El dinero al igual que la tos, resultan muy difíciles de ocultar, sobre todo, en medio de un orden donde la acumulación de capital y el culto al dinero, tansversaliza determinantemente y condiciona la vida y la muerte de las relaciones sociales de toda índole en nuestro país.
Riqueza súbita y consumismo, resulta la dupla que frecuentemente observamos como constante, en la nueva, y no tan nueva; camada de “funcionarios”, mal llamados “servidores públicos”, conocidos también con el mote de “boliburgueses”.
Aquí, en esta tierra de Dios, a la velocidad del rayo, rapidito, sin anestesia alguna, vemos trasmutar al modesto empleado de algún ente público, en aspirante a la membrecía activa de esta “boliburguesia”, eso sí, con camionetota, perro y microondas incluido.
Son diversos los mecanismos utilizados por estos especímenes, quienes valiéndose de sus cargos en los distintos niveles de la administración pública nacional, regional y local, gestionan favores, otorgan contratos, o sirven de enlace para que a cambio de billete constante y sonante, se consume el contubernio en contra del patrimonio de todos los venezolanos, para luego, con la mayor desfachatez, salir a exhibir su mal habida riqueza, cambiándose de vivienda y paseándose en rústicos último modelo, o llevando un desenfrenado tren de gastos, que jamás de los jamases, podrían justificar con sus modestos ingresos, y sin que tales desaguisados, detonen la activación de los mecanismos de investigación y control, por parte de los organismos con competencia en la materia.
La contraloria social, con su recién aprobada Ley Orgánica y todo, resulta un niño de pecho, ante el monstruo de mil cabezas de la corrupción, y que invariablemente continúa enquistada en la gestión pública con la complicidad necesaria de la acción privada, debido a la carencia de voluntad y decisión, imprescindible para la acción política y jurídica en contra de estas aberrantes conductas.
Ante el estado de impunidad que reina en los predios de las instituciones que deben impartir y administrar justicia, continuaremos impotentes, viendo como desfilan estos patéticos personajes, algunos legisladores, otros alcaldes o gobernadores del pasado y del presente, viviendo como reyes, disfrutando de sus propiedades, haciendas y algo mas, y también a modestos funcionarios, jefes y jefecitos adquiriendo bienes muebles, inmuebles y vehículos, que ni con el salario de media vida, podrían pagar, y por supuesto, a los “particulares empresarios“, nuevos ricos del proceso.
Delito, impunidad, complicidad y corrupción: ingredientes del mortífero coctel que atenta en contra de la salud de la revolución bolivariana, y que continúan siendo asignatura pendiente.
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