El 26 de febrero se cumplieron ocho años de la puesta en marcha de aquel
plan de los meritócratas petroleros, que se encontraba insertado en otro
mucho más grande, el cual incluía el asesinato de decenas de inocentes y
el golpe de Estado de abril de 2002.
Quienes asumimos como uno de nuestros escenarios de lucha, en defensa de
la revolución, la PDVSA en la cual laboramos, enfrentamos a los golpistas
desde adentro y fuimos, en consecuencia, perseguidos y despedidos aquel
12 de abril, previo al día de la gran victoria.
Estos hechos vienen a nuestra memoria al conocer la renuncia a la
revolución (no al PSUV como pretende hacer creer) de Henry Falcón y
aunque parecieran no tener relación alguna, la tienen a partir de nuestra
propia experiencia.
En aquel entonces, trabajaba en PDVSA Occidente un gerente de muy alto
nivel, quien resultó despedido aquel 12 de abril en el cual el odio y el
fascismo casi se tragan la patria.
Despedido, como tantos otros fuimos, por no sumarse al paro, por ser
chavista, por “no respaldar al Presidente que tenían ahora”.
Con la victoria del pueblo y el retorno de la democracia aquel gerente
regresó a su puesto de trabajo, supuestamente con la moral en alto,
henchido de pasión revolucionaria y con una imagen repotenciada de hombre
comprometido y resteado con la revolución.
La historia habría de demostrar, sin embargo, que la realidad era otra
bien diferente y que aquel pobre diablo traía el miedo metido en el
cuerpo y las contradicciones carcomiéndole el alma.
En la medida que la lucha se tornaba más dura dentro de la vieja PDVSA y
los meritócratas petroleros profundizaban sus planes conspirativos y
arreciaban en prácticas intimidatorias, segregacionistas y fascistas; el
alma de aquel gerente crecía en angustia y pugnaba por salírsele del
cuerpo.
Había que organizarse, había que planificar acciones de resistencia y
había que ganar tiempo para fortalecer el gobierno, pero aquel hombre
tenía cada vez menos entusiasmo, aunque no dejaba de definirse como
revolucionario y leal al presidente Chávez.
Llegó así el 2 de diciembre de aquel 2002 y con él la traición a la
patria expresada en el sabotaje petrolero. Para sorpresa de muchos, pero
no tanto de otros, aquel gerente apareció en público caceroleando al
Presidente al lado de los golpistas, con una franela que decía en su
pecho “Ni un Paso Atrás”… El resto de la historia es conocida por el
pueblo venezolano.
Algunos años más tarde coincidimos en un aeropuerto con ese personaje y
nos atrevimos a preguntarle que lo había llevado a consumar aquella
traición. Su respuesta fue todo un poema y aún está fresca en nuestra
memoria, nos dijo:
“Mira, uno puede amar al pueblo humilde, pero habita, se reúne, va al
supermercado y a la iglesia, y hace toda su vida al lado de unas personas
que tienen un nivel social diferente. Con ellos es que quiero seguir
viviendo.
No me fue posible soportar su rechazo, el que mis hijos fuesen
clasificados de chavistas en el colegio; el que murmuraran y señalaran a
nuestro paso; el no poder asistir al club de siempre; el dejar de ser
invitado a reuniones sociales y el que me cacerolearan en el trabajo”.
En resumen, el pobre optó por renunciar a los principios, tragarse la
dignidad y rendirse ante la actitud fascista.
Henry Falcón ha vivido una historia similar. Creyó en esta revolución y
en el comandante Chávez hasta que comenzó a entender que tenía que tomar
partido entre la eterna lucha por los intereses del pueblo y su vida
personal al lado de un sector de la pequeña burguesía larense.
Se trata pues de un problema de ideología, de conciencia… Falcón no daba
para más.
Esos con lo que aspira a convivir por el resto de su vida, lo desprecian
como chavista, pero están dispuestos a abrirle los brazos y a
“perdonarlo” si traiciona al comandante y a la revolución.
El dio ya el primer pasó y ahora se le vendrán encima a exigirle más.
Al igual que aquel ex gerente petrolero, tendrá que tragarse su dignidad
e historia para ser aceptado por aquellos con quienes coincidirá muy
pronto en su odio contra el Presidente y los chavistas.