En un lugar de Baruta, casi privilegiado por su clima y ubicación, se encuentra La Limonera, una zona urbanizada como cualquier otra del este de Caracas, con buenos edificios y servicios, cuya construcción fue ordenada por el presidente Chávez para que allí vivieran familias que habían quedado a la intemperie a raíz de la tragedia de Vargas por el derrubio y la acción violenta de las aguas que arrasaron sus casas, y también para familias sin viviendas. Fueron felices a vivir en ese conjunto habitacional. Fueron a buscar la vida, pero nunca se imaginaron que iban a encontrar la muerte en las manos asesinas de un nuevo racismo.
Desgraciadamente así les sucedió a un padre y a una madre, dejando niños huérfanos que ahora serán víctimas del odio enfurecido que recorrió a Venezuela la noche del 15 de abril y dejó dolor en La Limonera.
El problema es grave porque aparece en acción criminal un nuevo racismo que hace poco viene tocando las puertas de Europa y ahora entre en América hasta la Patagonia. Es el odio al diferente, ya no por razones de raza o religión, sino por la condición de pobre o marginado.
Es el llamado "racismo moderno" que en Venezuela -y hay que decirlo- acaba de aparecer con la muerte en la divergencia política electoral. Ya ni siquiera hay cabida a esa "ficción de igualdad" que permitió durante décadas sobrevivir a las desigualdades porque ahora, en este país, un sector de la clase media, que también viene de abajo, ya sea de un trabajador petrolero, de un "bachiller" de otra época o de un europeo que llegó abriendo zanjas, se convirtió por efecto del consumismo y de los anti-valores en un factor de la población con sentimientos de aversión hacia el pobre, hacia el extranjero, hacia el marginado, sin comprender que, seguramente, alguna vez sus antecesores por consanguinidad también fueron pobres, extranjeros o excluidos.
Esa arrogancia de algunos por la suerte de vivir en zonas privilegiadas del este de Caracas y el sentimiento de aversión que los lleva a no convivir con el pobre en situación de vecino, no son condiciones propias del venezolano que siempre ha sido, por sus raíces indígenas y mestizas, un ser humilde y de profunda solidaridad humana. Debemos enfrentar al nuevo racismo para evitar otro dolor como el de La Limonera.
Beltrán Haddad
Abogado