No es grato iniciar un análisis partiendo de la muerte, pero para quienes luchamos desde la izquierda esto no es nada extraño, ya que debemos hacer mención constantemente a actos violentos en nuestra contra, como las desapariciones, falsos positivos, asesinatos selectivos, sicariato sindical, entre muchas otras modalidades que la derecha aplica contra la militancia revolucionaria. Pero, cuando un revolucionario tiene que hacer referencia a la muerte o enfrentarla, es con una carga de indignación, dolor, desconcierto, meditación, y fortaleza. De ninguna manera esconde el fallecimiento de un ser vivo alguna satisfacción para un socialista, incluso el cese natural o violento de un encarnizado adversario es tomado reflexivamente y con los debidos respetos hacia su familia y allegados.
Ahora bien, en contraparte a la postura esbozada en el párrafo que antecedió, está la putrefacta y necrofilica derecha mundial, que tiene un apartado especial en Venezuela, donde existe todo un circo mediático violento que saborea sádicamente el odio, siendo un festín especial cuando se producen muertes “extrañamente” convenientes para ellos. La burguesía bien sea como gobierno donde estuvo abiertamente hasta el año 1999 o desde la oposición siempre ha discriminado a la mayoría de los venezolanos por diferentes motivos, esgrimiendo sin mucho disimulo que: el no pertenecer a una familia de rancio abolengo te hace un “juan bimba”, si careces de rasgos europeos eres un “mono”, si no tienes dinero eres un “pata en el suelo”, o que el populacho es una “chusma” ignorante porque carece de educación en una prestigiosa universidad. A lo anterior, hay que agregar otra forma de discriminación burguesa, que se traduce en la división entre muertos de primera y segunda categoría.
La categorización de la muerte es bastante denigrante, ya que determina que incluso una vez extinguida la vida aún continúan los resquemores sobre el pasado del difunto. Para la derecha si muere un negro, obrero, comunista, ama de casa, o pobre, su importancia y relevancia es casi cero, como ha sucedido con los numerosos campesinos e indígenas asesinados por órdenes de ganaderos, o las víctimas de la violencia promovida el 14/A por Capriles, entre otros muchos hechos de sangre que hemos sufrido los socialistas. El señor de Petare, el campesino del Llano, el chavista del barrio El Limón, el indígena de Perija que murieron a manos de asesinos fascistas no generaron ni pronunciamientos desde Miami o un mero twitter de algún connotado artista “autoexiliado”, y menos aún un editorial de un rutilante depósito de excremento de aves como el Universal o el Nacional. Y como si lo antepuesto no fuera poco, la guinda del pastel de esa derecha que se desparrama en discursos de paz y amor cuando le conviene, lo representa la mofa adoptada ante la muerte de un luchador social o líder revolucionario, ejemplos sobran de los comentarios asquerosos de regocijo cuando falleció el Comandante Chávez, Müller Rojas, Luis Tascón, William Lara, Lina Ron, o Danilo Anderson.
En estos días cuando el triste y trágico fallecimiento de una venezolana y su esposo puso en la palestra el debate sobre la muerte, debemos marcar distancia y no caer en la bajeza de la matriz mediática que intenta manipular el dolor de una familia para dar oxígeno a grupos opositores que se desvanecen por su ineficiencia y falta de liderazgo. Asimismo, es el momento de desmontar la trémula concepción de la derecha que juega con la muerte a su antojo, siendo deber de los revolucionarios el dar su justa medida a la vida y demostrar que cada hombre o mujer merece respeto, consideración y tiene el mismo valor. No es más un empresario que un indigente, ni más un actor que un campesino, o un comediante más que una ama de casa, en definitiva debemos ser iguales ante la vida y la muerte.