Debo necesariamente iniciar este corto artículo señalando que no soy religioso, no soy creyente en Dios ni en los santos, ni sigo las ceremonias de oración y sacrificio propias de grupos humanos que reconocen y actúan en relación con la divinidad de uno o varios dioses. Tampoco sigo las normas de comportamiento de carácter religioso, con excepción de todas aquéllas que coinciden con los valores éticos y morales ampliamente reconocidos por todas las sociedades y las normas ciudadanas de solidaridad y convivencia, que la familia y la sociedad a través de la educación formal e informal nos han inculcado desde que nacimos.
Esto no significa que desestime las creencias religiosas de los seres humanos, mucho menos de mis connacionales, ni la importancia de las mismas como un elemento muy importante de regulación conductual positiva de los seres humanos. En nuestro caso, este papel lo tiene principalmente la religión católica, apostólica y romana, que es la que mayoritariamente ha adoptado históricamente nuestra población, sin menoscabo de otros sectores religiosos cristianos y no cristianos. Adicionalmente, creo en la libertad religiosa, en la separación del Estado de las distintas iglesias y en la educación científica y tecnológica.
Sin lugar a dudas, la beatificación reciente del Dr. José Gregorio Hernández fue un acto que recibió una gran atención por parte de los venezolanos, a pesar de estar muy asediados por una gravísima crisis socio económica, que ha llevado los grados de miseria a niveles gigantescos y nunca pensados como posibles en los últimos 70 años. Una miseria general mayor del 85 por ciento, con una miseria extrema superior al 60 por ciento, en un país petrolero que había mejorado enormemente sus condiciones de vida el siglo pasado, no es cualquier cosa independientemente que la indolencia gubernamental actual simplemente lo ignore.
Si a la miserable situación actual se agrega la emergencia sanitario asistencial vigente desatada y desenmascarada por la pandemia de la CoVid-19, la atención y seguimiento de la población a la beatificación de José Gregorio cobra mayor relevancia. Somos un pueblo bueno, mayoritariamente católico, que sufre como ninguno otro de Latinoamérica los efectos de pésimos gobiernos de este siglo combinados con las peores políticas opositoras que hayamos visto. Es imposible pensar que un gobierno como el actual se haya podido mantener sino es porque ha tenido el apoyo consciente o no de quienes se dicen son sus únicos y mayoritarios adversarios.
El acto de beatificación fue solemne, austero y corto como correspondía a la situación de pandemia existente. El discurso de Baltazar Porras de bienvenida y apertura señaló que la fiesta no era sólo de los venezolanos, sino que se extendía mucho más allá de nuestras fronteras. Que se honraba con el acto la responsabilidad personal, la ejemplaridad ciudadana, la vocación de servicio en especial al necesitado, la identificación con los dolores y las carencias de la gente. José Gregorio es ejemplo de la bonhomía patria. Invitó a desmenuzar el pasado para poder ser protagonistas de nuestro futuro e hizo presentes en el acto a los millones de emigrantes venezolanos.
Me pareció un excelente discurso, que en ningún momento se desvió de su principal objetivo, pese a decir muchas verdades que había que decir sobre todo en un acto de esas características. El recuento de la vida del Siervo de Dios dejó clara su estatura científica y su carrera como profesor de la UCV, donde dirigió las cátedras de Microbiología y Bacteriología, Histología y Fisiología Experimental. Una suerte de unión entre ciencias y fe religiosa.