(Bello, primera fuga de cerebros)

Cuando los Libros son una Carga

Curiosamente, cuando el loado Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Concepción Palacios y Blanco reconoció que la “moral” y las “luces”  de su  tiempo  debían popularizarse hacia el resto de la población de los menos pudientes, de los explotadores menores, no aludió a los esclavos de las haciendas de sus familiares ni a los suyos propios ni a  los de los demás mantuanos, esclavistas todos.

“La enseñanza   oficial era “escasa y rutinaria”… (Augusto Mijares, El Libertador, Caracas 1987). Y “Las primeras ideas de los naturales acerca  de las humanidades  las aprendieron en libros extranjeros…” (Ibídem, cita de Baralt). 

La negación de la educación popular no es un caso aislado ni exclusivo de país alguno. Dícese  que  Karl H. Marx fue el más grande pensador de  Alemania más  silenciado durante más tiempo.

El más pendejo esclavista, ese que sólo podía comprar negros ancianos o minusválidos,  sin embargo disponía de 4 y hasta más cachifas en sus solariegas casas del Valle Caraqueño,  de unos 35.000 habitantes hispanos, y de más allá.  No se conoció nodrizas blancas, aunque  estas fueran tremendas  analfabetas como casi todas las mujeres de esa época.

Hasta la aplicación del   Decreto de Instrucción Pública de 1870 la claridad   de esas luces venezolanas fue un privilegio clasista y feudal que se trocó en burgués, como burgués fue toda la gestión guzmancista.

La mercantilización o aburguesamiento de la Educación daba comienzo  en aquella Venezuela preñada de analfabetos y analfabetas. Un desaprovechado mercado potencial  estaba allí listo para su explotación.

Los populistas de siempre empezaron  su lucha proselitista  y a cargar al Estado el peso de sus burócratas del magisterio, de quienes   les garantizarían su ascenso al poder. Andrés Bello cayó en  esa cuenta, no quiso ser educador de niñitos de  Papá y  se marchó bien lejos hacia Chile. De este educador y científico podemos decir que fue la primera fuga de cerebros importantes de este territorio caribeño.

Luego de 140 años, una mejor moral y muchas luces siguen siendo las principales  necesidades insatisfecha de estos pobladores venezolanos, más allá de aprender la “o” sólo por su redondez o circularidad.

Una prueba contundente del desprecio que sigue teniéndose por la educación en nuestro país nos lo ofrecen unas autoridades universitarias impunes y plagadas de administración non sancta, según lo demostró matemáticamente el ex Ministro Samuel Moncada.

Y el otro ejemplo de desprecio hacia la Educación venezolana que nos ocupa es el de haber convertido los libros de nuestra niñería, de nuestros adolescentes y universitarios en una pesada carga no sólo presupuestaria  para el Estado por su incompetencia gerencial comprobada a  lo largo de siglos,  sino de un peso gravitacional discordante con las fuerzas de estos pequeños, y del poder adquisitivo de sus padres y  representantes.

Una educación que de gratuita no tiene nada puesto que se recarga en los impuestos, como el IVA que hoy nos castiga con más de 12%, un IVA que se rebota negativamente sobre el Presupuesto Nacional ya que el Estado también sufre de retruque el efecto deflacionario de sus ingresos fiscales en bolívares, con lo cual merma la  partida de  Educación, cosas así.

Como la educación burguesa es obligatoria supone que el costeo de esa educación va con cargo a menos comida, menos calzado, etc. Por eso   la biblioteca familiar no ha existido sino  en las familias de mucho poder económico. Las de “clase media” no saben tenerla salvo con fines meramente pantalleros y decorativos.     

Una educación “obligatoria”  para un pueblo plagado de necesidades crónicas propias de un estado burgués, de proletarios subpagados y especulados, es una educación paradójicamente más empobrecedora que enriquecedora.   Bibliotecas con déficit crónico, una población estudiantil consecuentemente deshabituada  a la lectura trocada por “esa basura” televisiva e internetiana que ningún gobierno burgués ni pseudosocialista puede  ni podrá  controlar en beneficio de sus ciudadanos, son pruebas irrefutables de la existencia de libros cargosos para la mayoría.

El burguesismo impone libertad de corrupción, de pornografía,  de mendacidades, de politiquería bizantina y  corrupta, de parlanchinería y chismografía  preconceptuada como “libertad de expresión”, etc. Por  otra parte, todavía ningún sindicato ni gobierno le ha sugerido a los patronos que costeen directamente la educación de los hijos de sus trabajadores. Y si el patrono reconoce este coste en el salario, este seguirá padeciendo de  déficit educacional.

Todo lo cual configura una  molesta carga  de libros que se han convertido en el dolor de cabeza  de las  familias cada nuevo comienzo del año escolar, cada tránsito hacia el bachillerato, casa paso  hacia la universidad, y cada semana que se come menos para educarse mejor con cargo al sempiterno salario de hambre o burgués. 

marmac@cantv.net



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Manuel C. Martínez M.


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