El asunto de los derechos humanos para la ONU es tan elevado como el del medio ambiente, pero abismalmente insignificante ante el de seguridad.
Así el Consejo de Derechos Humanos apenas vio luz en marzo de 2006, luego de insólitos y candentes debates. Lo primero, porque a pesar de que los derechos del hombre y la mujer son tan antiguos como la ciudad de Tombuctú (1100 DC), en Mali, donde un grupo de antropólogos descubrió manuscritos que contienen principios de derechos civiles similares a los promulgados por la Revolución Francesa, hubo potencias de occidente que rechazaron la aparición de la nueva instancia de la ONU.
Al final, los obtusos no lograron que la Comisión de Derechos Humanos, una dependencia del Consejo Económico y Social, se mantuviera y dieron paso al Consejo DH, con una composición amplia que incluye a los cinco continentes, sin miembros permanentes y sin veto.
Aceptaron que los derechos humanos son universales e indivisibles —si bien la Resolución 251 no detalla cuales son los muchos derechos que tenemos— pero no le dieron al CDH más atribuciones y poder que el hacer un informe periódico y elevarlo a la Asamblea General.
De esta manera, por muy acuciosos y serios que puedan ser los reportes del nuevo consejo, estos están sometidos a la aprobación de la Asamblea General, que a su vez debe solicitar la conformidad del todo poderoso Consejo de Seguridad, lo cual significa que es materialmente imposible llamarle la atención a uno de los cinco miembros permanentes, o a cualesquiera de sus amigotes.
Y es que hasta en la redacción de la resolución 251, los derechos humanos quedan subordinados a la “seguridad”. Tal vez, esto explica la aparición de los bombardeos humanitarios que auspician y financian los pares occidentales del Consejo de Seguridad.
Las bombas de la OTAN y sus aliados han caído sin discriminación sobre los habitantes de Panamá, Palestina, Afganistán, de Iraq, de Libia, de Siria, de Costa de Marfil, Sudan, Somalia entre otros. Las excusas normalmente se circunscriben a visiones políticas, conducción económica, al disgusto ideológico de Occidente con la manera como algún gobernante conduce la política nacional de su país. Esto le vale, luego de la guerra mediática, la destrucción sistemática de la infraestructura militar, puertos, aeropuertos, comunicaciones, y todo lo que se considere “objetivo militar”, hasta finalmente capturarlo y juzgarlo o aniquilarlo.
Mientras llega ese último paso, van cayendo vidas de jóvenes militares, de mujeres, hombres, niños y niñas; el derecho a la vida. Caen los espacios hospitalario; el derecho a la salud. Los centros educativos; el derecho a la educación. Desaparecen las tierras fértiles por efecto de la radiactividad, las bombas de racimo o las minas anti personales, bloquean la entrada de comida del exterior; el derecho a la alimentación.
Y cuando occidente alcanza sus objetivos. Instala regímenes fuertes que persiguen a la disidencia, prohíben medios de comunicación, hacen largas transiciones sin elecciones trasparentes; los derechos civiles. Pareciera que violar derechos humanos es un simple daño colateral
Ardua tarea la de Venezuela en ese Consejo, convencerlo de que debe servir, al menos, para detener las guerras humanitarias.
@bolivarreinaldo
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