Conozco gente a quien Aquiles Nazoa salvó de la nostalgia y del dolor, que leyó en su Credo la salvación del alma y pudo encontrar sentido en el nombre de Eurídice para volver a la tierra de la belleza y lo sublime. Hace tiempo que no veo los hermosos retazos de palabras que hicieron del Credo una oración universal en las bocas de los ateos, y un mar de filosofia en la mecánica relacional de los creyentes: "...creo en la poesía y en fin, creo en mí mismo, porque sé que alguien me ama".
"Cogito Ergo Sum", y Descartes afirma su propia existencia porque el acto de pensar lo confirma. Nazoa lo supera: cree en sí mismo no sólo porque él lo piensa, sino porque otro, "alguien", lo ama. La persona cree en su propia existencia y en el ser mismo del sí mismo, entanto existe otro que, de paso, le ama. Así se expresa la poesía de Aquiles Nazoa: como una intuición sencilla de que, sin lugar a dudas, existe lo hermoso y lo sublime en un lenguaje que que se aleja del yo-centrismo, y es un común a todos. Sobre esa base de sencillez intuitiva, Nazoa pudo ejercer la poesía y el humor como sublimes poderes creadores.
Conocí a Aquiles Nazoa poco después de su muerte, cuando mis padres, con esa ansia de quedarse con algo de una persona muy querida que se ha ido para siempre, colocaron en la biblioteca de la casa el Libro "Amor y Humor..." El día menos pensado tomé el grueso libro entre mis manos, y entendí por qué mis padres disfrutaban tanto de su programa "Las Cosas Más Sencillas". Aunque amaba la poesía, reconocí de inmediato que esto era otra cosa, de alguna manera cercana y no sublime, por lo tanto terrenal y viciosa, divertida e intuitiva. Era el humor, pero el humor que, por su perfección, no tenía lectura en las construcciones académicas ni en los salones de clases. Era el humor que desternillaba de risa, pero que sólo podíamos entender los venezolanos.
Desde que abrí ese libro comencé a entender que había afinidades cómplices en el modo de asumir la lectura de autores universales viviendo el humor de la venezolanidad en específico. No sólo era la poesía que acercaba y hacía comprender y dar vida al autor, sino que había una conexión común entre el autor, la lectora y el resto de los venezolanos. Es decir, era un disfrute de la poesía en modo colectivo, porque buena parte de las historias contadas en irregulares versos era una historia común a todos: los nuevos ricos; los descendientes del mantuanaje; o las historias de autores universales llevadas al sublime lenguaje: "¡No sigáis, por compasión, que con lenguaje tan puro, como en pico de zamuro me dejáis el corazón!"
Cuando me tocó aprender los largos versos alejandrinos y las métrica perfecta de la poesía más rigurosa de la Academia, confieso que claudiqué, dormida sobre los párrafos académicamente perfectos de Don Andrés Bello y la "Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida". Pérez Bonalde me salvó de abandonar la poesía, pero Nazoa me resucitó de entre los muertos.
Entre las deudas educativas que tenemos pendientes está la de reconocer a Aquiles Nazoa como un personaje vivo en el entramado de la enseñanza y el aprendizaje de las escuelas y liceos. Su obra merece mostrar por qué existen Poderes Creadores del Pueblo venezolano, por qué existe una filosofía de los saberes y una práctica particular de ese conocimiento común a todos y todas.