Como cemento hidráulico tiene la propiedad de fraguar y endurecer en presencia de agua, al reaccionar químicamente con ella para formar un material de buenas propiedades aglutinantes.
El cemento portland es el tipo más utilizado como aglomerante para la preparación del hormigón o concreto.
Fue inventado en 1824 en Inglaterra por el constructor Joseph Aspdin. El nombre se debe a la semejanza en aspecto con las rocas que se encuentran en la isla de Pórtland, en el condado de Dorset.” De Wikipedia, Internet, en fecha de hoy.
Hasta ese fatídico día inglés los procesos de biodegradación reinantes sobre este planeta a través de las cadenas fitotróficas conocidas perdieron su libertad de movimiento. Desde entonces tales procesos indeteniblemente vieron constreñido su espacio natural, a tal punto de que cada día va privando sobre la faz terráquea la desertificación con grisáceos baños de hormigón, a manera de una desenfrenada fobia a todo lo que huela a tierra fresca recién mojada.
Hay Ingenieros y Arquitectos, muy enriquecidos de dólares, de cierto renombre (?), que favorecen la arborización con pinos y plantas no frutales porque estas atraen insectos, cosas así. El tapizado con cemento de espacios naturales y su macadamización y encementado de las viviendas lo han vendido como medida positiva de salubridad, obligatoria y constitucionalmente impuesta a los ciudadanos del mundo.
El hormigón se apropió de la Arquitectura industrializada a partir de ese nefasto siglo XIX atentatorio contra la sanidad de los seres humanos. Se provocó un entorpecimiento del libre ejercicio ecológico del proceso de biodegradación renovable, por causa del empleo del cemento Portland que nos ocupa. Lo ha desacelerado, al punto de dar pie para la formación de instituciones y grupos de personas luchadoras por la defensa del medio, pero que muy poco se han detenido, por no decir ni un segundo, en este dañino sintético de la construcción inmobiliaria y viaria Esta cementización impide que virus, bacterias y muchos residuos orgánicos se truequen en cadenas circulatorias favorables para la Fauna y Flora de holística organización, y lo hacen en dañinos síndromes patológicos causados por esos mismos virus, esas mismas bacterias y residuos biológicos que ahora buscan el cuerpo de animales y personas como alternativa a la tierra en vivo que hemos ocultado y “enterrado” bajo gruesas capas del duradero y pétreo hormigón con cargo al cemento Portland.
Dejamos a un lado la aplicación de este sintético en obras que no cubran el espacio horizontal rasero con la tierra que dejamos de pisar cuando la encementamos. Recordemos que cuando las casas tenían piso de tierra, al barrérselas estos se compactaban de tal manera que el polvo depositado se integraba sin perder la porosidad absorbente tan necesaria para la biodegradación que hoy impide este cemento Portland. Antes de este insalubre sintético las calles y calzadas solían chupar toda el agua de invierno y una vez disecadas nos devolvían un polvillo virtualmente “pasteurizado” libre de bacterias y virus que la misma biodegradación había descompuesto y neutralizado en partes menores.
No en balde la humanidad ha visto proliferar novísimas enfermedades bacterianas y viro patológicas que, de paso, no terminarán de eliminarse mientras la industria de la Farmacopea muy maltusianamente traduzca en billetes clasistas toda esa morbosidad y la elevada morbilidad causadas por el feraz cultivo de enfermedades infectocontagiosas fomentadas, preservadas y estimuladas por el cemento Portland.
El caso es que antes de su aparición todos los desperdicios biológicos, la flema nasal, los esputos y todo el segmento de fauna y flora microscópicas y de tamaño insectil iban biodegradándose en la medida que la tierra “descimentada” los recibía para aplacar su sedienta necesidad de nutrientes.
Hoy cada cm de loza, de cemento portland, de hormigón en calzadas, aceras, cunetas pisos de casas y edificios son repelentes per se a cualquier intento de biodegradación de estos agentes patógenos que tanto nos enferman la salud y el bolsillo.
Una paquete de bacterias, pongamos por caso, sale de nuestra saliva, cae al suelo encementado y allí se limita a disecarse para luego ser reconducida eólicamente a nuestras fosas nasales que servirán de vehículo contaminoso de aquellas enfermedades, bacterias patógenas que la tierra “pelada” libre de concreto procesaría gustosamente para sí y nos las devolvería a través de compuestos bionaturales no patológicos.
Luchar hoy por hoy contra esa férula atentatoria del medio, es quizás la lucha más descuidada e inadvertida que hoy protagonizan los nobles defensores del equilibrio ecológico mundial. Y luchar contra la industria del hormigón sería tanto como enfrentar al sistema capitalista sin ser comunista.