Maldita siempre la vida: por ser negro

La raza negra, sin discusión alguna, ha sido la más sufrida, la más vejada, la más humillada, la más ultrajada, la más explotada y la más oprimida de todas las razas del género humano.  Fueron las bestias o instrumentos con una masa muerta en la cabeza (“cerebro”) en la esclavitud. Hasta se les castigaba por atreverse a pensar en algo distinto a su labor de servidumbre o de ser esclavo esclavo de su amo. No era necesario con decirlo para castigarlos. Dicen que el padre de Las Casas, por defender tanto a los indios, no tuvo la dedicación suficiente para luchar contra el oprobioso crimen de la trata de negros para ser esclavos. Bueno, el padre de Las Casas fue un religioso de su tiempo y mucho hizo por denunciar injusticias contra nuestros aborígenes. Así lo creo.  Otros, también voceros religiosos, apoyaron con todas sus fuerzas espirituales y materiales, en nombre de Dios, todas las metodologías criminales de la colonización. En Perú anduvo la Inquisición prendiéndole fuego a los que hasta inventaba eran hijos del Diablo o enemigos del Ser Supremo o, mejor dicho, por ser herejes.

                El blanco racista maneja, esencialmente, dos hipótesis: cree que el negro fue creado de manera no pensada por Dios en el momento más oscuro de la noche o piensa que fue un aborto vengativo de la naturaleza.  Por eso asegura que el negro es feo, hediondo, áspero, bruto, ignorante, mediocre; es decir, el último escalafón del género humano. Por lo tanto, al nacer pierde con ello su derecho a la vida. ¡Qué monstruosidad de idea!  Mucha gente en el mundo puede creer que, por ejemplo, el racismo ya sintió morir todas sus raíces en Estados Unidos por el hecho que un negro sea actualmente su Presidente: Obama. De esa manera no se percatan que el Presidente Obama va mucho más allá del simple y aparentemente folklórico racismo,  es fervoroso activista del militarismo intervencionista o de las guerras imperialistas de rapiña. El racismo actúa en plena nariz de la sociedad que más se jacta de ser la democracia ideal, la de mayor respeto a los derechos humanos y de la más correcta e imparcial administración de la justicia jurídica: la estadounidense.

                Un joven de 17 años, por ser negro e hijo de negros, inocente aún del mundo en que se desenvolvía y del que le rodeaba fue víctima de un perverso y criminal racista blanco que terminó asesinándolo. Ese joven se llamaba Trayvon Martín. El asesino, el maldito asesino, alegó que lo mató en defensa propia. Alegato suficiente para absolver a cualquier enjuiciado o mercenario blanco que mate o asesine a un negro. Un negro menos para la sociedad del paraíso terrenal. Allí estaba el derecho penal burgués, de clase, de impunidades, para justificar lo injustificable. Derecho en que la verdad verdadera resulta ser un excremento ante la verdad procesal. El asesino, el maldito asesino, fue declarado inocente.

                El asesino se llama George Zimmerman. Bastaron simplemente 16 horas de juicio o, mejor decir, de alegatos superfluos para imponer la impunidad. Atrás, para siempre, quedará olvidada, por la sagrada justicia imperialista, la realidad de aquella noche lluviosa del 26 de febrero de 2012 cuando el joven Trayvon caminaba en dirección a la casa de su padre. Nunca se imaginó, y ahora menos después de muerto, que por allí también circulaba el racista blanco que lo asesinaría.

                Uno de los abogados del asesino, orgulloso de las trampas y de las tropelías de la racista administración de justicia jurídica estadounidense, casi se le salen los ojos de alegría, saltó de emoción como lo hace un boxeador al levantarle la mano de vencedor, bailó de exaltación, su compinche de racismo había sido absuelto, alzó bien alto sus dos brazos, abrió su boca como un bocazas y dijo: “Obviamente estamos exultantes con los resultados. George Zimmerman nunca fue culpable de nada salvo de protegerse a sí mismo en defensa propia”. El otro abogado del racista asesino se percató que nadie más vivió la exaltación emotiva de su colega y quiso tapar el sol con un solo dedo o lavarle las manos al asesino como lo hizo consigo mismo Pilatos. Reconoció que la muerte del joven negro había sido una desgracia y ésta se agrandó con la polémica pública causada por el asesinato.

Mientras tanto, en el otro lado de la acera estaba el dolor intacto, el recuerdo del ayer como si fuera el hoy, la tristeza de los padres vencida por la alegría del asesino con la complicidad de un tribunal de Inquisición jurídica imperialista. Pero, a veces, desde lo más profundo del dolor brotan palabras que se hacen inolvidables por su hermosura y su humanismo. Tracy Martin,  padre de Trayvon, dijo –tal vez escondiendo sus lágrimas-: “Dios nos bendijo a mí y a Sabrina con Tray, e incluso en su muerte sé que mi bebé está orgulloso de la lucha que, junto a todos ustedes, dimos”. Sin embargo, todos los que claman para que se haga justicia y sea castigado el asesino racista saben que los padres de Trayvon aún tienen sus corazones rotos.

Por más que la injusta administración de justicia jurídica estadounidense trate de alegar motivos, razones, excusas, verdades procesales para legitimar su exabrupto a través de la impunidad racista, no podrá silenciar el clamor de multitudes que conocen la verdad verdadera de que el asesinato es obra o resultado de la discriminación racial, del odio del blanco contra el negro. “¡Inocente el asesino!”, declaró el tribunal. El fiscal acusador del asesino sólo atina a decepcionarse del veredicto pero llama al pueblo a respetarlo en paz. Multitudes de todas las razas han protestado el veredicto. Así, ante la injusticia de la administración de justicia estadounidense,  protesta esa parte del país (Estados Unidos) que no es racista. La jueza Debra Nelson tuvo orgasmo cuando firmó el veredicto de declarar inocente al asesino. Está preñada la juez de racismo.

La justicia en Estados Unidos es xenófoba. No es igual para todos. ¿Cómo aspirar justicia igual para todos en la potencia más guerrerista de todos los imperialismos? El Presidente Obama, racista por dentro y por fuera, trata de consolar a la familia del joven asesinado y a las muchedumbres que claman por hacerle justicia al asesino. Dijo: "Si hubiese tenido un hijo, se hubiera parecido a Trayvon". Y si se lo hubiesen matado: ¿qué habría dicho Obama?: aceptemos en paz el veredicto de declarar inocente al asesino o aplicación de la justicia para el asesino. No, no, no, para Obama primero son los intereses económicos de los imperialistas y, luego, los imperialistas con poderosos intereses económicos. En ese caso, la familia es secundaria.

Quisiera la naturaleza y el propio género humano, por la felicidad del mundo, que existieran millones de Madiba y de Lumumba en la raza blanca y que en la negra existieran millones de Lenin y de Trotsky. Seguro, jamás se hubiese dado un caso como el asesinato del joven Trayvon. ¿Qué puedo decir desde acá si Estados Unidos está más lejos de mí que el propio Infierno? No hablo inglés, no haré absolutamente nada por hablarlo o escribirlo pero, simplemente grito –desde muy lejos- en relación con el asesinato del joven Trayvon: ¡Justice for Trayvon!



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Freddy Yépez


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