Mis zapatos Valentino Garavani no son originales como los de Jorge Rodríguez

Pobre es pobre, aunque la risa le cuelgue de los labios, y los ojos estén en otra parte, fue lo que me pasó a mí por echármela de pavo, metido entre pavitos en una ronda de furia sin color, porque lo que no está de moda hiede a viejo y, deja afuera las pretensiones de ser una celebridad del espectáculo sin ganar espacio, ni ser político, ni nada parecido que lo que deja es un mal rato como pata en el suelo, pero que entregado al bachaqueo como lo hago en este transitar de días nada baratos, me da la suerte de aspirar a un mejor precio en vida, no importa que por dentro esté más remendado que un trapo viejo y con los dados en las manos de mi buena suerte me jugué a Rosa Linda antes, de encomendarme a Dios como católico en efervescencia de la CEV, y no han de creer que me fue bien y ahora respiro mejor, es decir, Jorge Rodríguez me iluminó con su luz de revolucionario a tiempo completo dentro de la praxis que ser socialista no es para andar descalzo de ideas y, hasta se puede aspirar llegar a Roma caminando.

Como andamos en tiempos de cambalache y como soy medio echón y, más cuando observé por Aporrea (Escándalo: Zapatos deportivos de Jorge Rodríguez cuestan 795 dólares) que a Jorge Rodríguez se le soltaron las trenzas de sus zapatos por estar descansando por un día de fatiga con sus pies rojos, que de lejos me encandilaron de envidia y no por el precio, porque me los he puesto de más precio en sueños, y roncando como un tiburón enjaulado sin fronteras me llené de ánimo comiendo primero con mis ojos me fui al Centro La Vela, donde no van los pobres a ponerse lo que no les luce, y me dije, templado de emoción, si Jorge puede por qué yo no que también soy revolucionario de los de abajo, pero un vigor de seguir luchando por llegar lejos que pase de la esquina como aspiro y, además si somos iguales de sonrisas litigantes y atrevidos de valor para llegar a donde él ha llegado que yo todavía no, pero aspiro, y con voz cortante como en reunión con los empresarios buscando reacomodos, me dirigí al vendedor de la tienda que atiné a ver que era de calzados Valentinos -le ofrecí mi mano, no como un magnate del bachaqueo, sino más bien como un revolucionario lleno de fe que todo en adelante va a cambiar si El Aissami se pone las pilas y, más que Delcy está Turquía quién sabe en qué, pero buscando algo bueno como apoyo para el país lo más seguro- y sin miedo le hice seña por los Valentinos rojos que estaban en la vidriera que vio, ¿en cuánto me los deja? Le solté ese espuelazo como gallo viejo, y me respondió en 2707 millones, pero si tiene dólares a lo mejor le canto mejor, él me miró y yo lo miré, y entonces, le hice, la gran pregunta, ¿usted no fía? Y respondió con cara de turco: hoy no, maña sí.

Pensé y me dije para mis adentros, Jorge Rodríguez, es un hombre afortunado que viste bien y calza bien y, no le tiene miedo a la moda ni a lo que dirán y como pude con mis piernas temblando salí de allí que en vez de bajar subí y hasta el sol de hoy sigo echando cuentas, para ver en cuántos años con lo que gano algún día pueda comprármelos, aunque pasen cien años que sé que los voy a vivir mientras no me ponga unos Valentinos deportivos que lleven al cielo, y no han de creer que el vecino por poco me mata de un susto cuando le conté del valor de los zapatos Valentinos de La Vela y, muy sonriente me dijo: vecino, yo te hubiera prestado para que los compraras y, fue entonces que caí en la realidad, en la triste realidad de preguntarme: ¿en qué mundo vivimos en Venezuela? Cuando no podemos comprarnos unos zapatos deportivos aunque no sean de marcas, por lo que viviré en lo adelante descalzo de entusiasmo sin la humillante desproporción que ser pobre no vale la pena.



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Esteban Rojas


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