El México de hoy, cumpliendo su Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución tiene, como aquellos tiempos previos a la revolución Mexicana de 1910, todas las evidencias de un país en pleno estado de convulsión, en tránsito hacia la confrontación y desintegración y, todo parece indicar, que en el seno de la sociedad y el Estado Mexicano no hay suficiente fuerza y voluntad política de sus liderazgos para impedir esa catástrofe que devolvería a esa martirizada Nación a las difíciles circunstancias vividas durante la revolución mexicana.
El primer elemento fundamental de esta crisis terminal el Estado pos revolucionario de México, está representado por el alto nivel disociativo de la Nación, en donde la vieja clase política, surgida de las cenizas del conflicto armado, se agotó y consumió en medio de la profunda corrupción y la entrega de los viejos ideales soberanistas y nacionalistas a los intereses geopolíticos de los Estados Unidos, despojando a ese pueblo milenario y orgulloso de sus fuerzas fundamentales de resistencia frente al lento pero irreversible dominio político, económico y cultural imperialista, consolidado con la firma del Acuerdo de Libre Comercio de las América en enero de 1994.
En segunda, la existencia de un Estado sin proyecto nacional derivado del abandono paulatino de su Constitución Social – la primera de su tipo en la historia de la humanidad – expresado en la desaplicación de sus principios fundamentales, la deslegitimación de sus institutos públicos y la vigencia de los derechos y libertades que proclama, lo que convierte a la República Mexicana en una mala asociación de partidos burocráticos y clientelares, poderosos grupos económicos y financieros supeditados al capital usamericano y un amplio tejido de charros, caciques, porros y narcotraficantes, que dominan Estados y municipios, mientras que en la Capital, los titulares de los poderes nacionales hacen todo lo posible por aparentar la existencia de una normalidad institucional inexistente.
Y en tercero, una población enferma y postrada ante la fatalidad de sus crisis históricas no superadas, indignada e impotente por la corrupción e incapacidad de sus elites políticas, económicas y sociales, deprimida por la ausencia de salidas creíbles a una crisis nacional pero, además, envilecida por los mecanismos de control social que les impone al clientelismo gubernamental y partidista, como única forma de sobrevivir a tan difíciles condiciones
Por eso, quien pretenda dentro o fuera de México reducir el fenómeno de la violencia financiadas por bandas de narcotraficantes a un problema meramente criminal, o no conoce ese país o pretende esconder deliberadamente las causas y consecuencias de la actual crisis estructural de la Nación y el Estado Mexicano, cuyo epicentro político se produjo con la Masacre del 2 de octubre de 1968, en Tlatelolco y su origen económico se ubicó con el abandono del agotado modelo económico endógeno y proteccionista para sustituirlo, a partir del gobierno de Miguel de la Madrid, por las recetas del neoliberalismo que terminaron de arruinar el campo y la industria mexicana y, permitieron, la entrada dominante de capitales extranjeros a su economía; impacto social que fue compensado con la siembra intensiva y extensiva de marihuana en los Estados fronterizos y luego, con el trófico cocaína y heroína colombiana al creciente y rentable mercado norteamericano; todo lo cual corrompió todo el tejido social, político e institucional de México, incluyendo sus fuerzas armadas y cuerpos policiales.
Las prueba más emblemáticas de la falta de comprensión y decisión de enfrentar con audacia, inteligencia y valentía esta crisis sistémica del Estado, la Sociedad y la Nación Mexicana, lo constituye el silencio del candidato presidencial de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador ,en su libro sobre las mafias que se apoderaron de México y, la actitud de las corrientes del radicalismo de izquierda, participantes de la Asamblea Anticapitalista, promovida por la “Otra Campaña”, que lidera el subcomandante Marcos, quienes parecen más motivados por mantener sus cálculos políticos particulares, que ir al encuentro de México y los mexicanos para enfrentar HOY y AHORA, esta grave situación que amenaza la Democracia y la Paz del pueblo mexicano.
Aunque López Obrador y el Subcomandante Marcos sigan valorando la crisis en términos de sus posible ganancias electorales del 2012, hay suficientes razones para pensar que México no podría no llegar a esa cita electoral y, si llegara, para poco o nada servirán sus resultados, aún cuando favorezca a López Obrador porque, quien llegue a la Residencia Presidencial de los Pinos, no estará en capacidad de imponerse ni por la fuerza ni por la razón al México insurrecto.
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