Analistas de renombre mundial dudan de la muerte de Osama bin Laden. Decenas de alegatos han lanzado para explicar tal razonamiento. Otros y otras sostienen que el jefe de Al Qaeda sí pereció pero no a causa de la violenta injerencia gringa en Pakistán el pasado 2 de mayo, sino como consecuencia de una complicación renal semanas luego de los hechos de las torres gemelas de Nueva York, aquel inolvidable 11 de septiembre de 2001. Todas y todos han sembrado en nuestro ánimo una sospecha: de nuevo miente el imperialismo y como tal actitud históricamente no es nueva, pues, ni modo.
Fidel Castro, quien como decimos por acá sólo sentencia que el burro es negro cuando tiene los pelos en la mano, logró que nos separáramos del temor de ser engañado por el mal portador del Premio Nóbel de la Paz. “El discurso elaborado con esmero por Obama para anunciar la muerte de Bin Laden…” expresa el Comandante en el séptimo párrafo de sus Reflexiones del 4 de mayo. Cuando escribe “para anunciar la muerte de Bin Laden”, pareciera Fidel aceptar que el deceso sí está consumado. Luego agrega: “Obama no tiene forma de ocultar que Osama fue ejecutado…” para apuntar después que “Asesinarlo y enviarlo a las profundidades del mar demuestra temor e inseguridad, lo convierten en un personaje mucho más peligroso”.
Tan contundentes consideraciones orientan al despeje de cualquier duda pero aún así, el Señor del imperio debería responder preguntas que mujeres y hombres de la calle nos hacemos a diario: ¿por qué no mostró el cadáver? ¿hasta dónde es verdad que fue para no generar sentimientos de odio nacidos de los seguidores de Osama? ¿acaso Al Qaeda no profirió ya sus amenazas de venganza, aún sin observar los restos? ¿por qué dijo al principio que el susodicho habría salvado la vida de no haber opuesto resistencia? ¿por qué después aseguró que estaba desarmado? ¿por qué muestran videos sin audio? ¿acaso hay algo comprometedor en ellos? Y se me salva de otras porque ya no tengo más espacio.
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