En contexto:
Desde hace más de tres años es común escuchar a cualquier ciudadano venezolano hablando de hacer largas colas para conseguir los productos de primera necesidad. Lo que empezó con la falla de un par de víveres alimenticios, hoy coloca en intriga y desasosiego a la población, pues se cree que la escasez de alimentos se ubica por encima del 70%. Sin embargo, el problema no se queda allí, y es que al menos una decena de sectores necesarios para mantener el aparato productivo nacional se encuentran en vilo o paralizados por la falta de insumos y recursos para producir.
Ante tal problemática, dos reiteradas tesis debaten a contraposición: por un lado, están quienes apuntan a una fuerte guerra económica auspiciada por sectores de la derecha venezolana con el apoyo de gobiernos extranjeros, mientras que otros arguyen el fracaso del proyecto socialista como modelo gerencial. Aunque tales argumentos, de un lado y del otro, demuestran, decoran y fantasean los hechos de la realidad con la finalidad de obtener o mantener objetivos políticos, lo cierto es que se está anclando en el venezolano una suerte de “acostumbramiento” a hacer largas colas para adquirir algún producto de primera necesidad.
El presente escrito no pretende caer en la demostración causal de los eventos que han producido el fenómeno de las largas colas en Venezuela, ni siquiera expondrá a través de datos estadísticos los posibles efectos económicas que pueda traer esta situación, más bien se presentará como un ejercicio etnográfico que, a través de la observación y la especulación sociológica mostrará algunas de las sensaciones y cambios de hábitos individuales y colectivos que se están percibiendo en las largas colas para comprar algún producto alimenticio. A continuación, algunas de las sensaciones y situaciones más notorias:
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La esperanza como requisito en el estado de control.
La mayoría de los ciudadanos venezolanos que tienen la suerte de encontrarse con alguna cola para comprar alimentos y se acercan a ella, hacen cuasi-automáticamente preguntas, a veces retóricas, como qué habrá o qué venden hay allí. Bien sea que estén vendiendo aceite, arroz, pollo o “lo que sea”, porque “lo que sea” o “lo que vendan” es una opción frente a la dura situación, quien se suma a una cola con la esperanza de comprar algo entra en una suerte de “estado de control” en el que tendrá que ajustarse a la normativa circunstancial de la cola, que va desde ser marcado con un número en el brazo, ser clasificado por el terminal del documento de identidad, tener la constancia de residencia hasta esperar ser uno de los ganadores del sorteo de cedulas (estas últimas condiciones se visualizan en el interior del país). Sin embargo, tales condiciones no garantizan comprar, pues dependiendo del número total de consumidores, comprar algún producto supone otra apuesta al azar en la que ahora se debe esperar que alcancen los productos, así como que no haya algún problema en el sistema o no falle la electricidad.
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Meta-lenguaje como nuevo código para comprar.
Supongamos que decidimos apostarle al azar y nos sumamos a una cola que no discrimina entre embarazadas y persona de la tercera edad. Ya desde el momento que preguntamos: ¿es por numero de cedula?, ¿están anotando o ¿hay capta huella? se da un juego dialógico a través del lenguaje, estableciéndose un marco narrativo-discursivo que sirve de referente para saber que se está hablando de una cola en cualquier parte del país. Pareciera que se está gestando en el imaginario colectivo todo un meta-lenguaje que al final del acontecimiento determina el valor de la cola en sí, lo que idea, a su vez, toda una “cultura socio-simbólica de la cola”. Entonces escuchamos a la chica de adelante diciendo al teléfono: vente que no es por número de cedula, seguro podemos comprar.
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La Reivindicación de la Conciencia Colectiva.
Ya dentro de la cola se puede notar que la misma se ha convertido es un espacio para la socialización con conversaciones que van desde la repetición o tergiversación del hecho noticiosos hasta las críticas y las reflexiones de tipo político-social. Así mismo, se puede escuchar un reclamo permanente a las autoridades gubernamentales y un rechazo a quienes ejercen el comercio ilegal (se habla de bachaqueros, acaparadores y revendedores como parte del problema, además se les describe y se les identifica). También es común escuchar un auto-reclamo permanente. Por ejemplo se oyen comentarios como: por culpa nuestra es que estamos así, entreviéndose un ejercicio de resignación social. Una vez escuchada la crítica también se escucha una que otra predicción: si seguimos así, luego no se podrá comprar nada, se está dando un deterioro social, ya no se puede vivir. Entre este malestar compartido abunda la casuística tradicional: esto se lo llevó quien lo trajo que en algunos casos desemboca en una tajante interpretación de carácter religioso: esto estaba escrito y debía pasar. Y entre tanta palabrería, en silencio, los menos interesados en la socialización simplemente escuchan o se ubican en el plano virtual como tratando de emigrar o enajenarse de la situación.
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El Poder Temporal.
Es posible que la reivindicación de la conciencia colectiva ya esté generando cierto estrés por algún comentario partidista, quizás el sol de la mañana esté a favor y si la cola ha corrido con cierta frecuencia como para mantenerse allí, seguro que muchos optaran por hacer un sacrificio. Y allí, unos detrás de otros, y unos al lado de otros, parecieran que se ha tomado arbitrariamente un “poder temporal” que se legitima a través de la territorialidad del espacio permitido en el gran tumulto. Cada ciudadano, al estar ocupando un lugar, lo hace suyo y lo carga de sentido y de valor, pues sabe que el espacio permitido le permitirá acceder al producto que posiblemente comprará. Este poder temporal, de acuerdo a la circunstancia, pareciera que puede expandirse arbitrariamente y vemos como la chica de adelante, suma caprichosamente a un individuo de su edad, desplazando y anulando tácitamente el derecho del otro, aunque no exista un marco reglamentario para la cola en sí.
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Una Nueva Eticidad
Y entonces yo, como desplazado, anulado y en definitiva el violentado éticamente tengo dos maneras rápidas de reaccionar: o cuestionar el irrespeto o hacer caso omiso de la situación. Cuestionar el irrespeto supone reivindicar una eticidad universal (derecho a la igualdad), pero supone, de acuerdo a la circunstancia de la cola una amenaza a la integridad personal, y nadie en este país quiere morir así por así en medio de una cola, aunque ya se hayan presentado algunos decesos por esta situación. Por su parte, hacer caso omiso de la acción supone legitimar la acción y naturalizarla instaurando una nueva eticidad: si lo correcto es colearse, entonces también lo hago. En el fondo, hay una mezcolanza de racionalidad y de sensibilidad una vez que hemos sido desplazados, pues quien infringe el deber ser puede argumentar cualquier necesidad para sumarse al tumulto.
6. El tiempo, el cansancio y la inseguridad.
Con más personas en la cola el tiempo colectivo e individual adquiere cada vez un valor más significativo, y con el estar allí, la resistencia física debe duplicarse. Duraré más de cinco horas, tendré que avisar, me tocará madrugar, son expresiones que se escuchan en reiteradas ocasiones en las colas. Para algunos, pensar en madrugar supone altos niveles de inseguridad. Por ahí todavía se escucha que hay personas que “amanecen haciendo cola” aunque esta práctica esté prohibida en la mayoría de las ciudades del país. Independientemente del horario en el que se encuentre la cola, el venezolano de ahora sabe que al toparse con una necesita invertir un promedio de 5 horas a 7 horas como mínimo para lograr comprar al menos un producto de primera necesidad, por lo que deberá consagrar de 15 o 25 horas a la semana para complementar el resto de las compras, suponiendo un cambio estructural en su rutina de vida.
7. Ajuste de idiosincrasia vs búsqueda de creatividad.
Es posible que por cultura e idiosincrasia para la mayoría de los venezolanos las largas colas estén representando un hecho humillante e indignante que jamás debió pasar, pero como dicen por ahí: el problema de unos es la oportunidad de otros y aunque el problema nos esté afectando a todos, se puede notar que para una minoría representa una oportunidad económica muy lucrativa; hay quienes venden comida, bebidas o utensilios como sombrillas para hacer ameno el transitar y mientras unos se rebuscan, otros ajustan su presupuesto familiar, todos intentando surfear las inacabables olas de esta híper-inflación. Y entonces, allí, justo en nuestra cola, vemos la escena donde el chico que se ha coleado por el consentimiento de su amiga le invita el casi extinto café que vende un joven con identificación de universitario. Tal vez después del café de 85BS se inicie una historia de amor o se sume otro universitario a las estadísticas de la llamada economía informal, y aunque no hay certeza de que esto sea así, este comentario es parte del presente ejercicio de especulación.
8. Bachaqueo y trueque como opción.
Hagamos un paréntesis y hablemos de la especulación como sinónimo de acaparamiento y reventa de los productos de primera necesidad. Aunque ya se han elaborado leyes que en teoría sancionan duramente al especulador, lo cierto es que en el imaginario colectivo se tiene la idea de que no se cumplen porque existen mafias que involucran a funcionarios del gobierno, empresarios, dueños de establecimientos y ciudadanos de a pie que orquestan por debajo de la mesa la mayor parte de la distribución. El bachaquero promedio oferta como mínimo de 3 a 5 veces sus productos por encima del costo real. Entretanto, una buena parte de quienes toman el trueque como opción operan a través de redes sociales, el pin o el whatsapp, intentando hacer de estos medios un espacio más seguro y más prácticos para negociar.
9. Especulando una sensación final.
Volviendo a nuestra cola y ya sumando un puñado de horas, tolerando, sonriendo, criticando y observando todo tipo de situación, vemos que la gente con la que hemos hecho el transitar comienza a recibir algún producto y parece que en la mayoría de los casos hay en quienes han comprado una sensación de felicidad más que de molestia. Cierto o no es cuestión de observar. Sin embargo, es posible que el sentimiento de felicidad se esfume antes de dejar el lugar, pues en el fondo quien ha comprado hoy sabe que mañana o la próxima semana tendrá que disponer del mismo tiempo para volver a comprar, generándose de nuevo molestia y resignación.
Comentario Final:
Es evidente que aquella representación tradicional de cola que nos recordaba a unas pocas personas que se diseminaban de forma continua y lineal detrás de la caja a la espera de pagar cualquier producto, ha cambiado. Ahora vemos cómo ésta se ha convertido en la visual de grandes tumultos anárquicos que esperan pagar y recibir lo que puedan, muchas veces a las afueras del establecimiento comercial.
Y mientras esto sucede, vemos cómo una lucha de poderes y una muralla dialógica se sigue construyendo entre los representantes y los partidos que administran el país, dándose además del estado de acostumbramiento entre la mayoría de los venezolanos de a pie, sentimientos de desesperanza, frustración y desespero.
Y así, después de mucha palabrería, con las bendiciones de Dios y con la mesa servida, el plato de comida nos dice que el menú seguirá desapareciendo si con nosotros sigue comiendo la ingobernable corrupción.
rafaelduarte57@gmail.com