No confundamos. Dejando a un lado los efectos catastróficos de la corrupción generalizada de numerosos miembros de los partidos principales, hasta el punto de que si se cuantificase el montante de la misma la crisis económica no hubiera alcanzado las cotas devastadoras que han alcanzado, el asunto, siendo de naturaleza eminentemente social y política, toca la fibra filosófica... Porque la austeridad elegida (mucho menos la impuesta) reporta beneficios indudables a quien la practica y a un planeta que ya no resiste el despilfarro. Porque el lujo es indecente en una sociedad que languidece o fenece por la privación de lo indispensable. Porque el bienestar no significa gasto sin control, sin sentido y a débito, sino asumir precisamente la austeridad como módulo de vida gratificante, una vez instalados consciente y voluntariamente en la sobriedad de la que es posible y deben extraerse numerosas ventajas para la salud física y anímica. Afortunadamente, ya hay muchas señales de que las generaciones actuales empiezan a amar la vida presidida por esa sobriedad...
Porque el problema de la crisis en este país no es que haya traído la austeridad generalizada. La austeridad era necesaria después de un periodo largo de lujo y de indecencia. No era posible vivir con ese derroche fustigado por la banca y la complacencia del poder político y el financiero. La austeridad impuesta por el poder político tampoco es general, uniforme e igual (ni siquiera proporcional) para todos: ciudadanía y dirigentes.
Pues, por ejemplo, al lado de 3 millones de personas sin ningún recurso, literalmente hambrientos otros tantos millones de niños, otros sin techo ni hogar, están los dirigentes, los empresarios de esas empresas especuladoras que se han beneficiado precisamente de la crisis, los altos funcionarios y los funcionarios nombrados a dedo, los banqueros, etc. que no sólo no les han sido recortadas sus retribuciones sino que les han sido incrementadas o ellos mismos se las han subido. Los gastos superfluos son escandalosos. El Ministerio de Defensa por ejemplo ha sobrepasado el presupuesto del año en 300 millones de euros, para adquirir dos barcos de guerra...
Si todos, dirigentes y dirigidos, hubiéramos debido soportar los efectos de la crisis por igual, seguro es que la paz social nos hubiera honrado a todos. Pero estos comportamientos institucionales son lo que explican y justifican la reacción multitudinaria, repleta de rabia, de indignación y de odio. Esas conductas y la indiferencia de los poderosos hacia los desfavorecidos son lo que avalan la fuerza de los movimientos sociales que preparan la revolución sin guillotina ni progroms.