Esa noche llegó a su casa después del arduo trajín diario. Fue directo al baño como todo el que regresa de la ducha solar marabina que a veces supera los 40 grados centígrados. Encendió la luz y el destello fue tan fuerte que cuando despertó estaba en la cama de un hospital con quemaduras de tercer grado. Había pasado lo que muchas veces ha sucedido en esta ciudad que flota sobre una de las mayores reservas de gas natural del país y del Continente. Una pequeña fracción del inmenso volcán al que se refería Ignacio de la Cruz, había hecho erupción, justo debajo de mi amigo Etelberto: Nadador, bohemio, vendedor eximio y pallador profundo de Isla de Toas.
Todos los ahorros de la familia no alcanzaban para pensar en una clínica. Además hubiera sido como lanzar el dinero a la brasa del departamento administrativo de una de estas empresas que subastan la vida y la muerte como si de una bolsa de valores se tratara, a cambio de uno o dos días de restringida atención. Las acciones de mi amigo… el poeta, cayeron abruptamente, así que tuvo que salir del juego. Con el mayor de los riesgos continuó en un hospital público, en el que sólo le prestaron una cama de un cuarto compartido, pero: “Lo lamentamos señores, aquí no tenemos los equipos necesarios para curar las heridas internas, que son de bastante gravedad”, expresó el médico Jefe de la Unidad de Quemados. “Y… ¿qué se puede hacer doctor?”, preguntaron los familiares. “Aquí, rezar y esperar un milagro… a menos que tengan para ingresarlo en la única clínica que cuenta con la tecnología adecuada”, respondió el galeno.
A la buena de Dios, consultamos en la susodicha clínica. “No hay problema señores, ustedes traen un depósito de cien mil bolívares fuertes y de inmediato lo ingresamos”, nos dijeron en la oficina de admisión. En medio de la desesperación acudimos a un alcalde socialista quien inmediatamente envió a su administradora para que se encargara del asunto. Volvimos a la clínica con mi amigo en una ambulancia, pero Hipócrates, no solo seguía sin aparecer, sino que a sus espaldas uno de sus conjurados –al ver que el dinero provenía de un burgomaestre izquierdista-, sin la más mínima compasión y a escasos 20 metros de la homónima Virgen de Coromoto, nos dijo: “Díganle a ese alcalde chavista que se lleve a su paciente para un hospital del Gobierno”.
Mi amigo volvió a la cama del hospital público. Mientras nosotros seguíamos tratando de ganarle la carrera al capitalismo salvaje e indolente. A través de un camarada accedimos a la más alta dirigencia de PDVSA, de donde surgió una nueva oportunidad de pago. Pero al no poder esgrimir el mismo argumento anterior, ya que de la industria petrolera recibía el mayor ingreso, la dirección de la clínica alegó que el depósito ya no era de cien mil bolívares fuertes, sino de cuatrocientos mil. Todo volvió a desplomarse.
Ya casi sin fuerzas para seguir y mucho menos tiempo, nos tropezamos, casualmente, con una amiga cuyo esposo, Oficial del Ejército, nos ayudó a conseguir el ingreso en el Hospital Militar de Maracaibo, donde al parecer, también están los equipos para tratar las lesiones sufridas por mi amigo “Tebeto”. En ese momento nos volvió la esperanza al cuerpo. De inmediato llamamos a los familiares del infortunado, pero ya no había nada que hacer, mi amigo… el Luis Edgardo Ramírez maracucho, había terminado su última función. Iba rumbo al cementerio… sin guitarra, sin poesía y… sin dinero que, en estos tiempos es lo mismo que decir: sin Democracia.
Eso sucedió hace seis años. Entonces no escribí esta nota, porque estaba muy reciente el Golpe de Estado y el sabotaje petrolero. Pero cuando a diez años de la Revolución esta historia se sigue repitiendo y cuando escuchamos al Ministro de Interior y Justicia advertir a los hospitales y clínicas privadas del país que están obligados por Ley a atender sin reparos a los funcionarios policiales que lleguen heridos a estos centros asistenciales, nos preguntamos: ¿Cuándo se va a obligar por Ley, por justicia, por ética y por humanidad a todos los médicos de este país en Revolución, a honrar fielmente el Juramento Hipocrático? El incumplimiento de este compromiso moral asumido al momento de recibir el título, debería ser considerado un delito de lesa humanidad y sancionado como tal. De haber sido así, tal vez el nieto de mi amigo Etelberto no hubiese muerto hace una semana. A la madre le faltó una ínfima parte del millonario presupuesto que el Estado paga a los seguros privados para que sigan haciendo con sus afiliados lo que les venga en gana. Es decir… otra vez, a esta familia, le fue insuficiente la Democracia. A esto nos referimos, cuando decimos: “PATRIA, SOCIALISMO O MUERTE”.
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