Pregunta: ¿Se acostumbraron a robar algunos comerciantes venezolanos?

El título del artículo viene después de una pequeña incursión por los lados de la parroquia Candelaria, a donde acudí con el propósito de adquirir cierto bastimento para la casa y en donde tuve de frente a un ciudadano –al iniciar mi compra- que se quejaba del alto costo de lo que adquiría.

-Aquí como que ningún comerciante, de todos los niveles, desde el más rico o millonario, hasta los que ganan menos en el comercio, dejan de robar a las personas.

Con su mirada muy directa, pues a uno no le queda más que poner la cara de preocupación y apenas emitir cierto ruido, algo así como para no entrar en una discusión que uno no sabe a dónde iría a parar. Pero lo cierto del asunto es que, mientras iba en dirección a un conocido automercado, encontré a un vendedor de esos CDs que llaman "quemaditos".

¿Qué precio tienen las películas?, pregunté, a sabiendas que sabía el precio que me iban a dar.

-¡Mil bolívares!, dijo la vendedora.

¡Qué riñones!, le dije y seguí mi marcha en sentido norte.

Con la robadera de la que se quejaba el señor frente al cual me encontré mucho antes y luego la respuesta de la vendedora, ya el carácter me había cambiando, porque puse en marcha ese recordatorio que uno tiene en la grabadora mental e inmediatamente volví a pensar en que, mientras este país no le ponga seriedad a las sanciones y disminuya su nivel de humanismo, estamos y seguiremos muy mal.

Algunas realidades hay que decirlas. Entendemos algunas cosas que ocurren entre la explotación y la especulación. Aquí en Venezuela todo el mundo sabe la gran cantidad de dinero que han hecho unos cuantos señores criollos en sociedad con las transnacionales de la música y del cine.

Verdad innegable y nada desmentible.

Para que un criollo grabara y le promocionaran su disco en la radio había que hacer rodar empujado un camión cargado de piedras, si acaso lo conseguía y rodar una película otro esfuerzo tamaño gigante, tan duro como el anterior. El Estado, a través del Ministerio del Poder Popular para la Cultura y la Villa del Cine ha cambiado el panorama y ahora apreciamos una calidad y un apoyo verdadero al cine nacional.

El mismo despacho cultural, también ha intervenido con el Centro Nacional del Disco, Cendis, en lo que concierne a la grabación de la música de muchos cantantes y orquestas y eso es aplaudible, porque siempre fue difícil para los artistas grabar sus interpretaciones.

Hasta allí, todo bien. Lo que es insoportable y falta de cualquier atención gubernamental, es que le vendan a las ciudadanas y ciudadanos en las calles, discos y películas quemaditas a precios altos.

¿Por qué pagar por una ilegalidad como un "quemadito", en este caso, una película mil bolívares?

Debo decir que llegó el momento, esa mañana, en que pensé como el ciudadano al que me encontré inicialmente al llegar a la parroquia Candelaria:

<< Ciertamente, aquí como que todo el mundo trata de robar a los que le pasen por el frente>>

Pero seguí hacia el supermercado y allí me encontré que, como siempre, lo que más abundaba eran las servilletas, aunque no había papel toillete. Un poco más allá, estantes llenos de cola negra y aquellos perolones de la malta del oso. Como dejé de beber gaseosas y otros asuntos por el estilo, me dirigí a la parte de las verduras y otras especies vegetales a los fines de hace mi mercado.

¡Ni hablar de los precios porque los lectores saben que los automercados cada día parecen aumentar precios. Por allí escuché de un jabón en polvo con nombre de piedra preciosa, del cual decía una señora que rompía la ropa.

Bueno, el caso es que después de la gestión en caja y de cancelar un dineral, se me ocurrió solicitar una bolsa extra para colocar una docena de naranjas, porque intentaba asegurarme de que no se rompiera la bolsa y tuviera que andar corriendo entre la acera de La Candelaria y los autobuses que transitan por la avenida Urdaneta para recoger las citadas naranjas.

Un embolsador de productos –no sé si ese es el término correcto- que siempre ayudan en los automercados, no me quiso dar la bolsa y me expresó que le preguntara a un joven, que parecía sentirse muy orgulloso de exhibir la franela con el nombre del citado automercado y él, me respondió y reiteró una sola palabra, independientemente de los planteamientos que le hice:

"El automercado no da dos bolsas". De allí no hubo manera de sacarlo. O sea, que después de comprar en Unicasa, a esa empresa le da tres cominos si la bolsa que te dio se revienta y tu producto se pierde. Y allí es cuando uno de repente se identifica con el primer ciudadano con el que me encontré esa mañana del sábado.



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Pedro Estacio


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