que ese robot-soldado y armas militares robotizadas igualmente se hastiarán de ser utilizados contra los pueblos y en favor de la explotación y la opresión de muchísimos por pocos. Entonces surgirá la sorpresa de la genialidad en beneficio de la redención social manifestándose en el cambio de dirección de lo creado por los hacedores de guerra para combatir al mismo capitalismo, porque se sabe que el socialismo sólo puede ser construido sobre lo más avanzado del legado capitalista más la puesta en servicio de las ciencias y la tecnología para el bien común y no de la satisfacción exclusiva de necesidades materiales y espirituales del reducido número de burgueses u oligarcas que actualmente dominan a su antojo el mundo. El pragmatismo terminará siendo el patíbulo y el robot-soldado quien hale la soga para que el capitalismo y los burgueses se dejen de tanto joder el mundo explotando y oprimiendo a la masa creadora de riqueza social. Las manos del proletariado, cuando rompe con los reducidos conceptos de fronteras nacionales, se transforman en la verdadera fuerza creadora de porvenir emancipador de toda esclavitud social.