Silencio cómplice

El control de la corrupción ha sido uno de los aspectos que más me ha llamado la atención en los cuerpos de seguridad, pues los mecanismos aplicados sólo han contribuido al deterioro progresivo de esas instituciones.

Realmente, en la creación y reestructuraciones de estos organismos, siempre se plantea la participación de la comunidad y la supervisión del oficial, como fórmulas para el buen funcionamiento de las policías.

Hasta allí la cuestión pareciera no dejar resquicio alguno para la duda y el pesimismo. Pero el problema se origina en la forma como se plantea la intervención comunitaria.

A los vecinos les piden comunicar la presencia de delincuentes que causan perjuicios en sus entornos, e igualmente ser vigilante de las acciones de los funcionarios.

Pero cuando hablamos del control y supervisión de los uniformados, nos referimos a uno de los aspectos más escabroso en los cuerpos policiales.

Es difícil. En esta parte tenemos un policía en la calle y no se conoce otro mecanismo más que la intervención o el aporte que puede hacer el denunciante, para conocer la actuación del efectivo.
Pero sabemos el terror y la desconfianza que le tiene la comunidad a los gendarmes, por lo menos aquí en Maracaibo, donde policías regionales utilizan como táctica el miedo y la agresión para que sus víctimas ni siquiera lleguen cerca de su comando.

Sin embargo, para las denuncias del público, estos organismos de seguridad cuentan con departamentos de disciplina, asuntos internos o como se les llame, tendentes a recibir información que deben dar pie a investigaciones internas en contra de los uniformados.

Sólo que aquí es donde se complica la situación. Hasta qué punto creer en una investigación de funcionarios contra funcionarios, de personas que pueden ser diferentes en su forma de pensar, de comportamiento y acción, pero con similar uniforme, chapa, insignia, escudo y toda esa carga psicológica que estos símbolos implican para un hombre que integre una policía.

De allí las estrategias que los mismos efectivos van desarrollando para bloquear las denuncias que los afecta, mientras los vecinos tienen que desafiar la cara de pocos amigos que generalmente tienen en las jefaturas de los servicios.

Hay algunos que pueden lucir amistosos, pero ponen en suspenso durante una larga espera al informante con la intención de atemorizarlo. Así que se sigue todo un vía crucis para llegar al área indicada, y de lograrlo, te sientan en una silla y someten a un severo interrogatorio como si fueras el hampón.

Luego, quizás te dejan libre, pero además del susto, llevas la duda de si esas denuncias proceden y se aplican las sanciones, por cuanto estos procedimientos terminan convirtiéndose en secretos policiales (gran error ¿Cómo saber si se hace justicia?).

Ahora, amigos lectores, usted está dispuesto a efectuar una denuncia en contra de un policía en esas condiciones. De todas maneras, déjenme decirles que este procedimiento se da en el mejor sentido de los casos. Hay eventos en los que después que las personas denuncian, al regresar, a mitad del camino las intercepta el denunciado para asesinarlos por delator, en una evidente complicidad entre policías y delincuentes.

Por eso pienso que ese método es infuncional. La gente debe denunciar los abusos policiales ante algún organismo civil que lleve los casos a los cuerpos de seguridad y que, a su vez, garantice la celeridad de las investigaciones y se determinen las responsabilidades. De lo contrario, procedería ante la fiscalía o la defensoría.

Seguramente, habrá que crear los mecanismos para tal procedimiento. Pero ya aquí no tendremos a un vecino solo e inerme en las manos de un efectivo-hampón, sino a una organización que no se amedrenta, con competencia y poderes que le permitan hacer efectiva la participación ciudadana.
Y es que las denuncias contra funcionarios no deben continuar siendo un misterio. Concluida la investigación se hace saber a través de los medios de comunicación los resultados. No pueden seguir - incluso para beneficio de las mismas policías- con ese silencio que al final se revierte y los convierte a todos en cómplices de la corrupción.

(*)Periodista

albemor60@hotmail.com


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Alberto Morán(*)


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