(Originalmente publicado en El Nacional, 13 de Noviembre de 2002, pág. A/5)
Este es el nombre del clásico cinematográfico del brillante realizador norteamericano, Stanley Kubrick, y basado en la novela homónima del escritor británico, Anthony Burgess. La Naranja Mecánica es un relato de ultraviolencia que cuenta cómo Alex, un joven pandillero extremadamente violento, es sometido en prisión a un programa científico para reformar su conducta. La “Técnica Ludovico” consistía en la proyección continua de imágenes brutales sobre tortura, violaciones y crímenes nazis, con la Novena Sinfonía de Beethoven de fondo, que Alex debía observar inmóvil en repetidas sesiones. En lugar del placer orgásmico que le producía la violencia antes de ser apresado, Alex comienza a sentir por ella una fuerte náusea que finalmente destruye su instinto criminal. Al obtener la libertad, Alex enfrenta nuevamente la violencia, pero su indisponibilidad lo lleva a intentar el suicidio, desencadenando una disputa sobre el tratamiento alienante que le impidió ejercer su derecho a la libre elección y que terminó por convertirlo en un instrumento de propaganda política.
Cuarenta años han pasado desde su publicación, y mas de 30 desde su estreno cinematográfico, y La Naranja Mecánica continúa teniendo vigencia. La alineación del individuo castrando la posibilidad de discernir y distinguir libremente la realidad sociopolítica que lo rodea, es un problema que hoy se reproduce en la sociedad venezolana, en donde se ha configurado una “opinión pública” manejada por el aparato comunicacional del poder económico y la vieja política. La clase media, principal consumidor de los medios de comunicación corporativos, ha estado expuesta a la transmisión sistemática de imágenes y noticias manipuladas con el fin reforzar la percepción “castrocomunista” que le ha sido inculcada del Gobierno nacional. Para ella, la implantación de un régimen totalitario y la conformación de un “eje del mal” con Cuba y Brasil a través de círculos bolivarianos paramilitares, financiados por el Ejecutivo, fuertemente armados y que disparan a matar contra sus manifestaciones pacíficas, constituyen una realidad inexorable. Como consecuencia, su poder de observación es pervertido; el ojo de la cámara se convierte en sus propios ojos; y la distorsión de la realidad se reduce a su inalterable verdad.
En este sentido, la mal llamada “sociedad civil” se ve obligada a igualar la imagen de la violencia y la capacidad de responder a ella con su propia muerte, o una hecatombe universal de proporciones incalculables con la permanencia de Chávez en la Presidencia, haciendo que en muchos casos sea el cuerpo y no la mente el que haga la conexión con la imagen prefabricada. Es así como esta versión criolla de la “Técnica Ludovico” ha logrado causar en la oposición altos niveles de ansiedad, histeria y descomposición estomacal cuando se enfrenta a la imagen del “zambo-verrugosobembón”, de la misma manera en que logra producir adoración y delirio por el discurso reaccionario neofascista que hoy la deslumbra en el “territorio liberado” de la Plaza Francia de Altamira. La Naranja Mecánica es el intento de imponer sobre un hombre leyes y condiciones apropiadas a la creación mecánica (Burgess, 1961). En Venezuela, significa la posibilidad de construir un individuo alienado al servicio de la hegemonía neoliberal.