El mayor obstáculo no es la fuerza armada imperialista. Sabemos que un pueblo conciente, unido, e internacionalista, es un pueblo invencible. Tampoco lo es el Estado burgués, porque la fuerza extraparlamentaria del capital es más fuerte que el Estado burgués. Es cierto, es necesario debilitarlo gradualmente, porque la estructura de mando material del capital se complementa con la estructura de mando política del Estado. Sin embargo, el desmontaje del Estado burgués y el necesario control obrero requieren esencialmente, por un lado, que cada uno de nosotros los trabajadores, inclusive los diputados trabajadores, recordemos la “Acumulación originaria del capital”, y por el otro lado, que enfrentemos el fetichismo del sistema del capital que tiene como núcleo el “Fetichismo de la mercancía”. Porque el desconocimiento de la historia y de los fenómenos sociales oculta la realidad de la relaciones de producción y distribución.
La mayoría de los trabajadores obreros y profesionales, incluso la mayoría de los capitalistas, todavía cree que el capital lo produjo y lo produce el patrón con su capacidad y esfuerzo propio y el de sus antepasados, asimismo, creen que los empresarios arriesgan “su” capital, y por tanto, eso tiene un premio. Además de esta desmemoria histórica, todos los trabajadores —también los capitalistas— somos víctimas del fetichismo de la economía burguesa. De ahí la necesidad de entender, por un lado, de donde salió el capital que tienen los empresarios, y por el otro, la necesidad de enfrentar el fetichismo de la mercancía, el fetichismo del dinero, el fetichismo del capital y el fetichismo del salario.
En el capítulo de la Acumulación originaria, c. XXIV del tomo I de El capital, Marx describe con claridad como le arrebataron a nuestros abuelos sus medios de producción para poder acumular el capital que tienen hoy estos bichitos: “la acumulación originaria [del capital] significa pura y exclusivamente la expropiación del productor directo, o lo que es lo mismo, la destrucción de la propiedad privada basada en el trabajo. (…) La expropiación del productor directo se lleva a cabo con el más despiadado vandalismo y bajo el acicate de las pasiones más infames, más sucias, más mezquinas y más odiosas. La propiedad privada fruto del propio trabajo y basada, por así decirlo, en la compenetración del obrero individual e independiente con sus condiciones de trabajo, es devorada por la propiedad privada capitalista, basada en la explotación de trabajo ajeno, aunque formalmente libre”. Más adelante, Marx nos hace un llamado: “Ahora, ya no se trata de expropiar al trabajador independiente, sino de expropiar al capitalista explotador de numerosos trabajadores. (…)Ha sonado la hora final de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados”.
La ignorancia de esta acumulación originaria del capital es precisamente la que legitima la ilegítima propiedad privada de los medios de producción, y por ende el capital, en las constituciones burguesas.
Por otro lado, en el apartado de El fetichismo de la mercancía, en el capítulo I del tomo I de El capital, Marx se imagina una asociación de hombres libres y penetra en el misterio del fetichismo de la mercancía. Marx señala que la forma del proceso social de vida “sólo se despojará de su halo místico cuando ese proceso sea obra de hombres libremente socializados y puesta bajo su mando consciente y racional”. Por lo pronto todos vivimos en un mundo fantasmagórico real, donde las mercancías se nos presentan como si tuvieran vida propia, y no las reconocemos como producidas por nosotros. De esta manera, las mercancías se imponen sobre nuestras necesidades. Por lo que se hace imposible posible una economía socialista sin derrotar el fetichismo de la mercancía.
En la medida que fetichismo de la mercancía asume formas más concretas, se hace más difícil analizar la esencia que subyace en el fenómeno. En el fetichismo del sistema del capital se crea la ilusión de que la relación entre el capital y el trabajo está libre de dominación. Sin embargo, la realidad es otra. Cuando el trabajador percibe que el empresario le da trabajo, en realidad se lo está quitando. El salario solo representa una pequeña parte del valor que el trabajador le aporta al producto. El resto, el plusvalor, se lo embolsilla el empresario, y lo utiliza para “emplear” a otros trabajadores.
Entonces el capital se enfrenta a los trabajadores aislados con el poder productivo social del trabajo, y no hay ley o decreto que pueda cambiar eso, porque es una dominación estructural. El sistema del capital no puede funcionar sin el fetichismo.
El trabajador por lo general no ve la realidad de las relaciones de producción y distribución porque como dice Marx en los Manuscritos Económicos de 1861-63: “las condiciones de trabajo objetivas no aparecen como subsumidas bajo el obrero, antes bien, él aparece como subsumido bajo ellas. El capital emplea al trabajo. (…) Esta relación en su simplicidad —agrega Marx— es una personificación de las cosas y una cosificación de las personas”. Es decir, puro fetichismo de la mercancía.
Para superar el fetichismo, primero tenemos que desnudarlo, como lo hizo Marx, luego tenemos que enfrentarlo, y finalmente podremos asumir el control obrero. En otros términos, el fetichismo se supera cuando desaparezca la propiedad privada de los medios de producción. Cuando rescatemos nuestros medios de producción y tengamos pleno control sobre ellos. Y el patrón que patalee.
Si bien podemos aprovechar la ayuda que nos brinda la Asamblea Nacional, esto no se logra por ley o decreto. No es suficiente. Esto hay que pelearlo. Esto se alcanza con la unión del “brazo industrial” y el “brazo político” del movimiento obrero. O sea, con la conjunción de nuestras fuerzas materiales y políticas enfrentadas al Estado burgués, y sobretodo, a la fuerza material del capital con todo su aparato mediático de ideologización. Porque como dice el camarada Mészáros, resultaría absurdo esperar la abolición de la “personificación de las cosas y la cosificación de las personas” por decreto político, e igual de absurdo esperar la proclamación de una reforma con tal intención dentro del marco de las instituciones políticas del capital. [1]
Claro, la lucha es larga. Porque con ese mismo dinero que el empresario se embolsilla, le paga el sueldo a los sicarios para que asesinen a los trabajadores, cuando estos descubren que están dominados y se les ocurre hacer llamados a huelgas. Si los trabajadores tenían alguna duda, esta termina de aclararse cuando se enfrentan a los matones del patrón.
De tal manera que, hasta que no desentrañemos, enfrentemos, y derrotemos el fetichismo del sistema del capital, no podremos construir un orden nuevo de reproducción con un Estado Socialista Comunitario, y seguiremos atados al capital para su continuada supervivencia.
[1] István Mészáros, Más allá del capital. Fundación Editorial El perro y la rana, Caracas, 2009, p. 942
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