La Venezuela actual vive una etapa en la cual la memoria le recuerda como la querían desaparecer como estado independiente y soberano, hasta convertirla en una simple colonia cuyo papel seria el de surtir a la gran metrópolis de toda las materias primas que tuviere en su suelo, a cambio de baratijas y transculturización, que le reforzaran a su pueblo el complejo de inferioridad respecto a los catiritos ojos azules, drogadictos y depravados. Eso en la dirección del pasado; una realidad que el espíritu rebelde venezolano impide hoy tan siquiera imaginar. Esa pesadilla está representada por lo que fue AD, COPEI y sus mini derivados: Convergencia, Un nuevo Tiempo, Proyecto Venezuela y sus tres pelagatos, Primero Injusticia, incluyendo los inmorales traidores de Bandera Roja. En la otra dirección se encuentra una alternativa, en la que el ideal del deber ser, es dibujada de una manera y la realidad presenta de otra. Esa alternativa encarnada en un movimiento y un hombre que interpretó las angustias populares y un día 4 de febrero de 1992, insurgió contra el desastre
En la revolución que yo quiero: la palabra es consecuente con la conducta ¿es utopía? No, es la oportunidad de hacer lo debido, de sentar precedentes que indiquen que de verdad se quiere un nuevo mundo y que hay la disposición de aportar el grano de arena necesario para hacer la playa universal del nuevo paradigma. ¿Cómo se puede hablar de revolución socialista, humanista e incluyente, y a la vez ostentamos y defendemos privilegios que son emblema de lo que se pretende cambiar? En la sociedad ideal revolucionaria, el funcionario no es un ser supra social, no, es un servidor publico cuya función primordial es prestar el servicio eficiente y oportuno a los ciudadanos. En esa Venezuela, el legislador, el juez, el, presidente, el portero, el cobrador, el conductor, el estudiante, el profesional etc. Es ejemplo viviente de la estructura social, cada cual en su posición sirve de manera eficiente a los demás, recibiendo la remuneración adecuada para garantizarle una vida decente, holgada, con cobertura total de los servicios y bienes necesarios para establecer el núcleo familiar. Una sociedad en la cual las capacidades mayores no son medios para mancillar; si no que por el contrario, son un compromiso para aportar mas al bienestar colectivo.
Lucho por una revolución, donde la asistencia integral del ser humano, esté por encima de su condición social, incluso donde la palabra misma “sociedad” sea sinónimo de igualdad. Creo en una revolución, que repotencie al estado, que le de supremacía por encima de los egoísmos individualistas, que garantice la unidad y fortaleza de la organización popular en pro de su bienestar colectivo, que se crezca colectivamente cuando el enemigo externo o interno pretenda imponer sus esquemas de división para reinar en el caos. Es sabido que el estado no puede permanecer por encima de lo humano, incluso hasta en la relación de éste con la naturaleza, pero mientras existan fuerzas demoniacas en algún lugar del planeta, tratando de sacar beneficio de las diferencias naturales de hombres y mujeres (en términos de capacidades, raza, sexo) el estado es la mejor manera de fusionar los intereses colectivos, frente a las ambiciones desmedidas de los manipuladores. Es decir, el estado controlado por las fuerzas sociales o socialistas – el pueblo -.
Creo en una revolución, en la cual los sueldos obscenos y ofensivos hacia la dignidad de quienes realmente crean y generan las riquezas, los obreros y campesinos. Una revolución solidaria con los hermanos del mundo, única vía para acabar con las guerras generadas por los egoístas y ambiciosos que por poseer lo que no les pertenece, agreden para arrebatar. Creo en una revolución socialista, como paso previo al comunismo, que termine por sepultar al capitalismo explotador y avaro. No se asuste con la palabra y sistema de sociedad comunista, ese es el estado ideal de convivencia humana, donde las diferencias desaparecen y todos tienen igualdad de derechos de todo orden.
javiermonagasmaita@yahoo.es