Los crímenes cometidos por el imperio son acciones humanitarias en defensa de los pueblos para llevar la libertad y la democracia a donde reina la tiranía y la ignorancia,. Por ende los criminales a sueldo que tiene, una vez ejecutados los más horrendos crímenes de lesa humanidad, son declarados héroes, ejemplo para el mundo y son vendidos como tales, desde Hollywood, el laboratorio de guerra sucia más grande y poderoso del planeta.
Hace 68 años un equipo de criminales de guerra a bordo de bombarderos norteamericanos dejaron una estela de más de 500 mil muertos, tras lanzar un Little Boy, sobre Hiroshima y un Fatman, sobre Nagasaki. El pequeño muchacho y El Gordo, nombres irónicos con que fueron bautizadas las dos y únicas primeras bombas atómicas, producidas y probadas con población civil e indefensa, en Japón, cuyo imperio ya estaba tácitamente rendido, pero Harry Truman, presidente de Estados Unidos de Norteamérica y Julius Robert Openheimer, investigador jefe del Proyecto Manhatan, junto a sus colegas, se les ocurrió que no se podía quedar sin probar el mortal invento que habían parido, en aquel macabro laboratorio. El artefacto había sido detonado con éxito en Alamogordo, pero el imperio necesitaba probarla en humanos y demostrar músculos a la Alemania Nazi y sus aliados, enseñando sus ensangrentados dientes como un mensaje de lo que podría ocurrir a quien no se sometiera a sus peticiones.
El 6 de agosto de 1945, el Coronel Paúl Tibbets piloto comandante, de 30 años, nativo de Illinois, a bordo del Enola Gay, nombre de su madre, un Boeing B 29 modificado especialmente para lanzar la bomba atómica, sobre Japón, acompañado de los efectivos militares: Capitán Robert Lewis, copiloto. Mayor Thomas Ferebee, artillero; Capitán, Theodore Van Kirk, navegante; Teniente Jacob Beser, contramedidas electrónicas; Capitán William “Deak” Parsons, encargado de lanzar la bomba, por eso el nada gracioso apodo “Deak”, pero que corresponde a su oficio; Segundo Teniente Morris R “Dick”, Jeppson, ayudante, Sargento Joe Stiborik, radar; Sargento George Caron, artillero de cola; Sargento Robert Shumard, ayudante de ingeniero de vuelo, Soldado Richard Nelson, operador de radio y Sargento Wayne Duzemberry, ingeniero de vuelo, a las 8:16 minutos de la mañana, cometería el crimen de guerra más cruel que conoce la humanidad, al lanzar sobre la población civil de Hiroshima, la Little Boy, que dejó más de 200 mil muertos y que hasta hoy, luego de 68 años, sigue provocando muertes y deformaciones en miembros de la población. Paúl Tibbets, se retiró orgulloso de su acción en defensa de la seguridad de Estados Unidos, en 1966 con el grado de general y con su reconocimiento como héroe nacional y murió en Ohio a los 92 años. Siempre asumió aquella terrible operación, como importante y necesaria y que el solo había obedecido órdenes. Sobre el resto de la tripulación se han tejido diversas historias, hasta se ha dicho que uno de ellos se hizo sacerdote.
Tres días después de Hiroshima, vendría otra práctica “divertida para el Pentágono”, esta vez a cargo del Coronel Charles W. Sweeney, quien le lanzaría a Nagasaki, el regalito “Fatman” (El Gordo), que iba dirigida a Kokura, una ciudad industrial de Japón, pero debido al mal tiempo y a la escasez de combustible, el piloto del Bockscar B 29, el segundo Boeing, acondicionado para lanzar la segunda bomba, decidió probar su habilidad en Nagasaki y a las 11:02 minutos de la mañana, del 9 de agosto de 1945, explotó el segundo artefacto, que mató más de 240 en el acto y cuatro meses después continuaban los decesos y hasta hoy la población sufre las con secuencias de ese acto criminal, que para el imperio y sus aliados fue un hecho heroico, porque “salvó a la humanidad”. El asistente de Sweeney, Paúl Bergman, jamás superó la depresión que le causó ver el hongo inmenso de humo que se levantó al estallar la bomba y la estela de muertos que provocó y el el 5 de agosto de 1985, se ahorcó en su casa de Los Ángeles. Bergman, había anunciado a su familia que se suicidaría en el XL aniversario de la tragedia. Otro acompañante, Claude Eaterby, se volvió loco cuando le dijeron que había matado a 200 mil personas y Harry Truman, en vez de recibir a un héroe orgulloso de su crimen, recibió a un desquiciado que jamás se recuperó.
La exhibición del Enola Gay en el Museo del Aire y del Espacio de Estados Unidos, como recuerdo de aquella “hazaña”, es motivo de encontradas opiniones, ya que son incontables las manifestaciones que se presentan cada año, por esta fecha, por quienes consideran que se trata de una vergüenza y no de un orgullo para el pueblo norteamericano, la matanza de Hiroshima y Nagasaki en 1945.
Desgraciadamente para el pueblo japonés, la historia le ha enseñado, que su peor enemigo es esa monarquía y esa derecha genuflexa, que luego de la agresión imperdonable se han convertido en los cipayos del imperio en el Pacífico, convirtiendo al país en una base militar norteamericana, para continuar apuntalando su proyecto hegemónico para dominar al mundo, a través del poder que tiene el complejo militar, financiero y comunicacional, que domina al pueblo norteamericano y que con sus aliados europeos invade y arrasa países y pueblos, para apropiarse de sus recursos.
Los ataques a estas dos ciudades japonesas, no solo representaron la muerte de más medio millón de personas, en el momento, sino una contaminación ambiental, que tras 68 años no ha sido superada y quienes ejecutaron esa terrible agresión, se auto proclaman paladines de la libertad, la democracia y la defensa de los derechos humanos. Lo peor, es que sus cómplices europeos, rubrican todos estos actos, cuando los criminales son proclamados héroes.