A partir de la pregunta realizada a Silvio
Rodríguez con motivo del curso Literatura y Conspiración acordé con él
seguir haciéndole una suerte de entrevista demorada en el tiempo. Ésta
es su respuesta a una segunda pregunta, respuesta en gran medida
conectada al tema en que Silvio Rodríguez estaba trabajando mientras la
escribía, un disco de canciones compuestas entre 1967 y 1971
Belén Gopegui
¿Cómo
vives al destinatario de tus canciones cuando las estás haciendo, cómo
se ha ido formando y transformando, a veces sales a buscarlo o te busca
ti?
Yo empecé a componer mientras pasaba mi servicio
militar obligatorio. Por esas circunstancias los primeros destinatarios
de mis canciones fueron mis compañeros de armas y, cuando lograba ir a
mi casa, lo eran mi familia, mis amigos. Hay una foto de 1965 en la
revista militar Venceremos, donde salgo guitarra en mano frente a una
mesa de dibujo. A mi derecha hay una ventana y quien se fije verá
rostros asomados tras los cristales. Son rostros de reclutas como yo,
sabedores de que luego de cenar me refugiaba en aquella oficina con mi
guitarra. Ellos iban primero a espiar y después a pedirme canciones de
moda que yo trataba de reproducir con poca suerte. Decididamente no me
las sabía: primero porque apenas empezaba y segundo porque sólo podía
acercarme a la guitarra en la noche y entonces me dejaba arrastrar por
mis descubrimientos. O sea que mi primer público no tuvo más remedio
que zamparse mis engendros iniciáticos.
Aquella forma de
relación resultó natural y por supuesto cómoda: darle a mi auditorio ni
más ni menos que lo que sabía. Así, sin darme cuenta, empecé a formarme
como autor-intérprete, o cantautor, como después se dijo.
Cuando
transcurría mi último año en el ejército, Guillermo Rosales, escritor y
ex compañero del semanario Mella, me dijo: "Silvito, una de estas
noches te voy a llevar a conocer a una muchacha que también hace
canciones". La noche prometida el Guille me llevó a casa de la
muchacha. Cuando a petición de ella ya había cantado cuatro o cinco de
mis temas, salió del fondo el padre de la chica, quien directamente me
preguntó si aquellas canciones venían de mi cabeza o si eran melodías
que yo pescaba en la onda corta. No sé qué cara habré puesto, pero debe
haber sido convincente. Este señor era Mario Romeu, director de la
orquesta de la radio y televisión nacionales. Pocos meses después el me
sentó frente a una orquesta y a los pocos días estaba debutando en
"Música y Estrellas", un musical muy visto de la televisión cubana.
Estos
hechos marcaron una frontera cualitativa ―y cuantitativa― entre los
primeros y los segundos destinatarios de mis canciones. El nuevo era un
estadío algo abrumador en cuanto a responsabilidad, sobre todo porque
tenía conciencia de ser un amateur, un diletante afortunado. Había
salido del anonimato con todo lo de bondad e inconveniente que eso
implica. Sin embargo mi relación más íntima con la canción
prácticamente siguió siendo la misma. Siempre sentí que estaba en la
televisión por accidente y pensaba que lo mejor era que otros
interpretaran lo que yo hacía. Pero llevaba en la sangre la trova
profunda, que acabó seduciéndome ética y estéticamente. Así cada
canción se me fue pareciendo a un reto, a una última oportunidad, y
comencé a enfrentarlas como si cada una fuese el opus mágnum. Eso me
hizo pasar por búsquedas que atrajeron epítetos como "abstracto",
"surrealista" o "intelectual". Para mí estaba en fase rupestre,
haciendo un inventario, como cuando empezamos a tomar conciencia de lo
que nos rodea. Aún me faltaba llegar a lo que cambiaría la dinámica de
mi trabajo y de mi mismo, lo que me fundiría a mis canciones
haciéndonos una sola cosa: el contacto directo con el público que me
escogió, sobre todo después que la televisión y la radio me cerraron
sus puertas.
La primera de mis
presentaciones en directo fue en julio de 1967, junto a los poetas de
"El Caimán Barbudo" ―revista literaria que todavía existe y entonces
estaba recién fundada―, en un homenaje a la trovadora Teresita
Fernández. Teresa es un ave única dentro de la canción cubana. Ella
ejercía el magisterio y lo cambió por el más difícil de la guitarra,
con la que ha dado lecciones maravillosas para grandes y chicos. La
generación de "El Caimán.." le hacía un homenaje por la poética de sus
canciones, por afinidad con su rigor artístico. Yo conocía a algunos de
ellos desde mi etapa en el semanario "Mella", por eso me llamaron a
formar parte de aquella noche.
Tuve también la suerte de que,
tan pronto aparecí, Juan Vilar, un loco maravilloso disfrazado de
funcionario, me confiara la conducción de un programa televisivo.
Grandes artistas como Bola de Nieve, Elena Burke y Omara Portuondo se
acercaron o cantaron mis temas. Durante todo 1968 la radio cubana
difundió una canción mía interpretada por Omara. En un festival Rosendo
Ruiz, uno de "los cuatro grandes de la trova", me dio aliento tras
escucharme una canción. El musicólogo y pianista Odilio Urfé me
escribió las notas para un recital. Fred Smith, un músico genial de
Norteamérica, se ofreció para orquestarme temas. También me ayudó otro
genio, llamado Leo Brouwer, cuando todavía era un joven de 28 años,
casi desconocido. En los ambientes artísticos hallé magníficos
trovadores más o menos de mi edad y de todos aprendí cuanto pude.
Coincidentemente
con todas esas maravillas me echaron de la Televisión y me dediqué a
cantar aún más en todas partes. Iba a encontrarme con lo que iba a ser
mi público en sus centros de trabajo, en sus escuelas, en sus unidades
militares, en sus campos de caña u hortalizas, en sus fábricas y
universidades. Creo que los universitarios contribuyeron especialmente
a consolidarme como cantor, por el entusiasmo que mostraban. Por mi
parte seguía profundizando en mi lenguaje, haciéndome cada vez menos
autocomplaciente, rompiendo muchas cuartillas antes de sentirme
razonablemente satisfecho. Y si llegaba ese instante, lo aprovechaba
para decir, como Hemingway, "esto es león muerto" y me volvía en otra
dirección.
En la solidaria Casa de las Américas de Haydee de
Santamaría conocí a muchos grandes escritores y artistas
latinoamericanos. Algunos de ellos después fueron asesinados en sus
países, como Roque Dalton y Paco Urondo. En la Casa también conocí al
español Félix Grande, poco después de su magnífico "Blanco Spirituals".
El me dedicó el Cuaderno Hispanoamericano en que hizo una antología de
mi generación de poetas y fue el primero que me identificó con
aquellos. Según el escritor Luis Agüero, cuando Julio Cortázar bajó en
1968 del avión le lanzó dos preguntas: "¿Qué cosa es 11 y 24 y quién es
Silvio Rodríguez?" Debo aclarar que 11 y 24 era la posada (hotel de
paso) más célebre entre la juventud habanera. Algunas canciones
provocadoras de entonces revelan que, al menos en parte, por entonces
componía para un público atento a la saga de mis contradicciones con la
burocracia cultural: "Los funerales del insecto", "Debo partirme en
dos", Resumen de noticias", Defensa del trovador", "Epistolario del
subdesarrollo" y otras. Cuando regresé de mi viaje de cuatro meses con
los pescadores por las costas de África, me esperaba un Grupo de
Experimentación Sonora apenas inaugurado, pero me había acostumbrado a
la soledad y andaba cercano a eso que llaman contracultura. Odiaba lo
bonito, deformé mi voz usando una emisión desagradable con todo
propósito. Mientras luchaba por autodisciplinarme y estudiar, la actriz
Raquel Revuelta, que dirigía un teatro de 300 butacas, me invitó a que
alguna noche cantara mis nuevas canciones allí. Cuando se puso el
anuncio hubo tal confluencia que la policía de tránsito tuvo que
acordonar la calle y durante varios días los jóvenes durmieron en
aceras y portales, esperando la venta de entradas. Por supuesto: en vez
de una noche hicimos ocho, dos fines de semana de jueves a domingo.
Nunca
antes había visto que mi trabajo movilizara de esa forma y fue una
sorpresa total. Creo que por aquellos años fue la primera vez que
sucedió algo así, al menos a alguno de lo que ya llamaban nueva trova.
Esas cosas no pasaban en La Habana y menos por escuchar a un muchacho
de aspecto jipango, prohibido en la televisión. En aquella audiencia
había de todo: universitarios, escritores provinciales anónimos,
vendedores de hierba, oficiales del ministerio del interior,
homosexuales de ambos sexos, abundantes chicas y, por supuesto,
personal de la Flota Cubana de Pesca.
Saliendo de un concierto
de aquellos me encontré con Virgilio Piñera, quien sorpresivamente se
me acercó a expresarme consideración. Cintio Vitier y Fina García
Marrúz empezaron a asistir a mis recitales, que por entonces eran en
salitas pequeñas.
Como podrás notar tuve comienzos más que
estimulantes. Pero ni entonces ni después programé mi trabajo, aunque a
veces haya tenido que componer con pie forzado, por tratarse de de cine
o de teatro. Conste que en esos caso jamás he aceptado una encomienda
sin estar identificado. Por otra parte, en mi haber hay escasísimas
canciones "militantes". Las pocas veces que he usado el panfleto ha
sido como recurso, como materia prima elaborable desde un
distanciamiento reflexivo. Pudiera haberme brotado alguna canción algo
dramática, pero eso siempre ha sido en circunstancias excepcionales,
como "Canción para mi soldado", compuesta en Angola junto a un amigo
cubano caído.
Salvo en aquella etapa en que tuve un público
que seguía el culebrón de mis diferencias con la burocracia ―u otro
caso excepcional―, no suelo pensar en el receptor a la hora de
componer. El primer destinatario de mis canciones siempre ha sido el
mismo. Escribo canciones por un goce bastante egoísta, por el placer
que me provoca hacerlas. Asimismo creo ser su más severo crítico y no
suelo cortejarlas mucho. Las mimo sólo en los instantes en que, como
Atenea, van apareciendo de las migrañas de su padre. Como las olvido
pronto, al reencontrarlas me parecen distintas, como si por la lejanía
fuesen otras. Ahí les descubro lo que no les sabía. Me parecen hijas
abandonadas y puede que por eso las trate con algo de compasión.
O
sea que siempre he escrito para mi, de acuerdo con mi gusto y
conciencia. Algunas canciones pueden parecer herméticas porque a veces
la realidad se muestra polisémica e induce tropos. Pero la inagotable
imaginación humana se encarga de rehacer esas canciones para cada
circunstancia u ocasión. Un claro ejemplo es "Unicornio", de la que
cada persona tiene su propio argumento. Esto lejos de disgustarme me
complace, porque me hace parte de un intercambio infinito con mis
interlocutores. Ser parte de ese juego creador puede que sea el mayor
de mis privilegios.