(LA MAL LLAMADA “INSEGURIDAD”)
La lamentable muerte de la actriz Mónica Spear y su esposo, es un hecho tan repudiable y deleznable como los decesos acontecidos después del 14-A gracias a la “arrechera” de Henrique Capriles Radonski. Sin embargo, la derecha vernácula trata el tema del delito según sus intereses politiqueros y rastreros: cuando murió Yanis Chimaras, más de un oposicionista afirmó que lo tenía bien merecido por ser chavista. Tampoco podemos olvidar aquellos sectores retrógrados que celebraron la enfermedad del Comandante Chávez y hasta escribieron en pintas –por varias esquinas de Caracas- el aberrante lema: “¡Que viva el cáncer!”. Ésa es la derecha que ahora platica de paz y se rasga las vestiduras ante situaciones tan desdichadas como el asesinato vil de Mónica Spear.
De entrada, habrá que aclarar que el término “inseguridad” es un vocablo tramposo y peligroso, ya que es inexacto y demasiado general. Inseguridad es la ausencia de certidumbre en todos los ámbitos de la vida pública; es la idea de la deriva institucional y el caos masificado. Debemos recordar que la ofensiva de la CIA y sus lacayos nacionales es también léxica, semántica: a través del discurso se puede provocar la sensación de oscilación, de vacilación, de depresión. En realidad, la palabra correcta para la cuestión que hoy abordamos es “delincuencia”: a pesar de ello, ésta ha sido desplazada –con oscuras intenciones- por “inseguridad”. Sin duda, en Venezuela se ha otorgado un cariz politiquero al debate sobre el hampa. La “oh-posición” ha deseado vender la noción de que la delincuencia es un invento de Chávez y la Revolución Bolivariana. Nada más lejos de la verdad. Si bien es cierto que el Estado –y el Gobierno- tiene su cuota de responsabilidad, hay que estudiar el sujeto con un proceder dialéctico.
La delincuencia es una calamidad de extensiones planetarias: casi todas las naciones del orbe padecen de este fenómeno. Es un síntoma de la decadencia del capitalismo. Un grupo de los excluidos de siempre opta por formas agresivas de arrebatar al sistema los bienes que éste promueve para concretar la supuesta “felicidad” del ser humano. Se los quitan a otras personas utilizando la violencia y, por tal razón, muchas veces acontecen homicidios. Igualmente, el tráfico de drogas, la segunda industria sin chimeneas del capitalismo, ha jugado un papel fundamental en la dinámica de las fechorías en las últimas décadas. A lo pretérito, debemos sumar la borrachera cinematográfica hollywoodense que hace apología de la coacción como el único método de resolución de los conflictos. En América Latina, telenovelas como “Sin tetas no hay paraíso” y sus interminables “copycat” en varias latitudes, han instaurado un paradigma de aceptación y veneración de la figura del capo mafioso, así como de aquellas voluptuosas féminas que se cotizan como objetos en el mercado del latrocinio. Tan cierto es que el crimen va de la mano del capitalismo, que en los países socialistas las tasas de robos y homicidios son las más ínfimas del planeta. Casi inexistentes. Cuba es un ejemplo de ello, así como lo fueron los antiguos Estados obreros deformados del Este de Europa y la fenecida Unión Soviética. A partir de 1989 y luego de la restauración del capitalismo en las coordenadas del Pacto de Varsovia, verbigracia, los índices de criminalidad se dispararon en estos países. En naciones con regímenes socialdemócratas más genuinos como Suecia, Noruega y Finlandia, la delincuencia es un factor que no incide, para nada, en el día a día de los ciudadanos. Célebre es el magnicidio de Olof Palme, Primer Ministro de Suecia, quien fue asesinado en 1986 por no tener guardaespaldas. Pero fue un crimen político, no para atracarlo. C’est-à-dire, a mayor igualdad social habrá menos delincuencia.
LOS ADECOS FUERON LOS PATROCINANTES DE LA DELINCUENCIA: TENEMOS UNA HERENCIA DEL PUNTOFIJISMO
La delincuencia en Venezuela comenzó a ganar notoriedad a medida que se incrementaron los cinturones de miseria en descomunales urbes como Caracas. A partir de 1958, Acción Democrática (AD) diseñó un plan para ocupar los márgenes del Valle de Caracas con simpatizantes su partido: se los traían desde el interior de la República y les proporcionaban los implementos para edificar una vivienda precaria o “rancho”, como se conoce en Venezuela. Tal estratagema buscaba aumentar el caudal de sufragios de AD en Caracas y ganar una plaza que hasta el decenio de 1960 les había sido negada en preferencias electorales a los “socialdemócratas”. Así fue que nacieron “los cerros” en la villa de los techos rojos, la sucursal del cielo. Por lo tanto, gracias a esos corredores marginales de relegados fue que la delincuencia empezó a convertirse en un elemento de preocupación para los moradores de la capital y de otras localidades del país. En las décadas de 1980 y 1990, el crimen alcanzó niveles históricos con guarismos semanales que sobrepasaban los 100 asesinatos –nada más en Caracas- en una nación con apenas 20 millones de habitantes.
La delincuencia es una abyecta herencia de la Cuarta República y su lógica de segregación social, de represión desmedida. Los adecos y sus derivados políticos no tienen autoridad moral para pontificar sobre el delito o sus hipotéticas soluciones: ellos crearon el monstruo y nunca han perdido la oportunidad de sacar provecho proselitista de las víctimas de la cacareada “inseguridad” en la Quinta República. Desde luego, el Estado tiene su porción de culpa: un entorno judicial inoperante y corrupto que funge de francotirador del proceso bolivariano. La farsa burguesa de la separación de poderes ata de extremidades a la Revolución y la obliga a transitar el laberinto de los recursos leguleyos, los beneficios procesales o la cruda impunidad. ¿Cuántas veces no ha salido libre un asesino –debido a una pirueta jurídica- y éste ha vuelto a matar a seres inocentes? ¡Ésa es la autocrítica que nos toca! En ídem dirección, el Poder Legislativo debe redactar leyes más rigurosas. Por ejemplo, establecer una pena de 50 años de prisión para los homicidas y hacerla acumulativa: por muertes como la de Mónica Spear o la de Yanis Chimaras, los autores deberían –mínimo- pasar el resto de sus vidas en la cárcel.
Ahora bien, ¿se puede enunciar que la Revolución no ha hecho nada para acabar con la delincuencia? ¡No! A las pruebas nos remitimos: la Policía Nacional Bolivariana (PNB) y la Universidad Nacional Experimental de la Seguridad (UNES). Nunca antes un gobierno se tomó tan a pecho la lucha contra la criminalidad y brindó vastas alternativas para coadyuvar en la eliminación del problema. Lo pretérito debe ser reconocido, en amplitud, por partidarios y detractores.
LA DELINCUENCIA ES MAGNIFICADA POR LOS MEDIOS PRIVADOS: ¿POR QUÉ NO HABLAN DE LOS PARAMILITARES?
Los medios privados de comunicación se han dado a la tarea de magnificar la delincuencia en nuestro país, con el fin de aquilatar seguidores para la “oh-posición”. Si en Estados Unidos un hombre entra a un centro comercial y dispara a más de 20 personas, nadie imputará a Obama o al gobierno. Pero si en Venezuela alguien mata por celos a su cónyuge, estadística que no puede ser catalogada como de delincuencia, más de un exaltado acusará al Jefe de Estado. ¡De locos! En años recientes, las modalidades delictivas importadas de Colombia son cada vez más comunes: desde el secuestro exprés hasta el asalto con armas largas. Curioso, ¿no? Con ojear el periódico se cae en cuenta de algo muy sospechoso: son innumerables los homicidios en los que no hay robo a la víctima y en la mayoría de los contextos hallamos la etiqueta de “ajuste de cuentas” o “venganza personal” (*). Pero, ¿y si habláramos de una torcida estrategia para exterminar gente a diestra y siniestra con el propósito de sembrar el caos? ¿Quién estaría detrás de algo tan descabellado? Sólo deberíamos preguntarnos a quién beneficia este tipo de escenarios sangrientos en Venezuela: ¿a la Revolución o a la reacción?
Los focos de paramilitares en ciertas zonas de Caracas tampoco pueden obviarse: individuos con acento colombiano, portando armas de guerra y controlando barrios a través del tráfico de estupefacientes y el otorgamiento de microcréditos con dinero sucio, verbigracia. ¿Cómo entran estos a Venezuela? Evidentemente, personas influyentes de conexiones estrechas con la derecha colombiana y el paramilitarismo, traen a estos “desmovilizados” por los denominados “caminos verdes”. La operación psicológica de la prensa burguesa utiliza la delincuencia como el argumento desolado para atacar el proceso bolivariano. Los aciertos del Plan Patria Segura han sido contundentes en el ámbito respectivo y, por ende, se hace sospechosa en demasía la frecuencia con la que ocurren asesinatos abominables justo cuando se culminan jornadas exitosas, como la del Operativo Navidad 2013. ¿Casualidad? No lo creemos.
LA PRENSA BURGUESA AFIRMA QUE SOMOS EL PAÍS MÁS INSEGURO DEL MUNDO: ¿LE CREEMOS?
Los medios radioeléctricos e impresos de la oligarquía machacan –día y noche- la cantaleta de que Venezuela es la nación más insegura del orbe. Aunque en sus amañadas estadísticas anuales incluyan a las víctimas de suicidios, accidentes automovilísticos o de violencia de género, por ejemplo. Lo lamentable es que muchos compatriotas, sobre todo de las capas medias, han sido influidos por esas matrices de opinión y se han ido del país espetando: “¡Esto se lo llevó quien lo trajo!” (**). Pero la delincuencia está en Chicago, Kingston o el DF mexicano. En Chicago, en 2012, hubo mil homicidios; en Jamaica, el 2013 cerró con más de 1.700 asesinatos. En México, desde 2006, han muerto más de 80 mil personas en el marco de la mentada cruzada contra el narcotráfico. El “affaire” Mónica Spear ha originado un escándalo continental y hasta fue tendencia como “Miss Venezuela” en la página –en inglés- de Yahoo en Estados Unidos. Sin embargo, el 19/12/2012, la modelo criolla Daysi Ferrer Arenas fue ajusticiada en México y casi nadie se enteró de la fatal noticia. Raro, ¿no?
Mas la prensa burguesa, en su obcecación por la “inseguridad”, a veces mete la pata por descuido y se acorrala en estridentes contradicciones. Verbigracia, El Nacional publicó, el 11 de noviembre de 2012, un reportaje con un título muy peculiar: “Caracas entrena de noche”. El escrito de marras, firmado por Dalila Itriago, relataba cómo un paulatino número de caraqueños optaba por ejercitarse en la urbe, en horario nocturno, después de finiquitar el compromiso laboral diario. El anverso del cuerpo “Ciudadanos” abría la citada nota con el siguiente párrafo: “Todas las noches y desde hace algunos meses, la ciudad se enfunda una lycra, le dice adiós al maquillaje, al ruido, la prisa y las colas, y sale con zapatos fluorescentes a llenarse de energía (…)”. Al leer esto, habría que inquirir obligatoriamente: ¿cómo es que en una ciudad tan “peligrosa” como Caracas las personas se ponen “en forma” durante el crepúsculo? ¿No les da miedo que los asalten o los maten? En enclaves como Ciudad de Guatemala, Tegucigalpa o San Salvador, después de las 6pm, los malhechores imponen su “toque de queda”. ¿Se volvieron locos los caraqueños o los medios nos están mintiendo? Sin duda, la historia de “Caracas entrena de noche” devela la falacia y tergiversación de la derecha en relación con la delincuencia en nuestro terruño.
La controvertida polémica de la delincuencia no debe desplomarse en la trivialización de la “oh-posición” y su hipocresía: hay que abrir una discusión seria y científica acerca del crimen en Venezuela. La Revolución es capaz de erradicar tan vergonzante legado de la Cuarta República con castigos más implacables y sin brindar tregua a la impunidad. Hay que revisar con lupa el ingreso y estadía de miles de colombianos que vienen a ejercer el delito, de manera “profesional”, en Venezuela (***). Igualmente, es necesario sancionar con más efectividad a aquellos medios radioeléctricos e impresos cuya labor desestabilizadora ha sido más que descarada. La consigna debe ser: más programas educativos y culturales, y menos “narco-novelas”. Sólo en socialismo lograremos una Venezuela libre de violencia. Se lo debemos a Mónica, a Yanis, a nuestros mártires de abril y a la Patria.
ADÁN GONZÁLEZ LIENDO
@rpkampuchea
(*) Otra variante de este modus operandi es abrir fuego, sin explicación alguna, contra un grupo de personas en un lugar público. No los atracan, sólo los tirotean.
(**) De las quejas recurrentes de los que emigran, escuchamos: “Caracas es peligrosa”; “No puedes estar solo en la calle de noche”; “Hay riesgo de que te atraquen o te maten”; “No puedes dejar tu carro en la calle porque te lo pueden robar”; entre otras. Lo cierto es que en casi todas las capitales de Latinoamérica el panorama es semejante: son en mayor o menor medida peligrosas y no puedes salir solo de noche, hay riesgo de que te atraquen o te maten y no puedes dejar el automóvil en la calle porque tal vez no lo consigas al regresar. ¿Cuál es la novedad? En lugares como Nueva York o Chicago es igual. Incluso, en Ciudad de México hay estacionamientos al aire libre, en unidades habitacionales, donde se pueden avistar vehículos dentro de jaulas “tamaño familiar” para que no los hurten. No es hacer consuelo de un mal de muchos, sino mostrar el GPS a más de un desubicado.
(***) Millones de neogranadinos han venido a Venezuela en busca de oportunidades y escapando de la guerra civil. Respetamos y admiramos a quienes –en buena lid- trabajan por nuestra nación. No obstante, hay una numerosa minoría que sólo viene a estafar, a robar y a matar. Las bandas de paramilitares son un ejemplo de ello. Muchos, allá y acá, platican de que en Colombia se vive mejor (¡!). Si tal juicio fuese verídico, ¿qué hacen más de 5 millones de neogranadinos en Venezuela? ¿Por qué no se devolverán a Colombia? Es por una duda que tenemos.