Resulta que más de uno me ha criticado porque usé la palabra inglesa "steak" en el título de mi artículo sobre toda esa ridiculez extremista escuálida de andar haciendo escándalo porque el presidente Maduro y Cilia salieron comiendo carne en un video, vaya manera de banalizar la política y el debate de ideas, y convertirlos en una vaina de paparazzis y revista Hola. Pero me quiero referir a este asunto específico del idioma. Aquí vamos.
Creo que es una muestra de ignorancia eso de pensar que el idioma inglés es "imperialista", como si esa lengua anglosajona militara en el Partido Republicano. Entiendo que para más de un lacayo el inglés sea la lengua de Trump. Para mí, en cambio, es la lengua de Shakespeare, de Dickens, de Hemingway, de Twain, de Kerouac, de Ginsberg, casi nada. Y si nos vamos al terreno de las ideas políticas, es la lengua de Martin Luther King, de John Reed, de John Lennon, de James Petras.
Pensar que el inglés es un idioma imperialista equivale a considerar que el alemán es una lengua nazi. Bien, creo que así debería quedar justificado el título de este artículo, pero no, aun hay más.
¿Qué idioma hablamos en este país? No hablamos "venezolano", por más que aquí le hayamos dado un "tumbao" propio a la lengua cuya denominación no deja duda sobre su origen: ESPAÑOL.
No tengo ningún problema con que hablemos esa hermosa lengua, Cervantes no tiene la culpa de que el idioma que él enalteció haya sido después el de Hernán Cortés, Francisco Franco y Mariano Rajoy.
Y hay más, realmente hablamos latín, porque el español es una lengua romance. Las lenguas romances no son sino dialectos del latín que eran hablados en distintas colonias del imperio romano, lenguajes populares que fueron conformando después idiomas independientes: español, portugués, italiano, francés, rumano, gallego, catalán y aun otros menos conocidos.
El único idioma que hablo con propiedad es el español, pero me defiendo en inglés, francés y alemán, y me puedo hacer entender con italianos y portus. "Me defiendo" significa que, si ando de viaje, puedo comunicarme en esos idiomas para asuntos básicos: indagar direcciones, pedir comida, echármelas de poliglota, etcétera (¡latín puro!). A decir verdad, no tengo nada contra ningún idioma. A veces de madrugada, en mis sesiones de mirar al techo, suelo pensar en una palabra de cualquier idioma y detenerme a considerar su estructura, solo por ocio y disfrute. Por ejemplo, la palabra alemana "frühstuck", que se traduce al español como "desayuno", y se compone de "früh" (temprano, tempranero) y "stuck" (pieza, porción). Es decir, "porción tempranera". En nuestro idioma, acaso menos pragmático, más sugerente, decimos desayuno, o sea des-ayuno, que dejamos el ayuno que hemos hecho desde la noche anterior y comemos algo. Como se ve, esta actividad termina siendo, al menos en mi caso, algo inútil, una pérdida de tiempo y hasta una falta de seriedad.
Mis compañeros de trabajo en el MINCI (advierto que estoy de permiso no remunerado, pues supuestamente estoy cobrando un dineral en la Constituyente ¡Ah malhaya!) pueden dar fe que a menudo llego en las mañanas y saludo en otro idioma distinto al nuestro: "¡Buongiorno!", "¡Bonjour!", "¡Guten Morgen!". Alguno no entenderá, la intención no es más que romper un poco la agobiante rutina de cualquier oficina.
Para finalizar esta elucubración intrascendente, diré que en realidad hablo también a la perfección el "Mirri", que es el idioma virtual de mi perrita ("mermer": comer; "garito": higadito; peyayina: perrarina; "betito": besito; "tutulente": constituyente; "pipora": pedorra). Lo aprendí con una manada de perros australianos, cuando viajé a aquellas tierras remotas, gracias a las exageradas prebendas económicas de las que disfrutamos los "maduristas" (¡Es sarcasmo, coño, no vayan a acosarme!). ¡Tau, tau! (Chao, chao en Mirri).