Yo amanecí como relámpago una mañana de julio de 1999, en las frías praderas de la Hechicera, antigua hacienda que bordeaba la hermosa ciudad de Mérida. Buscaba más que incursionar en la escuela de Letras de la Universidad de los Andes, era encontrarme con el paladín humano de los poetas vivos, muy vivos en la ciudad de Mérida, véanse Lubio Cardozo, Alberto Jiménez Ure, Mireya Krispin, José Barroeta, Edmundo Aray, Omar Granados, y los narradores Gabriel Jiménez Eman, que para entonces no sabía que ya andaba en otros predios. Reencontrarme con ellos y otros porque ya en sus libros y sus palabras, el encuentro estaba consumado. Pero quiero dejar muy subrayado la verdad espiritual de los asombros que uno vive cuando la amistad y la admiración estremece los caminos, en Mérida me esperaban dos de los seres que abrieron como tormentas idílicas la fragua de lo que sería este trajinar de la poesía; Pepe Barroeta y Ramón Palomares. Ah!!! Qué clase de regalo me daba la vida!!, que clase de alegría me brindaba esa aventura que jamás devendrá en un sentimiento contrito, pues, en ellos, se gestaba la floresta de una creación sin tregua. Pepe en la Facultad de Humanidades me abrió las puertas de su amistad con cervezas y recuerdos, con risas y combates. Ramón, desplego su gigante corazón en los pasillos de un café donde se hizo cita nuestra primera conversa, amenizado con un marroncito y un ejemplar de Lobos y Halcones, editado por el Fondo Editorial del Ipasme. Desde entonces me zambullí como otro de sus fieles amigos, en su mundo grandilocuente, mítico y real con el cual nos hizo viajar en su balsa de recuerdos, amoríos, leyendas, todos en derredor a una inusitada escritura con tintas de rebeldía y devoción.
Posterior a una vida serena y bucólica en su natal Escuque y cruzando los andes venezolanos, floreciendo allí sus estudios en el estado Táchira y posteriormente Caracas. Con 23 años a cuestas, se refugia el decidido escritor y poeta Ramón Palomares en la convulsa capital de Venezuela, inmerso en la estricta militancia política desde la creación literaria, una creación colectiva que abre si se quiere el gran telón de las vanguardias insurgentes, de una polémica y critica posición en el establecimiento de un nuevo modelo cultural, en busca de un proceso de apertura democrática. Hablo de Sardio (1958), cuya fecha de origen va a coincidir con la publicación de su primer libro El Reino, donde percibo tres elementos temáticos dentro de una línea sentimental: primero: la profunda nostalgia de los amigos vivos y muertos que se dejan en los caminos, cuando se asumen nuevos y variados paisajes (desde una especie de charla con el pájaro, símbolo vital y persistente en la obra de Palomares: "Saludos precioso pájaro y abandones el oro de tus plumas…"" Saludos pero, amigos de viajes, ¿cómo poder contar las pérdidas?""Saludos apenas para ti hay tiempo de cantar?") Más en aquella Venezuela rural, de pueblos andinos enclavados aun en las praderas cafetaleras, mientras se transfiguran los recuerdos en una vida citadina. Segundo: el irreparable dolor por la muerte de su padre, la entrega de su "Elegía", el padecimiento humano que lo conjuga con el paisaje, el perenne paisaje hecho poesía en los ojos del poeta trujillano, dándonos su figura elemental para despedir su plañido sentimiento "hace poco tiempo han pasado ante tus ojos sobre la tarde gris, por el cielo inhóspito, ciertas aves migratorias llenas de tristezas".
Y por último, la presencia de la Casa, la cual después de una breve descripción de su espacio natal, nos vuelve a presentar el llanto, la nostalgia, el dolor por la pérdida de aquel hogar que sintió el cosquillar sus primeros pasos.
Su segundo libro en las manos de la literatura venezolana, viene a dejar claro que por mas caminos andados en las principales ciudades del país, son por sobre todas las cosas, el campo y la montaña, el frio, la neblina espesa de los andes y el olor a los pájaros amanecidos, el cafecito y los ríos la virtud labriega del existir, su máxima y profunda filosofía de vivir. Estamos, estimados oyentes, ante la presencia de Paisano (1964), publicado por el Ateneo de Boconó, en su estado Trujillo. Se caldeaban los días y los meses de tan convulsos tiempos, y el poeta Ramón Palomares formaba parte ya del irreverente colectivo Techo de la Ballena. La incertidumbre política, que van a derretir entre sus magmas y manifiestos, no trastocaron el hilo sentimental y originario que asentó el poeta en su primer libro. Ahora, con la expresión genuina de una reminiscencia poética, Palomares muestra sus versos pueblerinos, sin desapegos a sus fieles amigos del Techo, allí Elisa Lerner, Adriano González León, Edmundo Aray y, otros estimados por el autor como Oscar Sambrano Urdaneta y Vicente Gerbasi, formaran parte del mismo devenir social, mítico, y sentimientos telúricos que escribe Palomares en textos como Culebra, El Gavilán, El sol, Patas arriba en el Techo, Entre el río, (Tierra de nubes) El Noche, (La gran leyenda) Abandonado. Poemas con una fuerte carga de mágicos escenarios, de una poética gentil y arraigada. Ya nos dibuja esas imágenes pensadas "Aquí llega el noche el que tiene las estrellas en las uñas" y más adelante encrespa el asombro con retratos mítico, en una pincelada de versos mágicos perfectos "Entra como si fuera un caballo y pasa por el zaguán sacudiéndose la tormenta".
En este viaje por la Antología Poética de Ramón Palomares, nos encontramos también con sus investigaciones históricas, su justo oficio de registrar los pasos del hombre y sus inquietudes en la historia primigenia de nuestros pueblos colonizados. Véase entonces, el tercer libro del gran Poeta de Escuque, Santiago de León de Caracas, apenas 3 años posteriores a Paisano.1967. En él, los mecanismos literarios emprenden una descripción desde la óptica creativa del autor, sin perder de vista lo que la historia misma registro desde tiempos remotos, la fundación de la ciudad de Caracas, lo cotidiano maravilloso y armónico en la vida de los habitantes del gran Valle de Caracas, atroces acontecimientos como denuncia perpetua en los magnicidios perpetrados a nuestros indígenas, la muerte de Guaicaipuro, el atroz asesinato de Paramaconi, Tamanaco, Tiuna, Toconay y un pasaje sentimental, reivindicativo, con una pluma tan poética como la vivencia del autor, viene a ser la muerte de Francisco Fajardo, en un discurso fluido, teatral, como una conversación en tono poético. Ya lo dijo el filósofo Ludovico Silva "los poetas como Palomares demostraron que no era necesario recurrir al esquema métrico arcaico, porque aunque en nuestro pueblo, como al español, le guste hablar en octosílabos, la mayor parte del tiempo <
Con este tema de poesía historicista, Ramón Palomares recrea una nueva visión literaria de reconstruir los hechos para una mejor lectura.
El amor que escribe y siente, que vive y construye nuestro poeta amigo, se entreteje sutilmente con los vientos espirituales de su campesinado discurrir, sus raíces profundas en una creencia carnal, religiosamente amorosa, de un amor físico pero que celestialmente recreado como una biblia hecha por el hombre y la mujer del campo, he aquí El Vientecito suave del amanecer con los primeros aromas de 1969, editado igualmente por el Ateneo de Boconó. Nos dice Palomares desde sus primeros versos "Amor, Amor, Mira, Ha llegado el tiempo de florecer"… en su cuarto poema, es el eros quien se apodera con sutileza del entorno poético, de la urgente y necesaria conversación con la amada "Aquí llegan los colores del alba a acunarse en tus piernas los colores con gentes que pasan y todo mueven por esas densas arboledas…" sus versos últimos explotan con sencilla sapiencia de amar "Ven ven toma el perfume Apágame.". Es sin duda el señor de las flores, quien ama, pero que también podemos pensar sin miedo a equivocarnos, que su amada está inmersa en la montaña, en los ríos como mujer naturaleza, todo el paisaje andino y su inquebrantable deseo por la botánica, espacio infinito en el corazón poético de Ramón Palomares.
En 1974, se le confiere el Premio Nacional de Literatura, y no fue para más, pues el poeta nos brindaba nuevamente uno de los libros con más fuerza poética, una obra que alcanza es azimut sentimental y el compromiso popular desde su poesía con su lar invariable en el corazón, Adiós Escuque. En este bello pasaje de sus letras y palabras, nos recreamos en una especie de vuelta a casa, ese asombro de vivir lo amado, lo no olvidado, con su lenguaje característico y genuino, bien lo asienta su querido amigo Carlos Contramaestre, al apuntar que "además de revelar un dominio absoluto del instrumental poético, conserva la frescura y lozanía de sus primeros poemas y mantiene la decantación del universo dramático de su lugar de origen". Recordemos que para entonces ya había fallecido su padre, pero esta vez, le tocaba a un ser profundamente sembrado en el alma del poeta, la tía Polimnia, Pola, quien será humanizada en un hermoso pajarito, que a decir del autor, es la visitante al consuelo del poeta " Pajarito que venis tan cansado y que te arrecostas en la piedra a beber, Decime ¡No sos Polimnia?.... y su nostálgica despedida "Ya quisiera yo meterte aquí en el pecho, darte de comer, meterte aquí en el pecho, y que te quedaras allí lo mas del corazón".
El Adiós en Palomares, no es una despedida definitiva, es una constante regreso al amor, a la alegría del vivir, aunque sus reminiscencias devienen en una nostalgia imperecedera. Se autorretrata con su calificativo de Sietecito, en su poema El Sietecito está de buena. Este seudónimo le será otorgado por su propio padre, en tanto el poeta naciera un 7 de mayo de 1935. De acuerdo a largas conversas y buenos cuentos con el poeta, nos llegó a revelar que en uno de sus cumpleaños, se sintió abandonado, desolado y apartado por su amado padre, justamente el día de su cumpleaños. Para tal sorpresa, en un Diario, el padre de Ramón Palomares llegó a escribir hermosos registros sobre tan anhelado festejo, y en la página del 7 de Mayo, decía "El sietecito se porto bien, El sietecito tal cosa,", por lo que en su corazón volvió a vivir su alegría provinciana.
Entraba la década del ochenta, ya finales del siglo XX, cuando gracias al Consejo Municipal de Mérida y la Universidad de los Andes, se publica los poemas de Elegía 1830. Fecha aciaga para la patria colombiana, nefasta para los sueños y la esperanza de todos los pueblos latinoamericanos, que vieron en Simón Bolívar, el despertar de sus libertades. Es así como el poeta vuelve a recrear con mayor intención cada episodio de nuestra historia republicana.
Aunque sabemos que nuestro celebrado poeta nos dejó posterior a estos libros, otros bellos trabajos como El viento y la piedra, Mérida, Elogios de sus ríos, Lobos y Halcones, entre otras, llegamos al final de este viaje, con su libro Alegres Provincias 1988, un sentido homenaje a Alejandro de Humboldt, desde una poética teatral, una metáfora que le sirve para rehacer los viajes y registros del alemán por nuestras tierras, un vislumbrar la belleza de la naturaleza, con su lirica amorosa y persuasiva.
Que decir ahora, si apenas me queda su nostalgia y se apodera de mi su suave palpitar de trochador en las cordilleras de sus Andes tan amado? Si me escuchas, querido Ramón, solo bríndanos tu silbido de pájaro madrugador, vuélanos tus noches y deja caer sobre el planeta, cada estrella de asombros trujillanos, para que no desolé el cielo este que nos abruma con su palpitar de soledades.
Salud Viejo Lobo!! O mejor todavía, te beberemos en cualquier tormenta, en cualquier río, al amanecer de cualquier pueblito, con tus pájaros, con tus paisajes.