"Para frenar la corrupción, uno debe ser valiente para enfrentar y quejarse de los corruptos".
Amit Kalantri.
Ética, moral, y política en la política venezolana finalizando este año 2023, se han convertido en una relación trágica, y problemática.
Donde la mentira se ha convertido en un instrumento manipulador político de primer orden, al igual que las medias verdades, la ocultación de los hechos, exagerar los errores del adversario, y torcer por completo o ignorar hasta la insignificancia los propios.
En la población venezolana está aumentando la preocupación, la inquietud, y la desazón por las consecuencias de la degradación del discurso público que lo embarra todo, por el aumento del descrédito de las instituciones, en los partidos, y por el alejamiento cada vez mayor de la gente de la política, sobre todo de la juventud que opta por huir del país.
El descrédito moral de la política no es nada nuevo, pero esta vez se ha convertido en una letrina putrefacta, nada mas identificarla sin más con la corrupción, o el engaño, la mentira, la deslealtad, el lucro, y la manipulación de las gentes. Y, al mismo tiempo que la política es tenida como la maldad, donde la ética sería la bondad, y el remedio a los problemas políticos a través de la mera aplicación de una ley ética. ¡Sin! Pensar como los fundamentalistas islámicos éticos para solucionar los problemas políticos con máximas de ética, tampoco nos llevaría a ninguna parte.
Pues bien, este introito muy desalentador, y peyorativo de la política contrasta con la concepción muy noble de la política, y del accionar político, como actividad, como praxis y como conocimiento teórico o ciencia entrelazada con la ética que tienen los clásicos, en particular Aristóteles.
Aristóteles sostenía la tesis que, para cumplir con los fines de la política, los gobernantes han de ser personas "de méritos morales". En la cultura clásica romana, de aquellos que ejercían la política con ética se decía que tenían decorum; tener decorum era garantía de ser un político honesto, discreto y que actuaría de manera correcta y justa. Los clásicos sostenían que quien ejerciera la política, no concebida como una profesión solo, debía contar forzosamente con una buena formación acompañada de una serie de virtudes para poder tener un gran sentido de justicia. Cuando el político no tiene este perfil es presa fácil para caer en desviaciones que, a su vez, le llevan a prácticas corruptas.
La política como respuesta a cómo queremos vivir juntos se encarga de tomar decisiones para una sociedad; ahora bien, no hay decisión neutral en términos de valores. En la retórica de los partidos predomina la apelación a la "búsqueda del bien común", pero la política no tiene que ver con la búsqueda del "interés general", y sí mucho con la decisión de a quién, a qué clases, a qué grupos sociales, a qué perspectivas, ideales, se va a beneficiar, y quién se va a perjudicar, y es por lo que la política implica una ligazón inextricable con la ética.
Si partimos del hecho de que la posibilidad de conflicto y tragedia no puede ser nunca eliminada por completo de la vida humana, personal o social, no nos vale cualquier ética y menos las que contemplan la existencia del conflicto moral.
El buen político es el que se enfrenta problemáticamente a las "inevitables antinomias de la acción", pero actúa responsabilizándose de sus decisiones, cuando hay un conflicto, es lo menos que se le puede pedir a un político, a un político que se diga moral. No es lo mismo un político-alacrán que resuelve desde la inmoralidad a otro que resuelve desde un pesar moral, que es consciente que se ha resuelto a costa de una pérdida, y que hay que seguir ese problema, y solucionarlo en un plazo determinado.
Nuestros políticos están demasiado obsesionados por sus intereses personales, y partidistas, huyen de todo lo que sea plantear problemas de valores o cuestiones de principios, reduciendo la gestión a un trato por "intereses".
Hay que saber distinguir siempre entre moral y ética, atendiendo al sentido de cada uno de los conceptos y a su etimología
Una cosa es la moral del político alacrán, y otra es la moral del ciudadano de bien. Esto lo decía, y lo escribía Ortega y Gasset que, en el fondo y en la forma, era un moralista.
¿Qué quería decir Ortega? Está claro que algo es indiscutible, que el ciudadano tiene una moral, y el político otra. La moral en política es o tiene que ser ejemplar, aunque en muchas ocasiones el mismo político tenga que hacer cosas contra su propia conciencia. Es lo que se llama vulgarmente tragar grueso.
El político debe saber interpretar entre moral y ética, atendiendo al sentido de cada uno de los conceptos y a su etimología. Porque la moral tiene que ver con las costumbres de cada época, con las modas cambiantes, con cierto sentido de la educación. [Ortega y Gasset sigue vivo: un pensador en el campo de batalla de nuestros días]
Hoy lo moral es ser políticamente correcto, que es un sinónimo, a mi entender, del sometimiento al que estamos hoy entregados por un lado o por otro.
En cuanto a la ética, su misma etimología lo dice: es la esencia, la sustancia del ser humano. La moral no nos caracteriza, la ética nos dibuja por entero. No hay estética sin ética.
Y es que la ética es estética o no lo es. La moral del político, entonces, se pierde cuando se confunde lo público con lo privado, cuando se actúa según las conveniencias de una minoría, y no de la ciudadanía en general, cuando la soberbia puede con todos los demás elementos que sustentan la ética personal y las leyes del mismo poder. La moral del ciudadano, ¿qué significa eso hoy en día? Casi nada, la verdad.
Nunca hubo ética en el colonialismo, nunca hubo moral profunda en el capitalismo y, desde luego, tampoco en el totalitarismo estalinista.
Nos olvidamos muchas veces de lo que es de la ciudadanía, del conjunto de la sociedad, de donde salen las clases dirigentes y, por supuesto, la clase política. Nos olvidamos demasiadas veces de nuestras responsabilidades como ciudadanos, de nuestros deberes, y sólo actuamos reclamando con vehemencia nuestros derechos adquiridos después de una larga marcha histórica.
La sociedad venezolana, hoy está más sujeta que nunca a aquel lema que llevaba cabo el Imperio Romano con notable éxito: "Panem et circenses". Hoy, como nunca, hay circos por todos lados. Circos que nos entretienen en la nada, que nos hipnotizan en la estupidez, que nos sugieren, uno tras otro, que nos comportemos como borregos. Y eso que hay más pan que nunca para unos, y menos pan para otros.
A veces creo que estamos viviendo en un país esclavista que disimula su verdadero, y profundo sentido pagándoles una miseria a los trabajadores.
Aunque la esclavitud a secas, sin adjetivos de ningún género, sigue rapando como un tigre insaciable como si la moral y la ética nunca hubieran tenido asiento en esta nación.
Caminamos hoy en una Venezuela de valores que pierde la memoria por conveniencia, y no se adora a sí mismo como la mejor de las naciones. Todavía hay gente optimista, hasta pensadores optimistas, que sostienen que vivimos en el mejor de los países que el venezolano ha vivido a lo largo de la Historia.
Eso es posible que sea cierto, pero hay momentos de esa misma en los que se pierden los valores éticos y estéticos que tanto costaron poner en marcha y convertirlos en necesarios modos de vida.
Hoy, todos estos valores que hasta ayer parecían sólidos, están derrumbándose delante de nuestros ojos sin que hagamos nada por solucionar la debacle. Hoy, la moral del político-alacrán, no existe y la del ciudadano brilla por su ausencia. Vivimos en un país ciego, que en muchas cosas Simón Bolívar, en nuestro mundo de hoy tuviera la razón.