Guerra es guerra, reza un viejo y simpático refrán, usado –entre bromas y seriedad– por quienes durante ciertos momentos justifican las razones de haber actuado de una u otra forma. La guerra económica que patrióticamente hemos venido enfrentando las hijas y los hijos de Bolívar y Chávez, está acompañada por otra que, incluso, le antecedió hace años: la guerra comunicacional, empleada facinerosamente por quienes fueron amas y amos del Estado hasta 1998. En consecuencia, ocultar información emanada del Gobierno, de interés para todas y todos, es válido para quienes desde los medios burgueses apoyan la tesis del derrocamiento institucional.
El pasado viernes, Nicolás Maduro aseguró que la guerra económica tiene su tiempo contado y que en quince días habrá llegado a su fin. Tamaña aseveración, por supuesto, no fue reproducida por la prensa desestabilizadora que prefirió tergiversar las decisiones tomadas esa noche por el Presidente contra grandes tiendas de electrodomésticos que, miserable, delictiva y reprochablemente hacen de la usura y la especulación un instrumento de cochina ganancia e indiscutible arma política.
Un día después, consecuente con la misión encomendada por el Comandante Eterno, Maduro asestó otros duros golpes a la mafia económica al advertirles que deben reintegrar el dinero cobrado en exceso a los consumidores, dejar al descubierto el modus operandi de los especuladores, ordenar sacar de la red a los portales que desestabilizan con el precio del dólar y continuar dando poder al pueblo con la Misión Barrio Nuevo, Barrio Tricolor.
A ese paso, ciertamente el terrorismo económico debe tener un pie en el más allá. La contundencia de la fórmula Gobierno-Pueblo debe extenderse al área de la alimentación para dar la estocada final. A tal ritmo, en quince días o menos, habremos ganado la conflagración.
¡Chávez vive…la lucha sigue
