Clotilde, cuando la maldita mafia mediática nacional e internacional intentó usar tu imagen como carne de cañón para golpear nuestra bella Revolución, no fue tu licuadora ni tu blu rei lo que más en ti capturó mi atención. Fue, de inmediato, tu nombre. Apenas eres la segunda mujer a quien conozco con tal identidad.
La primera fue una apacible amiga de mi madre, quien en la década de los años 70 y seguro que desde antes se ganaba la vida con el uso magistral de una negra máquina de coser estratégicamente ubicada en la salita de su pequeña casa de Propatria, Catia. Ya por allí, insisto, empezaste a caerme bien.
Más me enamoré cuando declaraste al Correo del Orinoco y a Ciudad CCS, que el acoso fotográfico del cual fuiste blanco te causó tanta gracia que hasta te atreviste a bromear diciéndole a tu amiga algo así como “de aquí pa’ joligu”. ¡Tanta inocencia no puede más que cautivar!
Me atrajo inmediatamente de la lectura de ambos textos, tu honestidad. Demostraste al mundo que si algo saqueas, son corazones; que como revolucionaria chavista bolivariana no quitas nada a nadie y menos aún a un –ese sí- saqueador de profesión, terrorista comercial indigno hijo adoptivo de nuestra tierra. Tus facturas de límpida compra gritaron al mundo.
¿Pero sabes qué terminó de rendirme a tus pies? Cuando en cadena nacional desde Miraflores Nicolás dijo que la prestación de servicio doméstico es el oficio que hace posible tus aportes a la casa. ¿Te digo un secreto? La campesina que me trajo al mundo ¡también lo hizo! y muchísima fue la ropa ajena que planchó y el coleto que pasó en pisos privados para garantizar mi vida y parte de mis estudios.
Clotilde, a nosotros nadie nos cae a coba. Estar privado de dinero no nos convierte en delincuentes, como si ocurre con muchos que lo tienen en demasía. Más que ellos, sabemos justificar nuestro paso por este mundo con sobrada pureza. Recibe mis respetos, un abrazo y un beso.
¡Chávez vive…la lucha sigue!