La catástrofe que vive la nación Libia producto de la criminal intervención del imperialismo con su mensaje de muerte y terrorismo de Estado, no es nada fácil. La caída del régimen del Coronel Mohamar Ghadafi, deja profundas heridas en la sociedad. Con todas las tropelías cometidas por el derrocado gobierno, el pueblo libio vivía mejor y los cambios necesarios bien pudo haberlos procurado ese mismo pueblo que hasta 1969 estaba sumido en la edad feudal y que con la asunción de Ghadafi al poder pasó de vivir en un país con siglos de retraso con relación al resto del mundo a vivir en el más moderno y poderoso de África. Un poder que jamás fue utilizado para someter al continente sino que por el contrario ofreció su solidaridad al resto de los países africanos, que viven en la ignominia, producto del saqueo y la dominación de los imperios.
Lógicamente el liderazgo de este africano representaba una amenaza para los imperios del norte y de Europa. De allí que buscaron la forma de horadar su base. Empezaron por ofrecerle su “amistad” de ser el Satanás de los 80, que aupaba el terrorismo; pasó a ser el amigo, con quien establecieron relaciones quasi carnales, lo invitaron y le tendieron la alfombra roja, en París, Londres, Estados Unidos, Roma, Washington, allí lo recibieron los jefes de Estado, el siniestro enano galo, Il Caballieri, el premio nobel, el Premier del Reino Unido y la nobleza, todos lo sentaron a su diestra, en la mesa del banquete, para la firma de jugosos contratos que les llenaron las alforjas. El duro Coronel, que portaba la foto de su padre en su uniforme para no olvidar jamás que los italianos lo arrodillaron y luego lo ejecutaron a sangre fría, perdió la brújula y creyó en la “amistad” que le ofrecían las hienas del planeta y cayó en la trampa. Abrió las fronteras de Libia a las transnacionales, acogió los consejos del FMI y con ello, cavó su tumba, porque junto al saqueo fueron los espías a potenciar los escenarios de incertidumbre, alimentados por las políticas neoliberales, que desmejoraron en cierto modo la calidad del vida del pueblo, para generar la desestabilización, porque la jauría quería más. Amen de no soportar que unos “inferiores”, como ven ellos a los pueblos del llamado tercer mundo, estuviesen administrando tantas riquezas como las de Libia. Había que capturarlas para manejarlas, “debidamente”, poniéndolas al servicio de los zares del universo, con su maquinaria de sembrar muerte y terror, como es la OTAN, sicario sin escrúpulos, ni ética, que solo obedece a las órdenes del complejo Industrial, militar, financiero y comunicacional, (Léase Pentágono) que es el auténtico comandante de las masacres mundiales. Con este sicario, el imperio norteamericano se ahorra la cuota de muertes que venía poniendo con su intervención directa y, trata de mejorar su imagen ante el mundo. Ya no es la invasión gringa, es la OTAN, quien invade y pisotea, pero quien cobra es el imperio del norte, que a los sabuesos que fungen de socios en la comparsa homicida, los arregla con uno que otro mendrugo. Los muertos los ponen los pueblos, que se enfrentan entre si, azuzados por los perversos planes de guerra de Cuarta Generación, con que son bombardeados por las corporaciones mediáticas que están al servicio del Pentágono y de los modernos bucaneros.
La caída de Ghadafi, no puede ser el puente para que la burguesía a través de los vende patria del CTN y las hienas del imperio internacional, se apoderen de las riquezas libias, que incluye el inmenso lago subterraneo de agua potable, que puede aliviar la sed de muchos pueblos africanos, recursos que pertenecen al pueblo.
La clase obrera Libia, tiene la oportunidad de ir en contra golpe. Muchas brigadas obreras están armadas y de allí debe partir la guerra de liberación de Libia, para echar del suelo patrio a los invasores y sus lacayos.
Es la hora del pueblo libio. La hora de la justicia, la hora de levantar las banderas de la dignidad de ese rico continente cuyos nativos ya no les queda ni agua para el consumo humano, herencia de los criminales invasores y saqueadores, que pretenden saquearles hasta el aliento del alma, de ese pueblo que no ha hecho otra cosa que resistir por siglos los golpes de la grosera bota imperial.
La respuesta de la clase obrera, unida a los campesinos, tribus, estudiantes y revolucionarios auténticos, en una histórica reacción de patriotismo y sentido de pertenencia tiene que ser contundente. La lucha es larga y dificil, pero vale la pena. Los pueblos del mundo están despertando mientras el imperio se desmorona en sus bases y da patadas dee ahogado. La resistencia con claridad ideológica, con sentido de clase, convertirá a los territorios víctimas de las criminales invasiones, en múltiples vietnam, donde el imperio se empantana. Esa resistencia tiene que estar acompañada de proyectos de sociedad, de país elborados sobre la marcha con las viovencias y las experiencias, para que la burguesía y sus amos no puedan tener ventaja sobre la insugencia patriota. En este caso, la clase obrera libia tiene la palabra.
Periodista*
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