Benedicto XVI pretende hacerle creer al mundo que está muy avergonzado, sorprendidísimo, por la interminable cadena de denuncias sobre pedofilia que se han desatado en varios países del mundo. Cualquiera que le escucha piensa que es sincero el Papa cuando habla de "arrepentimiento, sanación y renovación".
Sobre el abuso de menores por parte de los hombres que esconden sus bajezas dentro de la sotana, se ha escrito, filmado y dicho mucho. Han sido numerosos los escándalos pero nunca como ahora, tantos y tan repetidos.
Que el vagabundo irlandés Brendan Smyth haya violado al menos a cien niños durante cuarenta años, pone de manifiesto complicidad, ocultamiento, encubrimiento y la sinvergüenzura de una Iglesia que debe haber conocido sus fechorías hace mucho tiempo, pero que ha preferido tapar la felonía para no alborotar el escándalo.
Pero la olla podrida se destapó en Brasil, en Holanda, en Alemania, en Estados Unidos, en Austria, y quién sabe dónde más, porque de las estadísticas que ocurren confesionario adentro o detrás del púlpito, nadie lleva la contabilidad.
Y eso seguirá siendo así, mientras los altos jerarcas católicos sigan aferrados al celibato como demostración de la "pureza" de sus representantes. Semejante arcaísmo, similar al que prohibe el uso de los anticonceptivos porque son inmorales, que veta el aborto porque las mujeres tienen que parir los hijos que Dios les mande, seguirá engendrando estos demonios que disfrazan sus desviaciones bajo la falsa moral de un hábito.
Un montón de tipos se reúne en un cónclave y entre ellos, intrigas, conspiraciones y asesinatos de por medio, deciden quién será el que representará los mandatos celestiales en la Tierra.
Ese arrebato de soberbia, igual al de los judíos que se creen el pueblo escogido, no puede seguirse sosteniendo sobre la base de mentiras.
Si la Iglesia católica no se baja de su limbo, se despoja de su arrogancia y comienza a patear barrios y favelas para conectarse con la realidad de los pueblos, seguirá perdiendo su feligresía, ya suficientemente abochornada con las asquerosidades de esos babosos pedófilos, que deberían estarse cocinando en la quinta paila del infierno.
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