Mi palabra

Felicita, y la música

"El que escucha música siente que,

de repente, su soledad se puebla".

Refrán popular.

Son varios años, viendo a la señora Felicita, cumpliendo labores de limpieza en el edificio, donde habito. Esta mujer, de caminar lento, con una sonrisa muy agradable, que parece pintada en su rostro moreno, siempre la saludo, casi con un grito: ¡Señora Felicita! Lo retribuye sin detenerse en su faena, con dos palabras: ¿Cómo está? A veces anda descalza, para no mojar sus chancletas de goma, color negro, muy resistentes al tiempo; nadie sabe, cuando anda de mal humor; parece acostumbrada a trajinar en un mundo lleno de obstáculos.

El domingo en la mañana, cuando el sol había calentado, empezó a realizar su trabajo. El inmueble se encontraba prácticamente solo; como de costumbre, empecé a escuchar música, haciendo un recorrido por las tradiciones de algunos países; inicié con gaitas, un CD en homenaje a la "Chinita" patrona de los zulianos, especialmente los nacidos en la calurosa y hospitalaria Maracaibo. La mañana se hizo corta, transcurrió en un verdadero pestañar. La señora Felicita, parecía flotar en medio de la fuerte temperatura, escuchando unas refrescantes piezas musicales, como si estuviera sola en otro planeta. Al rato pase a México, con hermosas canciones en la inolvidable voz de Javier Solís, verdaderas joyas musicales, en medio de la muy gratificando soledad; agradables boleros rancheros de tiempos no muy lejanos, pero casi desparecidas por los recientes disparates, proyectas por los medios, en medio de la agobiante contaminación sónica.

La humilde mujer: Felicita, no tiene día, ni hora fija, para empezar su tarea; cumpliendo con su deber, se da el horario de trabajo, sin mucha prisa, pero con mucha responsabilidad; por eso, algunos domingos la vemos recorriendo los pasillos, y escalones, cepilla en mano, muy callada, sin dejar desaparecer su tímida sonrisa de su rostro, de ojos grandes, color de su piel, y rasgos de nuestros antepasados indígenas.

El domingo pasado, cuando terminaba la mañana, me tocó acompañar a mi compañera de vida, a realizar algunas diligencias, a pesar de la agobiante temperatura. Apagamos el reproductor, calló la música, notándose más el envolvente silencio en el conjunto habitacional, parecía un oasis en medio de un inmenso desierto. Apenas salimos, nos encontramos con la sencilla mujer, dejando escapar una nostalgia ¡Se acabó la música! Faltó poco, para regresar y seguir, colocando melodías del recuerdo, para satisfacer a quien sabe apreciar el gratificante acorde de las notas musicales.

¿Cuántas personas, como Felicita, nos encontramos en cualquier barrio de nuestra Venezuela? Son incontables, porque la pasión de nuestros compatriotas por la buena música, no tiene límites, pero la penetración negativa de los últimos años ha venido secando, ese remanso de agua fresca de nuestros oídos; algo fácil de comprobarlo, cuando recorremos el dial, en cualquier radiorreceptor. Los que tienen buen gusto, como la señora, que me motiva a escribir este artículo, se espantan, porque todo se ha convertido en chabacanería y mediocridad, por encima de las buenas costumbres; salvo, algunos programas dirigidos por verdaderos profesionales, celosos del uso buen del lenguaje, y la buena música, hecha para deleitar, y no atormentar.

Tenía razón, el gran compositor ruso, de música clásica Piotr Ilich Chaikovski, cuando decía: "En verdad, si no fuera por la música, habría más razones para volverse loco". Esa reflexión es totalmente cierto, pero en estos momentos, necesitamos aprender a seleccionar; de lo contrario, como dice el refrán: "Es peor el remedio, que la enfermedad". No es lo mismo, deleitarse con la composición "el lagos de los Cisnes" del mismo Chaikovski, o "Guayana es una mujer" de Reynaldo Armas, que oír el disparate de Chino y Nacho, "Mi cachorrita".



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Narciso Torrealba


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