La peculiaridad pacífica de la Revolución Bolivariana nos condujo hasta el año 2002 a comparar –automáticamente– nuestro proceso con el vivido en Chile entre 1970 y 1973, año en el que Augusto Pinochet liquidó a punta de bombardeo –alentado por Estados Unidos– la democracia socialista que también pacíficamente lideraba el presidente Salvador Allende. El constante asecho bajo el que vivimos, como consecuencia del empeño imperial en no aceptar que decidimos desprendernos definitivamente de su cordón umbilical –al que nos ató la Cuarta República– nos obliga a observar con muchísima seriedad lo ocurrido en hermanas naciones como la propia Chile, donde 17 años de sangrienta dictadura sembraron terror y desolación inmediatamente después de la muerte de Salvador Allende.
Con asombro hemos observado la incredulidad que algunos sectores de compatriotas –incluyendo algunos rojos rojitos–, muestran cada vez que el presidente Hugo Chávez denuncia complots dirigidos a acabar con su vida.
Obviando las centenares de ocasiones que Fidel Castro ha estado en la mira del magnicidio, pedagógico sería recorrer la suerte corrida por otros mandatarios que en algún momento empezaron a ser incómodos para los amos de ayer. No se borrará jamás de nuestra memoria la manera en que fue asesinado en Irak el expresidente de ese país, Sadam Hussein, ejecutado en la horca el 30 de diciembre de 2006. Ahora, el pasado jueves 20 de octubre similar suerte corrió el libio Muammar Gaddafi. Uno y otro fueron aliados políticos de Venezuela y en su momento uno y otro adversaron frontalmente al imperio, como desde 1998 lo hace Hugo Chávez.
¿El destino final de Hussein y de Gaddafi no será el que desean para el presidente venezolano quienes rechazan la construcción del socialismo? ¿El citado año 2002 no fue suficiente para convencernos de ello? ¿No lo es el desenlace de las situaciones vividas ayer por los iraquíes y hoy por los libios? ¿Alguien duda de lo que quieren hacerle a Hugo Chávez?
ILDEGARGIL@GMAIL.COM