¿Dónde está la gran tracalería o estafa del café?

El café es, para el venezolano como para el colombiano, una razón de ideología de la vida como el té para los chinos o el vino para los europeos. La diferencia económica de esas “ideologías” es que en China el té es barato y el vino igual lo es en Europa mientras que el café, en la circulación y venta de los intermediarios en Venezuela y Colombia, es excesivamente caro siendo productores del mismo.

Se sabe que los factores de espantosa y terrible manía de especulación en la economía son la banca y el comercio público. El primero ganando intereses con dinero ajeno y el segundo elevando la oferta basándose en la enorme demanda permanente de la mercancía. En la cesta básica de una familia venezolana o colombiana, por ejemplo, puede incluso dejarse, una que otra vez, sin aceite ya que se puede cocinar con agua alimentos que se fritan, pero al café no lo sustituye nada, absolutamente nada por muy negra que sea otra mercancía y, además, nunca se frita. Nosotros tenemos sembrado o cultivamos café en un pedacito de terreno que al año, gastándole alrededor de cinco mil (5.000) bolívares fuertes no produce más allá de los quince mil (15.000) bolívares fuertes. Si eso lo traducimos a un salario mensual para mantener una familia de tres personas para que no sea numerosa, significa una entrada de: setecientos cincuenta (750) bolívares fuertes o trescientos (300) dólares si hablamos en inglés cuando un kilo de café cuesta nueve (9) dólares, y no metamos los precios de las demás mercancías de primera necesidad. No estamos, ni siquiera, incluidos en el sector del más bajo escalafón de la producción. Pero, además, nosotros no tenemos mentalidad ni de productores privados ni de comerciantes de ninguna naturaleza. El egoísmo lo hemos enterrado para siempre poniéndole por encima la solidaridad entre los seres humanos. Cuando el café está listo para recogerlo buscamos una familia de campesinos que tenga necesidad económica y se lo entregamos a medias para que se ayude en solventar unas pocas de sus necesidades. Otro pedacito de terreno, muy bueno para la siembra y el cultivo de verduras y hortalizas, se lo hemos facilitado a una familia que tiene necesidad de construir o mejorar su vivienda. Lamentablemente, por escasez de recursos y enfermedad de uno de los miembros de la familia toda la cosecha de caraotas se le vino a pique y perdió lo poquísimo que antes tenía. Eso mucho nos dolió. En este momento decidimos facilitar el terreno a dos familias para que siembren maíz y puedan obtener alguna ganancia que les mejore sus precarias condiciones de vida. Y eso no lo decimos para que nos estén considerando como filántropos. No, lo hacemos porque creemos no sólo en el socialismo sino en la fuente más hermosa de todas las razones humanas: la solidaridad. Tampoco le estamos diciendo a los que tienen un pedazo de terreno que hagan lo mismo que estamos haciendo nosotros, porque ellos igual poseen necesidades y deben trabajar para resolverlas. Lo que sí no hacemos es arrendar la tierra, porque eso no sólo es incompatible con nuestra mentalidad sino que choca igualmente con la política del gobierno venezolano. Por eso hemos rechazado todas las proposiciones de arrendamiento de tierra.

Pero sí queremos, por propia experiencia, denunciar dónde está la más grande tracalería del café y justificar o estar de acuerdo con todas esas medidas que está tomando y aplicando el gobierno del Presidente Chávez contra la especulación y por la protección del consumidor. Supongamos que en vez de compartir a medias con los que recogen el grano de café tuviésemos que pagar la recolección para que toda la ganancia quede en nuestras manos. Se recogen unas quinientas cuarenta y cuatro (544) latas de granos de café, lo cual significa, pagándolas a cinco (5) bolívares fuertes más garantizándole el almuerzo a los recolectores para que no exista una explotación irracional de la mano de obra, un monto de egreso de: dos mil setecientos veinte (2.720) bolívares fuertes sin incluir el gasto en alimentos. A eso hay que agregarle –mínimo- tres mil (3.000) bolívares fuertes en limpieza, insecticida y abono para garantizar la producción. Luego de recogido, entre lavado y trillado, se gasta unos ochocientos (800) bolívares fuertes. Eso da un total de seis mil quinientos veinte (6.520) bolívares fuertes de egreso. Una vez que se va al mercado del primer intermediario privado (comprador al mayor) se le vende por quintal (47 kilos) al precio, prácticamente, que él impone. En nuestro caso lo vendimos a cuatrocientos sesenta (460) bolívares fuertes que multiplicado por treinta y cuatro (34) quintales da un total de quince mil seiscientos cuarenta (15.640) bolívares fuertes (ingreso) a lo cual debe restársele los seis mil quinientos veinte (6.520) bolívares fuertes de egreso, dejando una piche ganancia de: nueve mil ciento dieciocho (9.118) bolívares fuertes. ¿Qué familia en este país puede vivir, sin entrar en el escalafón de la miseria social crítica, con nueve mil ciento dieciocho (9.118) bolívares fuertes al año?

Desde el momento en que el productor (sea grande, mediano, pequeño o pequeñito) vende el café al primer comerciante intermediario se inicia el proceso de la vulgar y ya insoportable carrera de la especulación contra el consumidor. Una vez procesado el café, con los químicos necesarios, se le vende al comercio público a un precio determinado que realmente nosotros desconocemos. El comercio se lo vende al consumidor al precio de dieciocho (18) bolívares fuertes el kilo, lo que ya implica una diferencia con el precio a que lo vende el productor de: ocho, cuarenta y tres (8,43) bolívares fuertes. Bueno, pero aceptemos como válido ese nivel de comercio aunque ya se ha incrementado en un poco más de 80% en relación con el precio del productor.

Ahora sí viene el reino infernal de la especulación. En la cafetería de más bajo escalafón o calidad la taza de café con leche grande no baja de tres (3) bolívares fuertes y la pequeña de uno cincuenta (1,50) bolívares fuertes. Igual para el café negro o guayoyo (no sé cómo se escribe correctamente ese término) como lo llaman popularmente. Bueno, pelen el ojo: de un kilo de café salen ciento veinte (120) tazas de café, que vendidas (sumándole los gastos de un poco de leche y azúcar y siendo de las mal llamadas grandes) a tres (3) bolívares fuertes, lo que da un total de: trescientos sesenta (360) bolívares fuertes que multiplicado por cuarenta y siete (47) kilos que es el quintal (que vendió el productor en cuatrocientos sesenta (460) bolívares fuertes) da un total de: dieciséis mil seiscientos noventa veinte (16.920) bolívares fuertes. Si descontamos la mano de obra y lo gastado en leche, azúcar más local y electricidad, el comerciante, por quintal de café, percibe de ingreso dieciséis mil (16.000) bolívares fuertes por mes que en lenguaje del pasado significa dieciséis millones (16.000.000) de bolívares. Ahora, t3endríamos que preguntar o averiguar ¿cuántos quintales vende al mes? Lo cierto es que con quintal de café pagan tres empleados a mil (1.000) bolívares fuertes por mes, y ese sueldo muchos negocios no lo cancelan. En fin, a un quintal, que el productor vende por cuatrocientos sesenta (460) bolívares fuertes y hay que repetirlo, el dueño de una panadería o cualquier expendio de café líquido le hace de ganancia la macoca de: trece mil (13.000) bolívares fuertes. ¿Es o no eso una monstruosidad incompatible con las verdaderas razones de la existencia humana? ¿Es o no un enriquecimiento ilícito sobre las necesidades del pueblo? ¿Qué cristiano puede convencernos que Dios hizo al hombre y la mujer a su imagen y semejanza para que unos pocos hagan ese género de negocio en perjuicio de los muchos? ¿Eso es una estafa, una especulación, una usura criminal que debe ser castigada –incluso- con prisión o cierre permanente del negocio (pasándolo a manos del Estado) y no con multas que jamás acabarán con esas trácalas? Así como tiene que regularse la arepa igual debe regularse la venta de café negro, guayoyo o con leche en todos los sitios donde se expendan al público. Que haya que hacer valer alguna diferencia entre un negocio que esté situado en un centro comercial y un negocio en una zona popular parece, por ahora, correcto, pero ya basta, ¡basta ya!, de tanta especulación, porque ésta –tenemos entendido- porta en su morral de estafas un alimento de inflación.

Y que no vengan los comerciantes a salir con el cuento que el café no es una mercancía de primera necesidad, y que deben consumirlo los que lo deseen o tengan para adquirirla. No señor, eso no es así. Hay regiones, de Colombia y Venezuela por ejemplo, donde una familia prefiere no desayunar pero jamás dejar de tomarse su cafecito mañanero. Incluso, en la insurgencia colombiana, cuando no existen recursos y escasea el tinto (como ellos lo llaman) al levantarse, suelen decir: “Amanecimos con una falla ideológica que debe corregirse inmediatamente”.



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Freddy Yépez


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